"La mejor del mundo, cuando quiere"
Todos los directores que han tenido la suerte -o la desgracia- de pasar por la Orquesta Filarmónica de Viena han conocido, en un momento u otro, el temor de estar ante una formación con personalidad propia, que hace y deshace sus leyes a su propio antojo. Desde sus orígenes, en efecto, esta orquesta se ha dado a sí misma una organización independiente: los músicos eligen por votación secreta a su presidente y a los miembros de la junta, así como también al primer violín y al director estable. Naturalmente, cuando cae un director invitado que los músicos consideran no apto puede pasar de todo: refiriéndose a uno de ellos, un miembro de la orquesta dijo en cierta ocasión: "Dio la señal para empezar; luego ya no se permitió ninguna otra resistencia digna de mención".A propósito de esta independencía de criterio se produjo en Londres, en 1962, una anécdota curiosa: la orquesta había concluido su cuarta propina después de una brillante actuación bajo la batuta de W. Boskovsky, que se hallaba en su camarín cuando aún se escuchaban en la sala clamorosos aplausos. De repente, el tambor atacó la célebre Marcha de Radetzky, y los demás instrumentos fueron añadiéndose progresivamente. Boskovsky salió al escenario, miró a los músicos y dio media vuelta; evidentemente, para esa pieza la orquesta se apañaba perfectamente sin él.
Algo similar le ocurrió a Furtwängler: los músicos no estaban de acuerdo con el carácter -en su opinión demasiado lento y solemne- que el maestro imprimía a una de las piezas sagradas del repertorio, el Vals del emperador. Así es que un buen día decidieron tocarlo a su aire, prescindiendo de las indicaciones del director. Furtwängler comentaría después irónicamente que él había dirigido precisamente tal y como los músicos habían tocado.
Poco amor por los ensayos
Célebre es también el poco amor de la orquesta por los ensayos: en más de una ocasión la batuta de Toscanini había saltado por los aires en mil pedazos por la poca atención que recibía. Y es que la orquesta siempre confió ensu capacidad innata para dar la talla ante el público sin una excesiva preparación previa. Con motivo de una imprevista visita de Hitler a Viena, los músicos fueron convocados al mediodía -hora intocable de la comida- para ensayar ra ópera Tiefland, de D'Albert (cuyo libreto, por cierto, está sacado de la Terra baixa, de A. Guimerá), pues el Führer había manifestado sus deseos de escucharla aquella misma noche. El director, Hans Knappertsbusch (Kna para los filarmónicos), mantenía una muy buena relación con la orquesta, basada posiblemente en tina común desgana durante los ensayos. Llegó Kna ante los músicos y dijo: "Señores, al Fúhrer le apetece escuchar Tiefland. Muy bien. Ustedes ya han tocado esta obra y confían, en mí. ¡Buen provecho!", con lo que quedó zanjado el ensayo. Durante la representación todo fue muy bien hasta los últimos compases, cuando Knappertsbusch dio la entrada para el acorde final sin conseguir que la orquesta respondiera a su orden. Lo intentó una segunda vez, con idéntico resultado. Finalmente, grito: "Señores, por favor, ¡ahora!", y la orquesta obedeció. Sencillamente, no se habían puesto de acuerdo sobre si suprimirían o no un último pasaje que en algunas versiones se omitía. Excepto los de las primeras filas, nadie se enteró del suceso.
Concluida la guerra, precisamente el día de la reinstauración de la República austriaca (27 de marzo de 1945), se produjo otra anécdota que incide de nuevo en el marcado temperamento de la orquesta. Dirigía el concierto Clemens Krauss. Durante la segunda parte se fue la luz, y los músicos, como si nada ocurriera, siguieron tocando hasta el final. Dicen que luego un violín preguntó a su vecino: "¿Tú qué crees? ¿Habrá seguido Krauss dirigiendo o no?"
Claro que no todo en el largo historial de la orquesta (142 años) son páginas brillantes. El caos más sobresaliente es el de Mahler, director estable de 1898 a 1901, quien tuvo que luchar por imponer sus criterios interpretativos y que al final, decepcionado, abandonó la orquesta a su suerte. También es proverbial la poca aceptación inicial que han tenido entre los filarmánicos las músicas innovadoras, como las de Brahms o Bruckner, aunque luego la hostilidad se transformara en profunda admiración.
La gira actual de la orquesta no promete demasiadas anécdotas en el sentido comentado: las relaciones entre ella y Bernstein han sido siempre excelentes. Es de los pocos directores que han sido considerados por los filarmónicos como un "colega" -el máximo cumplido-. Con todo, durante su primer encuentro, en 1966, más de una gota de sudor debió correr por el rostro del director norteamericano pensando en el implacable juicio crítico de una orquesta que, en palabras de Fürtwangler, "es la mejor del mundo... cuando quiere".
Babelia
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