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Crítica:ESTRENO EN MADRID DE 'LUCES DE BOHEMIA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Valle-Inclán siempre gana

Valle-Inclán no es un enigma. Su obra es más clara y más directa de lo que se suele decir, y él mismo la aclara siempre. La leyenda procede de que en el tiempo de su vida era un escritor diferente; sobre todo en el teatro, donde restallaba de vida y pasión, de color y lenguaje, frente a los autores bajunos dominantes. Quizá esté también en la parte de su obra donde cuenta misterios, en la obra gallega: pero son misterios externos, tomados de una tradición, unas costumbres o unas supersticiones muy ricas, para las que él creó un lenguaje prodigioso. Con respecto a su invención del esperpento hay también un oscurecimiento hecho por otros: teóricos, exegetas, analistas, admiradores o detractores. Se desprende de su obra, y muy principalmente de Luces de bohemia, que el esperpento estaba en la vida: era también externo. Podría decirse que lo que descubrió fue el realismo de una vida irreal, por la naturaleza de sus personajes y por un entorno madrileño y español. Tendrían que pasar muchos años para que se encontrara el teatro del absurdo: él lo halló en su tiempo ("un Madrid absurdo", describía) y, leído o visto ahora, lo podía trascender a otros tiempos y otros ámbitos. Su genio estaba en ver y contar lo que otros callaban o no sabían, aparte de en otras muchas cosas. En una toma de partido: Luces es una obra subversiva y revolucionaria, y está claro el puesto que asume Valle dentro del contexto social que cuenta. Está en el lenguaje, y no sólo en el brillo inaudito de adjetivos, de metáforas, de un castellano sonoro y, limpio, sino en el sentido del sarcasmo, de la réplica: es decir, en el hallazgo de la palabra justa y la frase certera para servir un pensamiento y para contar una historia, para caracterizar unos personajes y devolverles la carne que tuvieron en vida. Una de las traiciones que se pueden hacer a Valle es recluirle en el estilismo; otra, llevárselo al reino de la extravagancia fantástica. Era y es mucho más que eso.Luces de bohemia es, por tanto, la obra realista de una vida con perfiles de irrealidad. Tan directa y clara, que cuenta el último día en la vida de un personaje auténtico, Alejandro Sawa, llamado aquí Max Estrella; que sus otros personajes son fácilmente identificables, y alguno sale con su nombre propio, y se alude claramente a políticos, periódicos, cafés, lugares y sucesos del tiempo. Y se practica clara y abiertamente una crítica literaria y política. La expresión esperpento que aparece en ella y la define no está utilizada con carácter meliorativo -la excelencia del invento de un género literario-, sino peyorativo: la vida es un esperpento goyesco. No declara utilizar la técnica de los espejos deformantes del callejón del Gato, sino que la vida española está como deformada por ellos. Ve lo grotesco y la ternura de algunos personajes vivos y de su entorno. No es él quien deforma, sino quien relata lo deformado: y reniega de ello.

Confusiones

Sobre esta idea de Valle-Inclán y de Luces de bohemia es difícilmente aceptable la versión de Lluís Pasqual. Parece como si hubiese creído que el esperpento había que ponerlo en el trabajo de los actores, y la condición dramática en la oscuridad (verdadera, no metafórica), que no corresponde a las luces del título y a la descripción de Valle de un Madrid "brillante" (y "hambriento)"; hasta el punto de llegar a esbozar acciones en siluetas de negro sobre blanco: el escenógrafo Fabiá Puigserver parece haberse inspirado directamente en los dibujos de Sileno: por lo menos los recuerdan, como recuerdan el cine antiguo (quizá apoyándose en otra leyenda sobre Valle, la de que escribía guiones de cine).

Hay una belleza plástica extraordinaria en este juego de elementos que suben y bajan, guillotinando la acción, secuenciándola; pero confunden los lugares de acción, los desdibujan, los mezclan: desorientan. Es un alarde gratuito. Lo peor es la interpretación. No por culpa de los actores, sino por el sentido de la direccion. Parece verse que Lluís Pasqual ha entendido que el esperpento es una cuestión actoral o no ha confiado en el texto: el absurdo está en lo que dicen y hacen los personajes, en la dimensión de grotesca ternura de sus vidas, y no en los gestos, el retorcimiento de sus cuerpos, la colocación teatral de sus frases. El histrionismo era una realidad de una determinada bohemia -todavía hay supervivientes-, y no una exageración escénica.

Alejandro Sitwa era un personaje de altanera dignidad, de soberbia literaria, de rabia justiciera: no un viejo llorica. Está suficientemente expresado en la obra, y también en los numerosos testimonios de sus contemporáneos. El madrileñismo en los apuntes de sainete no es un contoneo ridículo. Los personajes que rodean al héroe no son el coro de bohemios, y no pueden aparecer en racimos azarzuelados. A Valle no hay que distanciarlo, no hay que trabajarle como a Brecht: hay que aproximarse a él. Y Luces no es una obra fría, sino cálida.

Lo que sucede en esta representación, como en todas las que se han visto de Luces de bohemia, mejores o peores, es que el texto, la escritura, la creación de Valle-Inclán es tan superior a todo, que siempre trasciende. Siempre llega la palabra, el sarcasmo, la poesía, la crítica. Puede un gran director de escena como es Lluís Pasqual equivocarse en su concepto, malversar su talento con ella o realizar alardes de calidad si quiere: gana siempre Valle-Inclán.

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