Las relaciones transatlánticas mejoraron con Reagan
Con el presidente demócrata Jimmy Carter, los europeos occidentales se quejaron de la errática debilidad que caracterizó su administración. En los cuatro años que lleva Ronald Reagan en la Casa Blanca, la queja ha sido por lo errático de su postura de fuerza. Con todo, al cabo de este plazo, en lo que a la Alianza Atlántica se refiere, las relaciones transatlánticas han mejorado sobremanera, tras haber pasado en 1982 por su punto más bajo. Es en el terreno económico y comercial donde el resentimiento y temor europeos hacia la política de Ronald Reagan es más fuerte, y ésta puede ser la mayor causa de tensión entre ambas márgenes del Atlántico Norte en el segundo mandato de Reagan.
Tanto en la OTAN como en la CEE, casi nadie duda de la reelección triunfal de Ronald Reagan. En medios aliados se estima que el segundo mandato de Reagan -que ya no tendrá que volver a las urnas al cabo del cuatrienio- puede ser el realmente provechoso para las relaciones Este-Oeste, sobre nuevas bases más realistas y positivas, y menos retóricas. El ministro de Asuntos Exteriores italiano, Giulio Andreotti, por ejemplo, ha señalado la necesidad de unas negociaciones paraguas entre Este y Oeste que lo cubran todo.El balance negociador del mandato de Reagan puede aparecer como desolador: callejón sin salida en Ginebra -tanto sobre los euromisiles como sobre armamento estratégico-, pocos avances en Estocolmo, parálisis en Viena, etcétera. "Pero la culpa de esta situación ya no se la echa la opinión pública europea a Reagan", señala un diplomático atlántico, "y en esto sí ha habido un cambio con respecto a hace dos años".
"Algunos dirigentes europeos vieron la llegada de Reagan con satisfacción, aunque no han podido evitar el criticarle en público", señala otro alto funcionario europeo. "Sin embargo, añade la misma fuente, no hay duda de que ha reconstituido la defensa de EE UU y un cierto liderazgo, esencial para la seguridad occidental". Mientras, otros recuerdan la aproximación presbiteriana" de Carter a la política que llevó a una degradación moral de este liderazgo.
Reagan llegó al poder, tras las elecciones de 1980, como "una ideología en busca de una política", en expresión del difunto Raymond Aron. La retórica -que tanto nerviosismo provocó en las audiencias europeas- predominó en un primer tiempo sobre la realidad. La única visión reaganiana era la de negociar con la Unión Soviética desde una posición de fuerza. Reagan tenía una idea de cómo negociar con la UIRSS, pero no del objeto de la negociación, mientras que los más sutiles tenían intereses mucho más definidos en el diálogo con Moscú.
Tensiones en Occidente
La dureza retórica de Reagan hacia Moscú fue incluso compartida por personalidades tan diferentes como la conservadora Margaret Thatcher o el socialista François Mitterrand. Pero una cosa es la retórica y otra los hechos. Y fueron éstos los que produjeron tensiones en el seno del mundo occidental.
Una vez más, la visión y los intereses globales de la república imperial chocaron con los de los europeos. La invasión de Afganistán había dado ya lugar a interpretaciones y reacciones divergentes. La imposición de la ley imparcial en Polonia en diciembre de 1981 fue la gota que desbordó el, vaso. La Administración Reagan intentó que sus aliados europeos , secundaran unas sanciones en las que EE UU tenía menos que perder que Europa.
De ahí salió el embargo norteamericano a las exportaciones de material destinado a la construcción del gasoducto siberiano, del que los europeos pensaban beneficiarse con gas barato. La crisis era patente. Y en la cumbre económica occidental de Versalles, en junio de 1982, salió un acuerdo sobre las líneas maestras que debían regir las relaciones comerciales entre el Este y el Oeste. Sólo duró horas, pues Reagan decidió, poco después, aplicar el embargo, no sólo a las empresas norteamericanas, sino también a sus filiales en Europa. Y este concepto de extraterritorialidad de las sanciones de Washington -que acompañó la dimisión del secretario de Estado Alexander Haig y su sucesión por George Shultz- fue rechazado tanto por Londres como por París, Bonn o Roma.
Este fue el punto álgido de las fricciones entre EE UU y sus aliados europeos. Y si se salió de él fue porque los europeos accedieron a limitar el comercio entre el Este y el Oeste en una serie de acuerdos alcanzados en diversos foros, como la OTAN, el COCOM o la OCDE.
Los cuatro años de Reagan en la Casa Blanca han sido testigos del desarrollo de la crisis de los euromisiles, cuyo despliegue había sido impulsado por los propios europeos y decidido con Carter. Roagan retomó la iniciativa, incluso arrebatándosela a los europeos. En este campo, si bien EE UU mantuvo bien informados a sus aliados sobre las conversaciones de Ginebra -Reagan incluso aceptó, a instancias de los europeos, ofrecer a la URS S una opción intermedia, tras proponer la opción cero-, no por ello dejó Washington de luchar contra la falta de claridad y decisión en la cuestión de países como Dinamarca y Holanda.
Cabe recordar, por otra parte, el constante apoyo de la Francia socialista al proyecto de los euromisil les. Claro que, en mitad de un tenso debate, lo que los europeos no apreciaron fueron las inoportunas declaraciones de Reagan sobre la posibilidad de una guerra nuclear limitada en Europa.
A pesar de los pesares y de las presiones que ha ejercido, Reagan rara vez ha conseguido imponer su punto de vista a los europeos. Ni siquiera lo ha logrado en lo referente a los gastos militares de la OTAN, ni desde luego ha contado con el apoyo europeo -todo lo contrario- para sus acciones fuera de zona, ya sea en la invasión de la isla de Granada, o en la actitud respecto a Centroamérica, o en la necesidad de castigar a Nicaragua. De hecho, lo que se ha producido es una mayor presencia europea en esa zona del mundo.
En otros asuntos, sin embargo, las posiciones de algunos países europeos y de EE UU no han estado tan alejadas, ya sea en lo que se refiere a la presencia en Líbano o en el apoyo a Londres en la guerra de las Malvinas. Desacuerdos los ha habido -las armas químicas puede ser el principal-, y Reagan ha logrado algunos tantos en el campo de las declaraciones formales, como ocurrió en la cumbre económica de Williamsburg.
Reagan se planteó recuperar el liderazgo occidental y el nivel armamentista de EE UU frente a la URSS de un modo unilateral, es decir, sin consultar previamente las grandes decisiones armamentistas con sus aliados, escaldados por lo que ocurrió bajo Carter con la bomba de neutrones, cuando el anterior presidente pidió apoyo europeo y, tras conseguirlo a, regañadientes, canceló el proyecto.
En el terreno de la seguridad, sin embargo, la mayor crisis interaliada que puede haber provocado Reagan ha sido la de lanzar el debate sobre la defensa contra las armas estratégicas -la guerra de las galaxias-, idea que repele a los europeos, en principio desprotegidos, y que puede reabrir todas las largas querellas en el seno de la OTAN sobre la estrategia nuclear.
La retórica reaganista sobre el imperio del mal ha dado paso en los últimos meses a unas declaraciones más moderadas y más realistas, que, según fuentes consultadas en la OTAN, "no responden solamente a razones electoralistas. "La prueba es que, a menos de dos meses de los comicios, los soviéticos han hecho un gesto público -con la visita de Gromiko- hacia Reagan. "Ellos también están convencidos de que Reagan va a ganar", señala un diplomático occidental. Cabe recordar que Helmut Khol, tras su llegada a la cancillería de la RFA, en su primer viaje a EE UU intentó convencer a Ronald Reagan de que moderara su tono hacia la URSS.
La dimensión europea
En estos cuatro años, tanto por razones industriales, y económica como por motivos de opinión pública frente a la hipoteca europeo en la cuestión de los euromisiles se ha empezado a hablar con más seriedad de la dimensión propiamente europea de la defensa de Europa. Así, está el impulso que s va a dar a la Organización de la Unión de Europa Occidental (UEO) o el Grupo de Estudios In dependiente de Programa (GEIP), que reúne a todos los aliados europeos fuera del marco de la OTAN. Desde 1983, con la aprobación del informe Haagerup, el Parlamento Europeo ha tomado cartas en el asunto. La tercera fuerza puede estar en marcha, y puede ser una obra, quizás no deseada de la política de Reagan.
Los problemas de la OTAN con Reagan tienen un tinte de música archisabida, en una Alianza en crisis permanente. Más grave parece ser el enfrentamiento económico y comercial entre las dos orillas de Atlántico, provocado por las políticas de la actual Administración norteamericana. Los altos tipos de interés, el auge del valor del dólar el déficit del presupuesto norte americano son factores de tensión en estos momentos, más importantes que el debate nuclear. En cuatro años, la guerra comercia entre EE UU y Europa para hacerse con mercados exteriores ha sido la pauta: la guerra del acero la guerra del pollo en Brasil, la guerra por la venta de cereales a Egipto son ejemplos destacados junto al nuevo recrudecimiento que puede provocar la aprobación de leyes proteccionistas.
"El tema económico y comercia puede ser el más grave", según fuentes aliadas. Y Europa ha perdido casi todas las batallas frente a EE UU en este terreno durante la presidencia de Reagán.
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