Una coincidencia del Gobierno y el Papa
]LA ESTANCIA de Juan Pablo II en Zaragoza ha revestido unas características bien distintas, y de menor contenido polémico, que el primer viaje del Pontífice a España, tres días después de las elecciones generales de las que salió el Gobierno socialista. La suavidad de las referencias a las cuestiones polémicas, como son los temas del aborto y de la escuela religiosa; la menor resonancia pública del acontecimiento, tanto por la brevedad de la visita como por la carencia de novedad para amplios sectores de la población española que se sintieron atraídos por el primer viaje de un Papa a España hace dos años, y el menor entusiasmo suscitado en sectores católicos para movilizarse de forma militante como hicieran en 1982, han contribuido a que este viaje papal se produjera, en su globalidad, dentro de unas líneas de comportamientos mucho más secularizados y maduros.La entrevista de 20 minutos entre Karol Wojtyla y Felipe González, en privado y sin testigos ni intérpretes, además de revelar una vez más la vocación directamente política de este Papa, constituye un pequeño gesto de reconocimiento a un Gobierno que, ahora sí por primera vez, ha acogido al Pontífice en una ciudad gobernada por el partido mayoritario, el PSOE; ha puesto la televisión pública al servicio de una difusión generosa del mensaje papal, y, en un orden distinto de consideraciones, se ha preocupado de uno de los problemas más inquietantes de la América Latina, como es el hallazgo de una solución de paz en Centroamérica, tema que debe contarse entre las inquietudes del Pontífice romano.
Más que de los contenidos de las pegatinas que adornaban los jerseis de muchos peregrinos a Zaragoza, con esláganes antiabortistas, antidivorcistas y sobre la escuela religiosa, la conversación entre el Papa y el presidente del Gobierno podría haber versado sobre esta cuestión fundamental en la vida de América que es la de evitar por todos los medios el estallido del foco de tensión existente en el istmo central. En conjunto, la entrevista, que dice en favor de la excelente diplomacia vaticana, no ha gustado a los sectores católicos más inmovilistas y reaccionarios, que hubieran deseado convertir el viaje en un mitin dentro de la ofensiva contra la LODE, la legislación sobre el aborto y, en definitiva, contra el Gobierno socialista.
Aunque estos temas no debieron estar ausentes de la conversación, lo más importante del encuentro, sin regañinas ni sermones como en la audiencia en que Karol Wojtyla recibió a Felipe González en el Vaticano, poco después de su victoria electoral parece ser, insistimos, la coincidencia de preocupaciones de ambas personalidades sobre Latinoamérica. Esta coincidencia adquiere especial relevancia si se observa desde el prisma de las celebraciones del quinto centenario del inicio de la colonización del continente americano, una colonización que ofrece no pocos aspectos lamentables y teñidos del dramatismo y de las crueldades de la conquista y el exterminio de las poblaciones indígenas. En la coincidencia de preocupaciones de la Iglesia católica, de una parte, y del Gobierno que administra el Estado español, de la otra, debe valorarse asimismo el peso de responsabilidades históricas, que permiten realizar, no sólo la consideración globalmente positiva de la existencia de una comunidad de cultura, de lengua y de religión -un tercio de los católicos del mundo son latinoamericanos-, sino también un auténtico reconocimiento de las culpas del pasado, tanto desde el punto de vista de la antigua potencia colonial como desde el de la evangelización forzosa a que se vieron sometidas las poblaciones amerindias.
Las celebraciones del Quinto Centenario de la Evangehzación de América -tal es el lema utilizado por la Iglesia española en el viaje papal- tendrán una proyección positiva y enriquecedora de las relaciones entre los pueblos, si por parte de la Iglesia y del Estado se asumen actitudes autocríticas y reparadoras de los males históricos.
Por lo demás, sorprenderse, extrañarse o abominar ahora de las posturas ultraconservadoras en la política y en la moral de un Papa cuyas opiniones ya eran conocidas parece ridículo. La oferta de una alternativa a la teología de la liberación que Woytila ha hecho es un tanto ingenua, y su insistencia en cuestiones sabidas -aborto, divorcio, etcétera- no hace sino consolidar la idea de una Iglesia que ya conocíamos y que está sometida con este papado a un proceso de involucionismo y marcha atrás. Pero estas son cuestiones válidas sólo para los creyentes, y es bueno que no se crispen a la hora de trasladarlas a la sociedad civil. Juan Pablo II es un Papa inteligente y sagaz como hombre de Estado. Y Felipe González ha sabido coincidir con él en algo en lo que Wojtyla puede jugar un papel internacional de primer orden: la búsqueda de la paz.
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