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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La buena estrella de la señora Thatcher

ALGO TIENEN en común los dos grandes líderes conservadores de nuestro tiempo, el presidente norteamericano, Ronald Reagan, y la primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher. Esa capacidad escénica para los momentos más dramáticamente difíciles la encontramos en el primer magistrado de EE UU, milagrosamenle escapado con vida, aunque no sin daño, del intento de asesinato sufrido el 30 de marzo de 1981, y en la jefa del gobierno británico, imperturbablemente ilesa del atentado terrorista contra el hotel de Brighton donde se hospedaba junto a toda la plana mayor del partido tory.

Las opiniones públicas de los países, extenuadas en su apacidad de asimilación ante el bombardeo de cifras, resultados y promesas que se desprenden de los programas electorales, de las campañas de cualquier tipo y de la venta le la mercancía a que se ve obligado cualquier político, se muestran cada vez más sensibles a los gestos antes que a las construcciones detalladas, a un saber estar, por encima le todos los programas de acción.

Impulsora de una revolución conservadora cuyo romántico y probablemente vano objetivo es el de la restauración de la capacidad competitiva, no sólo económica, sino también política, de la gran nación británica, la señora Thatcher obtuvo en las elecciones de junio de 1982 una impresionante reválida al trabajo de su primer mandato, en buena parte a causa de un accidente tan externo como imprevisible. La flema, la decisión y la audacia de la primera ministra en la confrontación con Argentina por la soberanía de las Malvinas aportaron un formidable excedente de votos para poner contra las cuerdas al Partido Laborista. Desde entonces acá, cuando con más previsible convicción tendría que haber llevado adelante su reconversión monetarista la primera ministra británica, se ha apreciado en su liderazgo una pérdida progresiva de aliento, una rigidez que parecía volverse contra ella, en especial en el tratamiento de la gran Prensa conservadora, particularmente significativas en The Economist y en The Times, que echaban de menos en la señora Thatcher el torysmo compasivo que ha presidido algunas de las acciones sociales más decisivas de la historia del país, el propio arzobispo Runcie, primer prelado de la Iglesia anglicana, revelaba con sus recientes críticas que una parte del previsible electorado de la primera ministra podía estar volviéndosele decisvamente en contra. Una capacidad industrial en deterioro, unas cifras de desempleo que no cesan de crecer, un frente laboral en el que sólo la inoportuna violencia de los piquetes mineros limita la capacidad de resurrección del Partido Laborista, han mostrado al país en los últimos meses una imagen poco favorable de la líder tory, replegada en sí misma, con un Gabinete totalmente forjado a su imagen y semejanza y cada vez más impermeable al disentimiento expresado desde otras zonas del partido. Esa señora Thatcher que podía temer, de no mediar un milagro económico, una progresiva desnutrición electoral de aquí a la eventual renovación de su mandato, ha salido reforzada de la criminal asechanza, ya reivindicada por los terroristas del Ejército Republicano Irlandés (IRA). La buena estrella que parece tener la primera ministra en momentos especialmente importantes como los actuales, con la celebración del congreso conservador en Brighton, no parece probable que sufra por el colosal fallo de seguridad que supone para su ministro del Interior, Leon Brittan, que se haya podido atentar con tal impunidad contra el grueso del Gabinete británico. Thatcher sabe sacar de la desgracia buen provecho. Los inocentes muertos del Belgrano le valieron una abrumadora elección. La imagen de business as usual ("la vida continúa") que ha sabido dar después del atentado del IRA le favorece ahora. Las fuerzas que dentro de su propio partido se aprestaban a presentarle tímida batalla habrán de esperar a mejor ocasión para hacer oír sus críticas. No hay duda de que esta infiame tragedia le favorece políticamente.

Los independentistas del IRA, a trueque de haber fallado en su objetivo óptimo, el aldabonazo del asesinato de la primera ministra, dirigido a torpedear cualquier negociación entre Londres y Dublín sobre la provincia del Uslter, han conseguido sus objetivos mínimos: la demostración de que se siguen moviendo con una criminal impunidad y el recordatorio a la opinión pública mundial de que su capacidad operativa continúa siendo imprevisible. Pero no por ello los terroristas irlandeses habrán dejado de hacer un señalado favor, pagado en sangre, a su mortal enemiga, la primera ministra del Reino Unido e Irlanda del Norte.

Y un epílogo para españoles: la historia demuestra que el terrorismo es capaz de golpear con inusual dureza no sólo en nuestro país, sino en las democracias más sólidas y establecidas que la historia conoce. Utilizarlo entonces como añagaza o excusa para recorte de libertades, amenazas de involución, manifiestos fascistas o incitaciones al golpe resulta del todo inadmisible. Pero para quienes todavía guarden simpatía por los profesionales de la bomba o padezcan la paranoia intelectual de quienes admiten la extradición de un ratero que asalta un banco, pero no la de un miserable que dispara por la espalda, las víctimas inocentes del hotel de Brighton son el buen recordatorio de dos cosas: en qué se basa el argumento político del terrorismo y a quién sirve de veras la sangre derramada.

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