Un antídoto contra las divisiones entre los conservadores
El congreso anual del Partido Conservador se estaba desarrollando sin grandes discusiones en público, pero también sin grandes ovaciones. Los delegados, incómodos con el persistente aumento del desempleo, urgían con medias palabras al Gobierno para que rectificara su línea política y esperaban que la primera ministra se mostrara más flexible en su discurso de clausura. La bomba del Gran Hotel disipó todas las críticas o dudas: los tories se unieron como una piña en torno a su líder y le tributaron una ovación apoteósica, aunque su intervención hubiera podido ser calificada en otras circunstancias de decepcionante.Parece como si los elementos proporcionaran siempre a Margaret Thatcher un escape -violento, bien es cierto- cada vez que se ve acosada. Primero fue la guerra de las Malvinas, que le permitió ganar las elecciones siguientes. Ahora, un atentado del Ejército Republicano Irlandés (IRA), que hace callar a sus oponentes y le permite mostrar una vez más su imagen de dama de hierro, valiente y fría.
Si los delegados conservadores no hubieran estado tan conmocionados, el discurso de clausura de Thatcher habría despertado pocos entusiasmos. La primera ministra atacó con dureza la política de defensa de los laboristas ("el Partido Conservador es proamericano, porque Estados Unidos es un país generoso y amigo") lo que siempre agrada a los militantes tories, pero a la hora de discutir sobre el paro no dejó la menor rendija de esperanza. Thatcher se mostró inflexible, empecinada en su doctrina económica suceda lo que suceda. Los portavoces del sector moderado vieron con desmayo cómo aludía una y otra vez, orgullosa, a discursos escritos por ella misma en los años setenta.
Aguantar y esperar
La política económica no va a cambiar, no habrá más inversiones públicas, explicó. Su tesis es que la etapa de los despidos tiene que acabar un día para dar paso a la de creación de empleos seguros y productivos. El problema, dicen sus críticos, es saber cuándo se va a producir ese giro. "Aguantar y esperar", les recomienda ella, impertérrita.Thatcher logró transmitir la impresión de que está auténticamente preocupada por el nivel de paro, pero en un plano exclusivamente personal, no como jefe del Gobierno de una nación. Confía ciegamente en que su política producirá una mayor eficacia industrial y en que las nuevas tecnologías darán pronto su fruto, contabilizado en puestos de trabajo. Francis Pym, Peter Walker o lan Gilmour -representantes de los wets o sector crítico- deben haberse sentido desanimados. Las críticas insinuadas en los debates del Congreso o explicitadas en reuniones no oficiales no han hecho mella en la primera ministra. Thatcher no tiene intención de rectificar, y lo dejó perfectamente claro. "Lo importante", comentaba un delegado moderado en los pasillos, "es que se dé cuenta de que la ovaciór. que le hemos dado hoy, no ha sido por su inflexibilidad, sino porque siempre estaremos detrás de nuestros líderes en los momentos graves.
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