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Hace medio siglo.../ 1

CARLOS SECO SERRANOLa evolución histórica ha sido tan rápida en los últimos tiempos que hoy, al anotar los 50 años transcurridos desde la revolución de octubre, se nos antojan un lapso de tiempo demasiado corto. Aquella revolución queda más allá de la guerra civil, y la guerra civil se alza como divisoria lejanísima en la perspectiva de nuestra época contemporánea.

En los lamentables episodios de octubre de 1934 naufragó el mundo de alborozadas esperanzas que había inaugurado, dos años antes, el advenimiento de la Il República. Lo de 1934 fue como una clarísima demostración de que la democracia, por fin efectiva en España -paradójicamente, fruto de un despliegue social culminante bajo la monarquía de Alfonso XIII- era un hecho tan insólito que Incluso quienes por trayectoria personal y por imagen política se identificaban estrechamente con la "plenitud republicana" -tal el caso de Azaña- no estaban a la altura de las circunstancias para administrarla y desarrollarla. Habrá que repetirlo una vez más: el régimen fracasó no sólo por la estolidez de determinadas derechas refractarias a toda reforma -unas derechas que nunca se avinieron a reconocer la legitimidad del sufragio-, sino también por el empeño de las izquierdas en confundir la República -la democracia- con su propia versión republicana.

Las dos fases -izquierda, centro-derecha- en que se resume la vida de la II República ofrecen un curioso paralelismo en cuanto a su experiencia en el poder. El primer bienio (19311933) cristaliza políticamente en la coalición de la izquierda burguesa (Azafla, un descubrimiento del régimen) con el socialismo, llegado por primera vez al poder. De lo que esta experiencia significaba para la vida española dio el propio Azaña, en ocasión me morable, una síntesis espléndida: "La presencia del proletariado en la Administración y Gobierno del Estado es el primer caso que ha permitido en España hablar con justicia de un Gobierno de carácter nacional... Se trata de saber, con la experiencia iniciada y aplicando rectamente, lealmente y con amplitud el espíritu de la Constitución en este principio que acabo de recordar, si es posible que en nuestro país se haga una transformación profunda de la sociedad española, ahorrán donos los horrores de una revolución social...". Pero el régimen que advino sin traumas, festivamente, virginalmente, no tardó en enturbiarse. La crispación iniciada con los alardes crematorios sacrílegos de mayo, y agravada luego por el deterioro creciente del orden público, suscitó el rechazo de la opinión católica y la animosidad del Ejército, soliviantado por las reformas -técnicamente irreprochables- de Azaña. El régimen, respaldado no ya por el clamor entusiasta de abril de 193 1, sino por los inequívocos resultados de las elecciones a Cortes -tres meses después-, hubo de habérselas, ya en 1932, con un torpe recurso al pronunciamiento que tenía todas las características de la desacreditada tradición isabelina, por que un pronunciamiento, mal urdido y peor preparado, fue la intentona de Sanjurjo el 10 de agosto. Tras esta primera crisis, fácilmente superada, la coalición de izquierdas se creyó fuerte -y capaz para convertir en realidad su programa, hasta entonces obturado en el Parlamento. Los días cenitales del azañismo se identifican con la aprobación del estatuto catalán y de la reforma agraria, claves de ese programa; pero inmediatamente comenzaría el declive. La situación socioeconómica se agravó radicalmente entre 1932 y 1933 (años en que el impacto de la gran depresión afloró en la vida española). El fracaso de la reforma agraria se tradujo en los brotes de violencia anarquista con que se inició el año 1933; sus peores consecuencias -políticas- las registró, en el polvorín andaluz, la tragedia de Casas Viejas, utilizada por todas las oposiciones

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para envolver en un enorme escándalo a la situación gobernante. Aunque, tras la larga crisis, la coalición social-azañista pareció fortalecida, en realidad estaba irremediablemente desacreditada -ante la opinión: la vida del Gobierno no pudo prolongarse más allá de septiembre. Las elecciones -presididas con absoluta pulcritud por un radical disidénte del lerrouxismo, Martínez Barrio- arrojaron resultados inequívocos. Las izquierdas habían sido barridas.

El segundo bienio (1933-1935) cristaliza asimismo en torno a una coalición: la del viejo centrismo republicano de Lerroux (el Partido Radical) con la vasta farmación de centro-derecha posibilista (la CEDA de Gil-Robles, minoría mayoritaria en el Parlamento recién elegido). En principio gobernará sólo el Partido Radical, contando con el apoyo condicionado de la CEDA. Al iriciarse el otoño de 1934, una reorganización ministerial permite reflejar en el Gobierno, -hasta cierto punto- la auténtica realidad párlamentaria, incorporando tres ministros cedistas e, inequívocamente repulblicanos. Pero la consecuencia inmediata es una llamada de la izquierda a la huelga revolucionaria (revolución, pues, contra la legalidad democrática), y en Cataluña, la ruptura del pacto autonómico en un sentido secesionista. El golpe desde la izquierda es, para el Gabinete radical-cedista, más difícil de superar que lo había sido el pronunciamiento desde la derecha para el Gobierno social-azañista: si la situación revolucionaria dura en Cataluña -24,horas, el alzamiento de Asturias requiere, para ser dominado, una amplia operación militar. Con todo, la coalición gobernante, tras un breve eclipse, registrará también un equívoco momento de plenitud: se despliega ahora el programa rectificador,del centro-derecha y la CEDA cuenta, en mayo de 1935, con cinco carteras ministeriales (entre ellas, la de Guerra, confiada al propio Gil-Robles). A esta engañosa euforia sucederán la crisis del estraperlo y la de la denuncia Tayá. Envuelta en el escándalo, la coalición gobernante aparece irremediablemente desacreditada Quite la opinión del país: en diciembre de 1935, la experiencia centro-derecha está liquidada. Pero también lo está el régimen: el advenimiento del Frente Popular abre un proceso de rechazo -desde la izquierda y desde la derecha- al convencionalismo parlamentario (en nombre de un golpe salvador, en nombre de una revolución tercermundista).

Insisto en el paralelismo entre os acontecimientos que malograron tufo y otro bienio. La democracia republicana fue traicionada sucesivamente desde dos ,extremismos de signo opuesto, incapaces de transacción. El 10 de agosto reflejó la obcecación de una derecha a la que no decía nada la realidad del sufragio; que, en lugar de esforzarse en captarlo desde una apertura necesaria a las concesiones ideológicas y sociales, prefería acudir al corte del nudo gordiano me diante la violencia, entendiéndo se a sí misma como única encarnación de España y de su historia. El 6 de octubre alumbró, a su vez, la pretensión deuna izquierda empeñada en excluir al resto de la opinión española, erigiéndose en encarnación única del régimen y convirtiendo al mismo régimen, a su versión del régimen en camino irreversible parla la historia futura.

La segunda parte de este artículo aparecerá en estas mismas páginas el lunes, día 8 de octubre.

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