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La emotiva despedida del torero

El peligro del toro reglamentario

"Las cornadas de otoño son temibles", suele decir Máximo García de la Torre, cirujano jefe de la enfermería de la plaza de Las Ventas. En otoño el toro reglamentario tiene seis meses más que cuan do empezó la temporada. Lo peor del toro es la edad. Para dominar el sentido que desarrolla con el paso del tiempo son necesarios recursos técnicos de primer orden y un valor excepcional.El torero ha de ser valiente. Aunque sólo sea para torear un becerro, hace falta valor. A más toro, más valor, se precisa, y ya el toro en la arena, cada torero tiene una capacidad de respuesta distinta.

El espectáculo taurino posee valores sustantivos, pero es también competencia, y cada tarde opera la selección de los mejores. La selección, lógicamente, es más depurada cuanto mayores difictiltades presenta el toro. Si no presenta ninguna, le da pases cualquiera.

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Pero uno es el toro que describe el reglamento y la afición, exige, y otro el que pretenden imponer le s taurinos profesionales. Para el reglamento y el aficionado, el toro ha de tener los cuatro años cumplildos, trapío, defensas intactas y buidas, estado sanitario perfecto; nada excepcional, por otra parte: se limitan a describir el toro tal como lo hizo la naturaleza. Para los taurinos profesionales, debe ser un dije, según su jerga; es decir, escasamente fiero de aspecto, joven, terciado, y si es chico, mejor; brocho, flojo, suave de tempera mento y codicioso, pero no tanto que llegue a molestar.

La enconada confrontación de opiniones entre aficionados con reglamento y taurinos sin él, es vieja cuestión que jamás se armoniza, ni en el terreno teórico ni en el práctico. El reglamento señala las características esenciales que ha de tener el toro, y de ellas resulta un animal peligroso, aunque sea boyante. No es tanto por acentuar los riesgos en la arena como por establecer la justa en los más aproximados términos de equilibrio. Los aficionados no admiten a discusión que se altere la integridad del toro, pues les repugna que se le desnaturalice, y cualquier manipulación sería una bajeza. Y al torero también le señalan sus características esenciales: que tenga valor para enfrentarse a la fiera; que actúe en óptimas condiciones físicas; que conozca a fondo su oficio, para resolver, sin accidentes, los problemas de la lidia.

"Cierta crítica", que dicen, denuncia el fraude de la manipulación del toro y enoja a los taurinos. Manili no se recató de gritar en público ¡La culpa la tiene la Prensa!", cuando salía de velar al infortunado Paquirri. No tiene razón de ninguna manera: el toro que mató a Paquirri no fue el que, la Prensa reclama y la afición exige, sino, precisamente, el que quieren imponer los taurinos profesionales.

La tragedia de Pozoblanco enciende de nuevo la polémica de si el toro reglamentario aboca a los toreros a un riesgo inútil, y, en tal caso, sí tendría sentido exigirlo. Lo previsible es que la polémica pase y el forcejeo entre las exigencias de los aficionados y los intereses de los taurinos continúen siendo cuestión, sin que se dé por enterado el Ministerio del Interior, al que corresponde la vigilancia de las normas reglamentarias. Pero si de ella se dedujera el triunfo cabal y definitivo de las proposiciones de los taurinos, nacería una fiesta distinta.

Como no se trata de estafar a nadie, habría que anunciarla tal como es: "seis toros despuntados", y "derrengados", y "pequeños", y "descastados". De la lidia sería razonable suprimir un tercio, pues para qué se necesitan picadores con toros así. Y ya que ponían el toreo tan fácil, los 20.000 espectadores estaríamos abajo, en el ruedo, pegando pases de todas las marcas, y los tres matadores arriba, mirando.

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