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La 'teología de la liberación'

Pasada la tormenta veraniega que con el nombre de teología de la liberación ha puesto en jaque las turbulentas relaciones entre el Vaticano y el catolicismo latinoamericano, podemos sentarnos a reflexionar y a sacar las conclusiones de la lucha.Efectivamente, ya tenemos a nuestra disposición el documento, que, firmado por el cardenal Ratzinger y aprobado en principio por el Papa, hace un análisis detallado del problema. Hay que reconocer que se trata de un estudio serio y bien hecho. El análisis que de las teologías de la liberación se hace y de sus relaciones con el marxismo es profundo, realista y acertado. No podemos olvidar que el prefecto de la congregación romana es un antiguo profesor de Teología de la facultad de Tubinga.

Lo más enjundioso de este análisis es la alarma que se hace al peligro de reduccionismo; o sea que se entienda por liberación sólo una parte o espacio de la realidad humana (política, social, económica) y se olvide el horizonte amplio y escatológico que envuelve siempre el concepto de salvación; concepto que se presenta como paralelo antitético del de pecado.

En esta alarma entra también la consideración de un peligro de totalitarismo por parte de la opción marxista. Es decir, hasta ahora, el marxismo se ha presentado como una opción global que incluye necesariamente una ideología apriorista que impone ciertas aceptaciones de la negación de todo trascendente y de la absolutez de lo inmanente, llámese éste historia, proletariado o lucha de clases.

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Cuando no se ha dado esta globalidad ha sido en los casos en que el marxismo no formaba parte del sistema en el poder y era sólo un deseo veleidoso de grupos inconexos.

Pero cuando cuaja en un proyecto político viable, siempre resurge la totalidad de ortopraxis y ortodoxia.

Como digo, todo el documento mantiene este tono alto y profundo de análisis y de síntesis. Pero, a mi juicio, presenta algunos fallos esenciales.

El primero es que no se citan nombres ni textos. Se parece un poco al documento famoso -el Syllabus- que a principios de este siglo publicó Pío X contra los llamados modernistas, herejes o candidatos a la herejía, a los que nunca se les nombró por sus nombres. Todavía hoy estamos sin saber quiénes fueron los que se atrevieron a decir las cosas que el documento romano les echaba en cara. Lo mismo pasa hoy.

¿Cuáles son los teólogos de la liberación que han dicho todas o algunas de esas cosas que tan bonitamente expone el documento? Es muy fácil crearse previamente los adversarios, perfectamente uniformados y equipados, para después ametrallarlos con la mayor facilidad. En segundo lugar, no se tiene en cuenta que la verdad no existe en abstracto, sino en concreto: tiene su espacio y su tiempo. ¿Se puede decir que esta palabra, bastante negativa, sobre la teología de la liberación ha sido dicha cuando y como lo debía ser? ¿Es posible olvidar que los teólogos de la liberación están en la brecha allí donde se defiende la causa humana, la causa del pobre, y que, por tanto, sus equivocaciones son errores, pero a favor del hombre? ¿Por qué, junto a esta palabra de alerta contra el peligro (quizá real) de error-a-favor-del-hombre, no hay otra palabra, más fuerte, de alarma total frente al peligro de opresión de la que son víctimas las gentes y los pueblos en cuyos ámbitos trabajan heroicamente los teólogos y los cristianos de la liberación latinoamericanos?

Finalmente, no puede olvidarse que la misma Iglesia católica ha fallado históricamente al ideologizar no la teología de laliberación, sino la teología' de la dominación.

Tiempo ha habido en que la teología lo justificaba todo, si realmente se trataba de la cúspide de la sociedad: desde la colonización gratuita de grandes territorios hasta los caprichos de un soberano que quería cambiar de esposa.

Una Iglesia sí tiene que tener memoria histórica. Los fallos que haya en la actual teología de la liberación serían fallos relativamente positivos; y los dirigentes de la Iglesia sólo podrán señalarlos cuando hayan puesto en el otro plato de la balanza una confesión sincera de pecados pasados y una praxis, sobradarnente sensible, de despegue frente a los actuales "señores de este mundo».

Esperarnos que las recientes actitudes tomadas por Juan Pablo II en Canadá contra los imperios del Norte y a favor de los desprotegidos del Sur sean un comienzo de una nueva etapa de la brújula que guía a esta frágil y resistente barquilla, que es la Iglesia cristiana, en medio de un mar todavía oscuro y tenebroso.

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