El monstruo de las 'cabalettas'
Ahora sí que no hay lugar para la duda: ¡existe!, lo han visto nuestros propios ojos en el Festival de ópera de Euskadi. Allí estaba, apostado al calor de las cabalettas, ante la mirada atónita del auditorio. Como si quisiera dar cuerpo a su célebre alegato ético "soy malo porque soy desdichado" y elevarlo a emblema justificatorio de los males endémicos que amenazan a un festival como el nuestro, decidió aparecer en carne mortal sobre las tablas, junto a la hija del regimiento, el mismísimo hijo del experimento, la horrible pero tierna criatura del doctor Frankenstein.No hay por qué alarmarse, sin embargo: no fue todo sino un guiño feliz de Diego Monjo, que supo aprovechar inteligentemente las virtualidades humorísticas de la ópera de Donizetti, la única quizá que se prestaba a un juego escénico exento de la habitual rigidez. Venían bien, por lo demás, los militares de cartón y restantes frivolidades de la obra, como tregua merecida al inexorable cortejo de muertes trágicas que vamos soportando desde que se levantó el primer telón, y que la función de clausura ha vuelto a alimentar.
Festival de Ópera de Euskadi
La fille du régimentG. Donizetti. Intérpretes: Adriana Anelli, Alfredo Kraus, Rosa Laghezza, Philippe Laffont, Nino Carta. Regidor de escena: Diego Monjo. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Director: Alain Guingal. Anna Bolena Intérpretes: Adelaide Legri, Umberto Grilli, Martine Dupuy, Giorgio Surjan, Benedetta Pecchioli, Alfonso Echeverría y Gianfranco Manganotti. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director: Armando Galto. Coros de la ABAO. Teatro Cofiseo AIbia . Bilbao, 11 y 13 de septiembre.
Reválida de Kraus
Alfredo Kraus revalidó su triunfo de Werther encarnando un Tonio en las antípodas del personaje de Massenet, acaso no demasiado entregado desde el principio. Pero al llegar al aria famosa de la cabaletta organizó una auténtica orgía para los cazadores vocacionales de does de pecho (que no faltan entre el público), un derroche pocas veces disfrutado del mejor virtuosismo. Después de ocho does consecutivos lanzados con la facilidad de quien canta mientras se ducha, aún coqueteó con el último, Prolongándolo y trayéndolo pausadamente a cuestas, mientras paseaba desde el fondo del escenario hasta la concha misma del apuntador. Luego, además de su intervención modélica en todos los concertantes nos hizo escuchar un aria, Pour me rapprocher de Marie, de una belleza de expresión difícilmente igualable.Adriana Anelli, que encabezaba el reparto, le dio una réplica esplendorosa en un papel más adecuado, con mucho, a sus características de coloratura que el que hubo de defender en Rigoletto Muy de resaltar, igualmente, la adecuación estilística de la mezzosoprano Rosa Laghezza y del barítono francés Philippe Laffont, así como los buenos oficios de los coros y del director, en un desenvolvimiento general ágil y divertido.
Si ese primer Donizetti podría considerarse de oro en su gracia bufa, la versión de Anna Bolena -que era estreno en Bilbao- no consiguió pasar del bronce. La soprano argentina Adelaíde Negri sustituía en el personaje protagonista a la indispuesta Katia Rícciarelli, pero ni sus buenas cualidades vocales ni las del bajo Giorgio Surjan o de la mezzo Martine Dupuy, ni los esfuerzos del concertador en favor de los solistas, bastaron frente a deficiencias como las del tenor Umberto Grilli o el hieratismo impuesto por un decorado monolítico para obtener excesiva brillantez de la larga partitura.
Las orquestas, que constituyen el elemento más estable de todo el festival, han sido, cerrada ya la caja de los sustos y no por casualidad, el más inexpugnable y el de mayor rendimiento medio.
Carencias
La temporada operística de Bilbao ha demostrado una vez más las carencias que eran de prever. Sin un teatro idóneo, imprescindible no ya para una puesta en escena decorosa, sino simplemente para llevar a cabo un número de ensayos suficiente; sin una voluntad clara de programar desde criterios amplios y, sobre todo, musicales, y no de mera autocomplacencia; sin una sola oportunidad de acoger a un público que no sea el de largo ó el del consabido amor por lo kitsch, el festival se arriesga -a pesar de las ayudas oficiales- a quedar convertido en pura y simple feria del exhibicionismo canoro.
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