El cineasta turco Yilmaz Güney muere en un hospital de París a los 47 años
El director de 'Yol', Palma de Oro del festival de Cannes, presidió el año pasado la Semana Intemacional de Cine de Valladolid
El director de cine turco Yilmaz Güney falleció ayer por la mañana, a los 47 años de edad, en un hospital de París, donde se encontraba exiliado desde 1981, tras una larga enfermedad, no especificada por los amigos del director que anunciaron su fallecimiento. El cineasta compartió, con su película Yol, en 1982, la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes junto a Desaparecido, de Costa Gavras. La calidad de aquella obra llamó infructuosamente la atención sobre la personalidad de Güney, ya que, boicoteada la exhibición de sus películas por el Gobierno turco, sólo algunos títulos aislados pudieron ser presentados en algunos festivales (el de Valladolid, entre ellos), sin que el público mayoritario europeo lograra conocerlos. Sólo Yol y su último filme, El muro, rodado el pasado año en Francia, se han estrenado normalmente en las pantallas comerciales. Será enterrado el próximo jueves en el cementerio del Pere Lachaise, de París.
La trayectoria profesional de Güney es inseparable de su actitud política, al menos desde que en 1966 alternara su trabajo de actor con el de la dirección. En aquel año era ya una de las figuras más populares de las pantallas turcas; los continuos viajes a que le obligaba su actividad le ayudaron a sensibilizarse con la situación en que vivían sus conciudadanos. Hijo de una familia de campesinos, había trabajado, como su padre, en múltiples oficios, hasta que fuera descubierto como actor cinematográfico gracias a su planta de galán. Sus experiencias de aquellos viajes determinadon la decisión de realizar un cine que reflejara la realidad de su país. Desde 1958 escribía sus propios guiones.En 1961 comenzó su peregrinaje por distintas cárceles turcas, acusado de subversión. En el primer caso, por haber escrito una novela, La incongruencia de los tres desconocidos, en la que los jueces creye ron encontrar propaganda corriu nista. "Pero sufrí varias detenciones más", contaba. "Una, por ayudar a estudiantes que favorecían la independencia del pueblo kurdo otra, por participar en una reyerta en la que murió un juez fascista", delito no demostrado, pero por el que fue condenado a 18 años de cárcel. Evadido al disfrutar de un permiso, Güney se refugió en Europa coincidiendo con la presentación en Cannes de Yol, que, bajo sus precisas instrucciones, había filmado su ayudante, Serif Gorin.
Este sistema de trabajo sorprendió a la mayoría de los críticos europeos. Que un director encarcelado se considerara autor de las imágenes rodadas por otro, parecía extraño. Sin embargo, al comparar los filmes dirigidos directamente por Güney y aquellos que controló Gorin, no aparecen diferencias sustanciales: el talante creativo del cineasta fallecido preside por igual todos los filmes.
Con un estilo narrativo aséptico, tendente a mostrar con objetividad las circunstancias sociales, morales y políticas de sus personajes, Güney, paradójicamente, se acercaba al melodrama, al western, incluso al folletín. Mantenía firme el distanciamiento con que quería plasmar cuanto le preocupaba gracias a su respeto por un diálogo realista, nacido de las obvias influencias que sobre él ejerció el cine italiano de posguerra.
En sus películas no se trata a tanto de un discurso personal como el de toda una etnia y, en consecuencia, ninguna otra cinematografia subdesarrollada y bajo tan feroz dictadura ha logrado ofrecer imágenes tan contundentes como las del cine de Güney. Es evidente que triunfó en sus pretensiones: la comprensión de Turquía se hace indivisible hoy de la del cineasta: "Al principio, elegí a mi espectador: yo no quería hacer películas universales, sino dirigirme exactamente a las personas que debían verlas. Más tarde amplié ese páblico".
Seguridad narrativa
Con una seguridad narrativa que sorprende en cineasta tan marginado, Güney hizo un cine sólido, medido, que no precisaba de complicidad alguna para se aplaudido. La violencia que late en sus narraciones nace, obviamente, de la que tanto el cineasta como sus contemporáneos han sufrido en los últimos años, pero también de las tradiciones culturales, ancladas en el medievo, contra las que Güney luchaba en sus películas con el mismo ardor que condenaba al Gobierno militar: "Lo esencial es destruir a los policías que llevamos en nuestras cabezas Una vez logrado esto, las condiciones objetivas pueden ser con troladas". La denuncia de Yol es, en este sentido, una prueba evidente.Para presentar esta película se trasladó a España. Aun conocedor de otras lenguas, elegía la suya de origen para responder a los periodistas. No quería ver trastrocados sus planteamientos. Era un hombre enérgico, vital, curioso, al que inquietaba el continuo riesgo de su vida, pero no menos que la tipificación de sus problemas sin un compromiso previo del interrogador.
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