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El nuevo mapa político del Magreb

La unión entre Marruecos y Libia perturba la política de Estados Unidos en la región

Seis o siete anteriores intentos de unión de Libia con otros países árabes sorprendieron primero y luego fracasaron. El último de ellos, el más inverosímil e inesperado, la unión libio-marroquí, ratificada el pasado viernes, parece, paradójicamente, destinado a durar. La explicación de esta paradoja es doble porque ésta es la unión que menos obligaciones impone a las partes y porque las contradicciones y los conflictos de Libia y Marruecos con sus respectivos rivales regionales son más duraderos y fuertes que lo que puede separar a Libia y Marruecos. Se trata de una unión que preocupa a Francia y perturba la política de Estados Unidos en la región.

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Libia es una república popular, de cuño absolutamente inédito, y Marruecos una monarquía anclada en sus tradiciones. Gadafi es un revolucionario; Hassan II un conservador. El uno es un iconoclasta de la propiedad privada, el otro le rinde culto. El rey Hassan II prefiere los palacios y el complicado juego político cortesano. Gadafi prefiere las jaimas en el desierto y es un visionario con medios para financiar "armas invencibles" y con ánimo para contemplar imperturbable sus destrucciones. Sólo les une su ambición de ser los únicos actores y autores de las vidas de sus pueblos y países.Ni siquiera en materia de religión coinciden. Gadafi se ha enajenado a todos sus teólogos con una interpretación muy particular de la religión, que se resume en "Sí al Corán, no a la sunna". Hassan II, por el contrano, acepta plnarnente la sunna y se, apoya en sus ulemas para combatir los vientos del fundamentalismo.

Lo cierto es que para Washington, París o Madrid, resulta difícil someter a un ordenador los datos básicos de esta unión para obtener respuestas simples. De ahí las reacciones negativas que el tratado suscita entre ellos.

El lobby judío del Congreso norteamericano, el más promarroquí de todos, está dispuesto a solicitar la cancelación de la ayuda militar nortearnericana a Marruecos. Curiosamente, la influyente comunidad judía de Marruecos invitó a sus miembros a votar en el referéndum del viernes pasado.

Cerco norteamericano

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La decisión del rey Hassan II aliado por muchos motivos privilegiado de Estados Unidos, ha irritado a los norteamericanos, que no fueron consultados, aunque sí informados. Ante todo porque perturba todo el discurso político africano de la política exterior de Ronald Reagan, que sigue considerando a Gadafi como el primer terrorista mundial y el enemigo público número uno.Gadafi debió de sentir el frío de la amenaza real el pasado 8 de mayo, cuando un comando intentó tomar el cuartel de Trípolí, donde reside. El rey de Marruecos fue en el pasado un eficaz aliado de ese cerco a Gadafi de EE UU. Juntos lograron asestar un duro golpe al prestigio de Gadafi hace dos años cuando impidieron que la vigésima cumbre de la Organización para la Unidad Africana (OUA) pudiera llevarse a cabo en Trípoli.

La unión con Libia va acompañada de la sugerencia de que, gracias a la retirada del apoyo de Gadafi al Polisario, Marruecos podrá alcanzar la tranquilidad en el Sáhara. Precisamente ahora que EE UU podía pretender cobrar réditos por la evolución militar del conflicto, a la cual tanto contribuyen. Por último, la existencia de los acuerdos militares de Marruecos con EE UU tendrá una convivencia incómoda con las obligaciones de asistencia militar mutua ante una agresión exterior que se derivan para Marruecos y Libia del artículo 12 del tratado.

Los dos apresurados viajes "estrictamente privados" del presidente François Mitterrand a Marruecos la semana pasada son lo suficientemente elocuentes. Francia se ve afectada en su política con respecto al Chad y por sus obligaciones de garantizar la estabilidad interior de Mauritania y Túnez. Este acuerdo pone a la disposición común de Marruecos y Libia unas potencialidades humanas, militares y económicas que superan a las de Argelia, a las que ambos países, geográficamente, rodean en un emparedado hostil. Francia, que no modificará ciertamente su iniciada reconciliación con Argelia a causa del tratado marroquí-libio, no puede menos que contemplar con desagrado la posibilidad ahora, acrecentada de extensión y ampliación a otros países de las rivalidades del Mogreb.

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