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FESTIVAL DE SANTANDER

La belleza sonora

ENVIADO ESPECIALCon los dos conciertos de la Real Filarmónica de Londres, dirigidos por Sernyon Bychkov, los días 26 y 27, se ha cerrado la importante contribución londinense al festival, que este año se concretó en dos grandes orquestas (la Sinfónica y la Real Filarmónica), dos formaciones de cámara (los Mozart Players y los Virtuosos), una orquesta juvenil y el dúo JacksonMurphy, de órgano y trompeta.

No ha dirigido la Real Filarmónica Yuri Termikanov, sino Semyon Bychkov, soviético residente en Estados Unidos, que a sus 32 años ha desarrollado una rápida carrera. La pasada primavera se presentó con las orquestas del Concertgebouw, de Amsterdam, y la Filarmónica de Nueva York, y se hará cargo de la titularidad de la Sinfónica de Búfalo (EE UU).

Maestro que alterna el trabajo sinfónico con el operístico, Bychkov, seguro y práctico, un intérprete que busca antes la efectividad de las amplias sonoridades que el refinamiento del estilo y un preparador rapidísimo. Estos y otros rasgos de Bychkov -su gusto por el sonido denso tanto como su capacidad para lograr ambientes poéticos como el del Largo de Shostakovitch- se han evidenciado al primer contacto del director con la orquesta en Santander.

La Real Filarmónica luce unas calidades fascinantes, fruto de la alta profesionalidad de todos sus componentes, entre los que brillan solistas fuera de serie. La orquesta posee características propias; para empezar, un sonido muy distinto del de otras formaciones británicas por la riqueza de sus frecuencias graves, unida a una ligereza de ejecución de auténtico virtuosismo colectivo. Llama la atención la cohesión entre los arcos y los vientos de madera y metal a partir del mismo concepto sonoro.

Ante la Real Filarmónica, al director se le ofrece un soberano instrumento con el que realizar sus versiones. Las de Bychkov fueron de variado interés, desde una séptima sinfonía de Beethoven concebida a la vieja manera, con tendencia a lo pesante, hasta una quinta de Shostakovitch entendida y transmitida con veracidad, cuyo largo nos dio la medida expresiva del maestro, su actitud para situarse en el polo contrario de la demagogia sonora inevitable, porque está ya en los pentagramas heroicos o hímnicos de los movimientos extremos de la obra.

La patética de Chaikovski, tan unívoca a primera vista, ad mite interpretaciones bien dispares: quién, como Bychkov, acentúa la carga dramática desde unas densidades sonoras muy anchas; quién, como Beecham, Celibidache o Markevitch, conseguían el más ardiente pathos desde la transparencia de la textura y un plan dinámico siempre controlado. Éstos parecen interiorizar la tragedia; los otros, como Bychkov, la exteriorizan en grado máximo, aunque sin acudir a recursos fáciles y caprichosos. Esto es, con un respeto hacia lo escrito que desde Mahler hasta nuestros días ha liberado la dirección de orquesta de "genialismo" o lo ha hecho demasiado reconocible. SÍ la Patética o la séptima de Dvorak pueden, en manos de Bychkov, pecar de exceso en las potencias y, a veces, de un demasiado riguroso constructivismo, no puede decirse que su trabajo se haga a costa del compositor.

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