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Reportaje:El español desnudo / 5

Costa del Dólar

Entre Torremolinos y Sotogrande, Marbella. En Marbella, Menchu, madame de la Costa del Sol, de la Costa del Dólar. Menchu tiene un salón, abierto al mar, para los guapos -guapos del dinero, de la sangre, de la inteligencia- y un salón, cerrado al mar, para los feos: dentistas enriquecidos que llegan de Madrid dispuestos a penetrar en el meollo del cogollo del bollo. Pero Menchu, entre el whisky y el cigarrillo, se lo dice al camarero: "A ésos colócamelos en el salón de los feos, donde no los vea nadie, que me hunden la industria".

Costa del Sol, Costa del Dólar: Aquí es donde se prueba y demuestra que el dinero no lo puede todo. Hay una selectividad de la clase -¿clasista?- más importante que los dólares/peseta. La Costa del Sol reproduce así, en bolas y de madrugada, los esquemas nacionales. Los padres procesales del socialismo sí que contaron con esta forma de poder social que no es exactamente poder económico, aunque se traduzca en tal. Quienes no han contado con eso para nada han sido los rudos discípulos de los padres procesales. Puerto Banús: en otra sección mía de este hospitalario periódico tiene uno escrito que el banusismo fue a la arquitectura franquista lo que el herrerianismo de Juan de Herrera a la imperial. Puerto Banús, como un decorado "moderno" para los Quintero, es un caos de tráfico y una mentira urbanística. Menchu, madame en decente, con el pelo rubio/tabaco rubio, con mucho juego de cigarrillo y whisky entre la boca y las manos, le da a su mar de Rodeo Beach, cosas que la mar no tiene. Me lo enseñó hace muchos años el grande poeta José Hierro: "A la mar fui por naranjas, cosa que la mar no tiene. Metí la mano en el agua, la esperanza me mantiene". Y decía el asombroso Pepe: "En estos dos versos subsiguientes, que la gente ignora, está la clave de la copla, clave enormemente lírica: "Metí la mano en el agua / la esperanza me mantiene". La esperanza mantiene a la Ursula Andress apócrifa, jovencísima y con la bandera nacional por cinturón, que me ha caído al lado.Se besa con Menchu, pero no sé quién es, ni lo pregunto. Las camisas negras, con rayas o dibujos, de sus acompañantes, me hacen presentir lo peor, pero prefiero no enterarme. Me miran como a un espía soviético que se ve a todas luces que es soviético. Pero he querido llegar hasta aquí, hasta el ludibrio del manubrio del bodrio, que dijo el otro, para entender un poco a esta gente, por saber qué es lo que defienden. Defienden el mar perpetuo y la inmovilidad de las estructuras, mientras Miguel Juste, abogado y futuro líder de la derecha/derecha, nos tiene un rato esperando para cenar.

-El avión, la huelga, ya sabéis...

-¿Pero no se había arreglado eso de la huelga con el laudo, Miguel?

Y Miguel (pelo gris, camisa bian, dulzura abacial) sonríe. Ana María, española con dulces embajadas matrimoniales en Italia, se está tomando un zumo de frutas con pajita quebrada. Miguel Juste pide lo mismo, y luego compruebo que es que rehúye el alcohol.

-El médico me dijo, Umbral: "O le recambio la válvula del corazón o monta usted a caballo".

-Había una tercera fórmula, Miguel, que era cambiarle la válvula al caballo.

Pero la derecha no tiene sentido del humor. Faltando a mi deber profesional de ligar las rubias maravillosas de casa Menchu (la literatura no es sino una segunda profesión), me enrollo con Miguel Juste (hombre muy grato, por otra parte) en una disquisición sobre su último artículo:

-Mira, Miguel, tu objeción a la justicia psocialista está muy bien planteada técnicamente, y no entro para nada en la filosofía que profesas, ni para bien ni para mal: pero te voy a hablar como articulista de profesión y condición, que es lo que es uno, modestamente: hacia el final de tu artículo hablas de los "jueces barbudos" y socialistas que pueden invadirnos. El que a ti no te gusten las barbas es ya un matiz personal que nada importa en tu rigorosa y técnica argumentación (esto de rigorosa sólo se lo permitían los cajistas a Ortega: a mí me ponen rigurosa o vigorosa: hay que ser Ortega hasta para ganarse a los cajistas).

Miguel Juste, absorto en su zumo de frutas con pajita truncada, no sé si presta mucha atención a mis argumentos. El mar llega como acordeón del mundo hasta los pies de las bellas: Ana María, Pitita Ridruejo, Menchu, la rubia apasionante y desconocida, que nadie me presenta.

El mar no llega hasta el salón pospuesto de los feos, de los dentistas madrileños y los podólogos de provincias, postergados por el camarero de Menchu.

Mira, Miguel -le digo a Juste-, un artículo,- como un soneto, es objetivo y técnico o es subjetivo y lírico, como los míos, desde el principio. Lo que río puedes es cambiar de rollo a mitad del tema. Va contra las leyes del género. El artículo es el soneto del periodismo, y eso no lo sabéis quienes sólo sois articulistas de ocasión: casi todos los políticos. Y no te lo digo, Miguel, en defensa de los "jueces barbudos", sino en defensa de tu propia prosa. Por ahí se te ve la oreja de oro, como a Paul Guetty.

Lo cual que Plácido Domingo estuvo con uno de los Guetty -multimillonarios-, dándole clases de música, porque quería ser un gran cantante y creía que el dólar lo puede todo (estamos en la Costa del Dólar). Hay quien ha visto al genial Plácido Domingo siguiendo penosamente al piano a un Guetty chillante, en las notas fáciles y cálidas de Amapola. De modo y manera que me corroboro en mi reciente denuncia (en este periódico) de la comercialización banal y mondain de don Plácido: algunos dicen que el genio maligno que le asesora para ganar dinero fácil es su santa esposa.

¿Y qué otra misión, si no, tendrían las santas esposas?

De Rodeo Beach nos vamos, sin haber visto la playa del nombre, tan bella de noche, sin duda, a Puerto Banús propiamente dicho, a comer (son las doce de la noche por mi reloj atómico). Puerto Banús, en la noche de las candelas, con una tajada de sal que el mar nos mete en la boca, es un decorado de los Quintero pasado por el vanguardismo funcional de Pepe Caballero. Un cruce de cortijo y rascacielos. Es donde las pequeñitas me piden más autógrafos, a pesar de lo cual no consiguen reconciliarme con el sitio; sobre el banusismo como Bauhaus franquista ya tengo escrito en estas páginas.

María Liébana olvida sus artes femeninas y sus oficios literarios, para servir pizzas en una pizzería de Fuengirola. "Se viste para despachar como si fuera a la ópera". Así son las cosas y así hay que hacerlas. Pitita Ridruejo, en su casa de Los Monteros, que está entre casona soriana, iglesia románica y chalet marbellí, nos recibe en bikini negro, con ajorcas griegas en los pies. El resol la pone sugestiva de luces indirectas que tienen su bisel en la cal. Las hijas -ay estos hijos- le han robado los coches, de modo que escapamos en mi descapotable rojo. Me paseo por la Costa con un cabriolet Ford, que es la manera de que a uno le respeten y de que la derecha/derecha se cabree:

-Bueno, ¿pero éste no era rojo? ¿A qué viene ahora tanto cabriolet?

-Así es toda la izquierda, querido marqués; no quieren más que reventar de comer bogavantes.

Linda Christian, la viuda de Tyrone Power, arrastra por las fiestas la memoria de aquel hombre que murió en Madrid, vestido de rey Salomón. Los Ordóñez, don Antonio y Carmencita, celebraron el santo de la niña tipo restaurante. Sólo Gunilla von Bismarck jugó limpio limpísimo en la "fiesta transparente" de don Jaime de Mora. Iba de desnudo y encaje antiguo (y transparente). El resto se defendió con el plexiglás y la ropa convencional debajo. Marbella es un erotismo de plexiglás. La Cantúa anda sola, Horcher invita, Saritísima inicia cruzada contra la droga, María Salerno sale/no salé con Junot, quien me dice que ser play/boy es tercermundista (y me consuela mucho adivinarle una camiseta bajo la camisa, como yo mismo llevo: con camiseta también se liga). Antonio González, el que fuera Pescaílla, no ha venido, hombre, porque está internado en la clínica Quirón, de Barcelona, donde yo mismo luché hace años contra una de las crisis más graves de mi vida. La noche se llama Sofía de Habsburgo. La noche se llama Beatriz de Borbón. El día, en Marbella, se llama Al Midani, que es el que nos lo va a comprar todo. O Kasshougy, que sólo compra brillantes que brillen. La paleoespaña ultraeterna de Marbella, a estos jeques les llama "los moros".

Pero tiene uno escrito en anteriores crónicas, aquí en el bar de la piscina del Don Meliá, muy de mañana, cuando el mar aún no sé ha despertado, porque el mar madruga menos que los cronistas, que Marbella se hunde en el mar, como Venecia, con todos sus marqueses. Lo cual que, terminada la escritura y la lectura (ando con Leopardi, en la edición Alfaguara/Colinas, que tenía perdida por casa), comparto el buffet libre con los hombres de Paco Ojeda y de Paquirri, que llevan mano a mano, pueblo a pueblo, costa a costa, el duelo de los dos toreros de moda. Uno tiene como muy escrito que España funciona mejor (peor) por hipartidismos, y que el Felipe/Fraga apasiona al personal tanto como el Ojeda/Paquirri.

-Que soy el apoderado de Ojeda, don Francisco, y que tendríamos mucho gusto en invitarle a la corrida de esta tarde, en Cádiz dimos la nota, usted no se lo tiene que perder, el maestro le invita, la corrida es a las siete.

Luego, almuerzo cerca de Ojeda y su corte faraónica. Los toreros son como los cómicos. Sólo hablan de lo suyo. Lo demás son tinieblas exteriores. Sólo que los toreros hablan a gritos. (Los cómicos también, en los cafés.) No sé si la consigna es hablar mucho para que el maestro se distraiga y no piense en la "muerte en la tarde". Luis Miguel Dominguín ya lo ha dicho:

-Si voy a Marbella, sólo visitaré casa Menchu. Lo demás no me interesa.

Pero Luis Miguel, gordo de tratamientos médicos, no ha bajado estos días a Marbella. Somosaguas, en Madrid, ha sido encristalado por Lucía, con un gran ciprés en el centro. Luis Miguel se proclama "muy marido de Lucía". "Es para obligarles a firmar y quedarse con todo. Quiere morir matando". "No se resigna a la fama del hijo, al que siempre insultó y menospreció". Éste es el roneo de Marbella a tantos de tantos de mil novecientos tantos.

Marbella es un Sotogrande, previo donde las familias aún no se ponen el bañador de cuello vuelto, pero casi. Sotogrande, adonde no pienso bajar este año, es algo así como "los juegos reunidos", según lo llamé una vez: submarinismo, golf, polo, tenis, cesta, bridge, backhamon, más las versiones infantiles de todo esto, con sus campeonatos correspondientes. Se trata de jugar a todo durante todo el rato, para no pensar en nada. Qué miedo le tiene cierta derecha a su propio pensamiento, que es más libre que ella misma. En Marbella todavía se adultera dulcemente. En Sotogrande se reza el rosario en familia. Y en Nerja está José Guerrero, el gran pintor abstracto malagueño, en su cortijo, "lo compré por cuatro perras, hace veinte años, y ahora tengo hasta aceitunas", poniendo bandera roja en el balcón de su estudio, cuando trabaja, para que no entre nadie. Costa del Sol, Costa del Dólar. Los jeques del petróleo, que quieren comprar, van a ser dulcemente estafados por los ricos madrileños, que tienen algo de judíos, moros y cristianos, en una sabia mezcla, y que le pueden vender a un jeque incluso el mar Mediterráneo. En la última fiesta que han dado los fantasmas del petróleo, las mejores mujeres del Marbella/show bailaron lo de los siete velos y lo del vientre. El español desnudo no se entera de nada de esto, porque se acuesta a las once o se va al Teatro Chino de Manolita Chen, como en Madrid. Es cuando descubren -oh- que el dinero no hace la felicidad. Además del dinero hay que ser alguien, algo. Siquiera Menchu.

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