El debate en el Senado francés de la ley de referéndum marcará mañana el inicio de la batalla contra Mitterrand
El Senado francés iniciará mañana el debate sobre el texto gubernamental que propone la modificación constitucional destinada a ampliar la aplicación del referéndum. La cámara alta, dominada por la oposición de de derechas, rechazará abiertamente el debate y, consecuentemente, abrirá una batalla jurídico-político-constitucional entre el jefe del Estado y la oposición.
Tras la fenomenal polémica que desencadenó el presidente de la República, François Mitterrand, el pasado día 12 de julio, al convocar un referéndum para el próximo mes de septiembre (que posiblemente no se celebrará), la oposición conservadora-liberal pretende, en un primer tiempo, que Mitterrand se vea forzado a disolver la Asamblea Nacional, y después, que él mismo dimita si esos comicios le son adversos."Cada día estoy más convencido de que el Gobierno actual no podrá durar dos años", declaró el pasado sábado el líder de la oposición centrista-radical-liberal, Jean Lecanuet. Con tan pocas palabras, el democristiano que en 1965 fue candidato a la presidencia de la República porque sonreía como nadie y, gracias a ello, aún ejerce, como siempre, de eterno segundo de la política, ha simplificado al máximo la tela de araña en la que se ha, convertido la vida política francesa.
Lecanuet ha dicho claramente lo que todos piensan en la oposición: el Gobierno actual, a pesar de haber sido remozado con la incorporación de Laurent Fabius comoprimer ministro, no resistirá la desaprobación de la opinión pública, que continúa, a través de los sondeos, manifestando su hostilidad a la política socialista. "Mitterrand", añade Lecanuet, "con sus habilidades y marrullerías, ha querido enmascarar los problemas, pero no lo conseguirá".
La estrategia de la oposición
En la estrategia de la oposición se contempla como consecuencia primera la disolución de la Asamblea Nacional para clarificar el escenario político. Tras ello, como la oposición confía en que va a ganar ampliamente y que, desde la Asamblea Nacional, le va a hacer la vida imposible al presidente de izquierdas, este último no tendrá más remedio que dimitir.La dimisión del presidente es el objetivo final de todos los que hoy se oponen al Gobierno socialista en este país. Y no son sólo los adversarios que pueden considerarse normales, la oposición conversadora-liberal, sino también los que hasta hace muy poco formaron parte de la mayoría gobernante, es decir, los comunistas, que, desde que abandonaron el Gobierno, acentúan cada día sus ataques contra la Administración socialista.
Mitterrand, más que nunca, está solo ante el peligro, aunque respaldado por un Gobierno sólido y que practica una gestión que hoy nadie la critica a fondo. Pero el problema viene de lejos: la religiosidad de la derecha y de la izquierda, la división ideológica en este país, aún es más poderosa que los hechos.
Todo empezó el pasado mes de julio. Mitterrand se vio al borde del precipicio, acosado a muerte por una oposición que, de hecho, gobernaba el país. Las elecciones europeas, más que todas las que se han celebrado desde que gobiernan los socialistas -1981-, probaron que estos últimos apenas representan una quinta parte del país.
El espinoso problema de la escuela privada sacó el mes pasado a la calle a cerca de dos millones de personas que criticaron duramente la gestión mitterrandista. Los comunistas, a su vez, a pesar de participar en el Gobierno, disparaban desde fuera como una oposición más.
Fue entonces cuando Mitterrand, para arrebatar a todos sus adversarios la iniciativa política, inventó el referéndum y cambió de Gobierno, colocando al frente a un joven de 38 años, Laurent Fabius, educado a imagen y semejanza del presidente, y símbolo perfecto de la modernidad que hoy le fascina al más florentino de todos los políticos de todas las repúblicas francesas. Sus primeros pasos son eficaces, y la opinión lo juzga favorablemente en su mayoría.
Un enredo histórico
La partida de ajedrez en la que se ha convertido el referéndum es la que, en pocas semanas, dirá si su habilidad y capacidad de maniobra hacen de Mitterrand, una vez más en sus 40 años de vida pública, la figura fulgurante que, en el fragor de la confusión, se refugia en las cimas de la virginidad política, o la escoba con el que otros van a barrer los despojos. El enredo creado por el presidente socialista es así de histórico.Posiblemente Mitterrand no tenía a su alcance ninguna otra solución. Su único, apoyo es el partido socialista, y, en una parte, no despreciable, ese apoyo se manifiesta con la boca pequeña. Los comunistas, como en los mejores tiempos de la desunión visceral, pisotean la figura de Mitterand. Y, por fin, sólo le quedan 18 meses para afrontar unas elecciones legislativas que serán decisorias, no sólo para su mayoría, sino también para su septenio que, en esos momentos (en 1986), sólo habrá cumplido cinco años.
El invento del referéndum empezó de manera muy simple: como la oposición solicitaba un referéndum sobre la cuestión escolar (enseñanza privada subvencionada por el Estado), Mitterrand respondió que él no se oponía, pero que, para ello, había que modificar la Constitución de antemano, ya que, según el texto constitucional actual, un referéndum sólo es posible cuando se trata de organizar los poderes públicos o de ratificar tratados internacionales.
Según Mitterrand, ahora se trata de modificar la Constitución de tal manera que, en lo sucesivo, el presidente de la República pueda convocar por referéndum a los franceses cada vez que se trate de un tema relativo a las libertades públicas. A partir de ese momento, el referéndum sobre la enseñanza sería posible.
El golpe inesperado que representó la iniciativa de Mitterrand desencadenó la típica guerra civil derecha-izquierda en Francia. El referéndum es un pretexto para todos. La oposición se olvidó de que, hace un año, ella misma había pedido una reforma constitucional en tal sentido. Al mismo tiempo saltó a la palestra la polémica sobre la constitucionalidad del referéndum propuesto por Mitterrand, considerado por muchos como una artimaña destinada a forzar a los franceses a que, en un momento político difícil, plebisciten a su presidente, ya que muy pocos se van a oponer a que los ciudadanos opinen sobre la ampliación de la libertad (esta objeción es la que hizo siempre Mitterrand cuando el general Charles de Gaulle organizaba sus referendos para legitimarse directamente a través del pueblo, sin necesidad de los cuerpos intermediarios como el Parlamento).
El referéndum mitterrandista preocupa también a la izquierda, que teme que algún presidente pudiese someter a referéndum leyes contrarias a la Constitución.
La oposición, a través del Senado que domina, ha dicho que ni tan siquiera discutirá el texto que le va a proponer mañana el Gobierno para reformar la Constitución.
'Liberticida'
El Gobierno, por su parte, ya le hace ver a la opinión pública que el liberticida (a causa de la ley de la escuela se le llamó así a Mitterrand) no es el presidente, sino los líderes de la oposición, Jacques Chirac, Giscard d'Estaing y Raymond Barre, todos ellos silenciosos, reservando fuerzas.El primer sondeo de la opinión pública dice que el 70% de los franceses son favorables a que se celebre el referéndum propuesto por Mitterrand. Para saber si el presidente, su referéndum, su nuevo primer ministro, su nuevo Gobierno, y su profesionalismo impecable, saldrán adelante haría falta saber qué es lo que van a valorar los franceses en las semanas venideras, si los errores de los socialistas, o su capacidad para girar cada vez que es necesario.
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