Bolivia, cocaína para todos
El costoso polvo blanco es el principal irrigador de dólares del país
Al amanecer, en Cochabamba cientos de niños, mujeres y ancianos guardan largas colas ante los depósitos de venta de combustible para comprar queroseno, ingrediente esencial en la fabricación del sulfato de cocaína, el producto más rentable de Bolivia. En una parada clandestina de autobuses, en las afueras de la ciudad, los conductores gritan, entre una nube de personas, "¡Al Chapare! ¡al Chapare!", en busca de viajeros rumbo a la región que rinde culto a la trinidad compuesta por el dólar las armas y la cocaína.Es el primer eslabón de una cadena que se repite cada día para la elaboración del costoso polvo blanco, el petróleo de América Latina, insustituible irrigador de dólares para la débil economía boliviana. Una cadena que culmina con la elaboración de 1.000 kilos de cocaína diarios y una producción anual superior a los 500 millones de dólares (80.000 Millones, de pesetas).
Zinahota, una pequeña aldea de la región del Chapare, situada a unos 150 kilómetros de Cochabamba, es él corazón del monstruo. de la cocaína. Allí se concentra la principal producción de cocaína del mundo. Es la capital del reino de la cocaína, con sus propios jefes, sus propias leyes, su propio mercado. Es una ciudad prohibida para políticos, policías y periodistas.
En los mismos autobuses -los rocabuses- utilizados por los traficantes de queroseno viajan también hasta Zinahota decenas de comerciantes de cualquier producto, que prefieren vender su mercancía al doble de su precio a quienes saben que tienen dinero para pagarla. El queroseno se vende en el Chapare 10 veces por encima de su precio en Cochabamba. Más de 20.000 personas transitan cada día por un pueblo que no llega a los 200 habitantes.
Adiós a las 'papas'
Los campesinos del Chapare han renunciado a cultivar cualquier otra cosa que no sea la hoja de coca. De cada hectárea sembrada de cocaína, un agricultor obtiene un beneficio aproximado de 250 dólares al mes (unas 40.000 pesetas), y cada campesino posee entre cuatro y cinco hectáreas, lo que equivale, a unas ganancias superiores a las que obtiene un ministro boliviano. "En estas circunstancias, nadie puede pedirle a los indígenas que se dediquen a cultivar papas", comenta un ex militar con buenos contactos en el Chapare. En esta región existen, siempre según cálculos aproximados, puesto que no hay cifras oficiales, unas 25.000 o 30.000 hectáreas de terreno cultivado con cocaína.
Los campesinos no invierten su dinero. Como han hecho siempre, los indios siguen guardando sus ahorros en un agujero hecho en la tierra y sus hijos siguen padeciendo parasitosis. El dinero les sirve todo lo más para pagarles mujeres y, chicha -bebida popular boliviana- en una noche de sábado en Cochabamba.
Cualquier pequeño campesino de esta región boliviana dispone en su finca de un primitivo laboratorio para la producción de sulfato de cocaína. Con las hojas que cultiva, el queroseno y algún ácido -que habitualmente suele ser cal-, el campesino elabora la cocaína mediante un proceso que recuerda algo al del vino: varias personas pisan durante una noche entera esos tres productos, mezclados en un recipiente de plástico denominado batea. Una vez filtrado, se obtiene una pasta de color blanco verdoso denominado sulfato de cocaína. Casi todos los hombres disponibles de la región han sido en algún momento patas verdes -como se les, conoce popularmente por el color que toman sus piernas al pisar la cocaína descalzos-, a cambio de un salario de unos 40 dólares diarios (unas 6.500 pesetas). Este proceso se está empezando a mecanizar, aunque todavía de forma muy primaria, y ya se ha introducido alguna vibrocompactadora, que probablemente sustituirá en el futuro a los pisadores.
La mayor parte del producto elaborado se exporta a bordo de las 10 o 12 avionetas que diariamente aterrizan y despegan de los aeropuertos clandestinos del Chapare. El destino del cargamento, previa escala en la región tropical del Oriente boliviano, es habitualmente Colombia, donde cae en manos de los grandes traficantes mundiales de cocaína, que convierten el sulfato en clorohidrato de cocaína, denominación científica del polvo que se comercia en los mercados de Estados Unidos y Europa.
A 70 pesetas el gramo
Pero una parte de la producción se pone a la venta en el propio pueblo de Zinahota, donde un gramo de cocaína, por el que se pagan en España más de 10.000 pesetas, cuesta alrededor de 70.
A un lado y otro de la carretera que cruza Zinahota están expuestos, sobre mantas tendidas en el suelo, los sacos de plástico transparente que contienen la cócaina. El visitante puede acercarse, discutir el precio, compararlo con el de otro vendedor, probar el producto y llevárselo, después de pagar en dólares, con garantías de que no será molestado por la policía, al menos hasta llegar a Cochabamba. Para quien llegue a Zinahota con mejores contactos y con propósitos más ambiciosos existe también la posibilidad de negociar una compra de armas, que exhiben ostentosamente los jefes del negocio.
A Zinahota llegan a diario jóvenes rubios del norte de Europa dispuestos a jugarse 10 años de cárcel a cambio de hacer un buen negocio introduciendo la mercancía en sus países. Pero también llegan, convenientemente camuflados, agentes de la DEA (Drugs Enforcement Agency), la agencia norteamericana para la lucha contra el narcotráfico.
La prosperidad de esta región ha ascendido espectacularmente desde hace dos años, precisamente desde la llegada al poder de un Gobierno democrático. "Antes de esa época el negocio estaba controlado por unos pocos y no permitían el acceso a él de nadie más. Desde hace dos años hay muchas más personas que, directa o indirectamente, viven de la cocaína", explica un periodista cochabambino considerado como uno de los mayores expertos en esta materia.
"Por una parte, el volumen de producción se ha multiplicado por dos, o tal vez por tres, y esto ha obligado a aumentar la contratación de pisadores, de vendedores de queroseno y de todo el personal envuelto en este asunto. Por otro lado, antes sólo podían acercarse al negocio aquellos que tuviesen buenos contactos en las alturas y por tanto, la seguridad de que no serían detenidos", explica.
Desde hace dos años se ha producido lo que el vicepresidente boliviano, Jaime Paz Zamora, llama "la democratización del narcotráfico", es decir, que cualquier campesino o comerciante interesado en hacer negocio rápido, aceptando el riesgo que supone trabajar para una mafia organizada, ha abandonado su actividad para tratar con los narcotraficantes.
"En este momento se puede afirmar que ni una sola de las personas, ni una sola, que vive en el Chapare está separada del negocio de la cocaína", asegura el periodista boliviano. Hasta un convento de monjas situado cerca de Zinahota ha llegado a un acuerdo con los capos, consistente en que las religiosas curen las quemaduras que sufren los pisadores en su labor, a cambio de que los narcotraficantes garanticen la seguridad del convento.
Sin prejuicios
El reclutamiento de mano de obra no sólo se hace fácil por los salarios altos y por la permisibilidad del Gobierno, sino porque la mayor parte de la población boliviana, sobre todo las clases más humildes, carece de prejuicios morales respecto a las drogas. O al menos carecía hasta ahora, ya que el incremento del consumo de cocaína por parte de los jóvenes y los niños se está convirtiendo en un problema grave, sobre todo en Cochabamba, donde la legión de desempleados y limpiabotas de la plaza de España, que antes combatían el hambre y el frío aspirando los efluvios de una bolsa llena de gasolina, ahora han encontrado el mucho más eficaz método del basuco, un cigarrillo con mezcla de tabaco y sulfato de cocaína. La hoja de coca se vende libremente en los mercados bolivianos y su consumo es una tradición que se remonta a las culturas precolombinas.
El negocio del Chapare tiene, desde luego, sus resonancias en La Paz. Primero, resonancias económicas. La cocaína hace subir o bajar la cotización del dólar en el mercado negro -el único que cuenta-. Cuando la exportación aumenta rápidamente y se produce una llegada masiva de dólares, la moneda norteamericana baja para hacer más fácil la compra de pesos bolivianos, necesarios para pagar salarios y los instrumentos para la producción del sulfato. Segundo, resonancias políticas. Los narcotraficantes no tienen a veces suficiente con la compra de aduaneros y policías, y necesitan ganarse también a generales y políticos. La cocaína, como surtidor casi exclusivo de dólares en Bolivia, es la única fuente para pagar el coste de un golpe de Estado, como se demostró en el levantamiento del general García Meza, en 1980, y, aunque de forma no definitivamente esclarecida, ha podido ocurrir en el secuestro del presidente Hernán Siles Zuazo, a finales del mes pasado.
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