El bálsamo de la prosperidad económica ha hecho olvidar a la comunidad grecochipriota la partición de su isla
Se esperaban decenas de miles y fueron sólamente 300 los manifestantes que el sábado de principios de junio se congregaron en la céntrica plaza Eleftheria, en Nicosia, para protestar por la paulatina colonización por los turcos de Famagusta-Varosha. Ni carteles en las calles ni llamamientos por la radio. Nada había sido, sin embargo, descuidado por el comité de coordinación de Famagusta para movilizar a sus partidarios, cuya justa denuncia recibió el apoyo en días anteriores de Grecia, de las Naciones Unidas y hasta de los portavoces del Departamento de Estado norteamericano y del Foreign Office británico.Todos condenaron, en términos casi idénticos, la instalación de familias turcochipriotas en 18 edificios de Varosha, especie de Torremolinos desierto desde que las tropas turcas la conquistaron en agosto de 1974, provocando el éxodo de sus 40.000 habitantes grecochipriotas.
Pero, a diferencia de las demás propiedades pertenecientes en Kyrenia o Morfou a los grecochipriotas y de las que sus compatriotas turcos se adueñaron rápidamente, un acuerdo concluido en 1979 entre Kyprianu y Rauf Denktash, líder de la comunidad tureochipriota, preveía que la ciudad estival permanecería intacta y vacía hasta que sus habitantes pudiesen regresar a sus casas, lo que preconiza la recién aprobada resolución 550 del Consejo de Seguridad.
Relevada por el contingente austriaco de la fuerza de pacificación de las Naciones Unidas en Chipre, la colonización de la impresionante ciudad-fantasma de Varosha, con sus calles desiertas, sus tiendas y hoteles cerrados como si sus habitantes hubiesen muerto en una epidemia, fue desmentida por Denktash.
Frente a los informes detallados de la ONU, el mentís de Denktash carece de crédito, y los grecochipriotas más suspicaces temen incluso que, desafiando la resolución 550 de las Naciones Unidas, Denktash convierta en breve a Maras -nombre turco de Varosha- en la capital de su autoproclamada República Turca del Norte de Chipre.
Pero ni el respaldo internacional ni la amenaza de perder definitivamente sus propiedades incitó a los 40.000 refugiados de Varosha a interrumpir el largo puente con el que finalizó la primera semana de junio para acudir, bajo el caluroso sol de un verano prematuro, a reivindicar sus derechos en la plaza Eleftheria, y el alcalde exiliado de la ciudad Ocupada, Prodromos Papavasslliou, apenas tuvo 300 oyentes para aplaudir su alocución incendiaria.
"¿Qué quiere usted que le diga", contestó un taxista de Nicosia cuando el forastero de paso se extrañaba de la escasa afluencia al mitin. "Diez años son muchos; las gentes han hecho una cruz sobre lo que perdieron y han rehecho su vida de este lado".
De los casi 200.000 habitantes que huyeron del avance del Ejército turco, menos de 10.000 quedan aún por alojar en condiciones decentes. Al socaire del sorprendente dinamismo de la economía de la isla, los refugiados no sólo han rehecho su vida, como decía el taxista, sino que viven ahora mucho mejor que hace una década.
Privados en 1974 del 70% de sus recursos y del 95% de sus hoteles, su principal industria, situados en el noreste de la isla bajo control turco, los grecochipriotas se empobrecieron al disminuir en dos años su producto nacional bruto en más de un 40%.
Pero en 1976 se invirtió la tendencia, y mientras Europa se debatía en una prolongada crisis, el crecimiento económico de Chipre alcanzaba alegremente, a finales de los setenta, un 10% anual, permitiendo a los grecochipriotas acceder a un nivel de vida no sólo mucho más alto que el de sus vecinos turcochipriotas, sino incluso por delante de sus protectores griegos.
El milagro económico grecochipriota parte del resultado del desplazamiento del norte al sur de la isla de una mano de obra cualificada y emprendedora a a que la ayuda internacional ha permitido ponerse nuevamente manos a la obra, pero la permanente crisis de Líbano ha beneficiado enormemente a Chipre.
No en balde la economía grecochipriota arranca nuevamente en 1976, segundo año de la guerra civil libanesa, y desde entonces más de 2.500 sociedades off shore, frecuentemente procedentes del país de los cedros, se han instalado en la isla, donde sólo pagan un 4,2% de impuestos sobre sus beneficios, y gozan de una total libertad en materia de transferencias de divisas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.