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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Café y copa

PARECE QUE el verdadero negocio de muchas cafeterías, bares y sucedáneos reside en la venta de aguas minerales, refrescos granizados y café. O, por mejor decir, algo que se asemeje al café. La tradicional costumbre de tomar una taza de éste, junto con la copa, después de las comidas amenaza con convertirse ahora, por culpa de la falta de inspección y de la extensión de los desaprensivos, en una verdadera amenaza para la salud pública. Las autoridades, tan preocupadas por la previsión de la salud, deberían preguntarse cuántas úlceras del aparato digestivo, y quién sabe si hasta cirrosis, podrían evitarse de obligar a los establecimientos a servir café cuando lo prometen y a no dar con la garrafa a los incautos consumidores de licores.En cuanto a la primera y más inocente de las bebidas, es preciso reconocer que el café en los establecimientos públicos españoles es, por regla general deleznable. O mejor dicho: no es café. La situación recuerda los años de la posguerra, en los que la malta y la achicoria, y todos los demás sucedáneos, irrumpieron con alegría en el mercado, y sin mixtificaciones. Pues ahora vuelven los tiempos en los que es preciso preguntar al camarero si tiene café-café, ya que el café a secas se parece a cualquier cosa menos a la susodicha infusión.

Más grave es lo que sucede con las bebidas alcohólicas, en las que un circuito de fraude al consumidor, que en su día quiso ser evitado con los tapones irrellenables, funciona de manera casi habitual, sin que las inspecciones de turismo de los diversos Gobiernos autónomos se muestren capaces de evitarlo. España es uno de los poquísimos países de Europa en los que la generosidad a la hora de servir las copas se ve largamente recompensada por la falsificación del producto. En vez de limitar las cantidades y garantizar la veracidad de las marcas que se ofrecen, como sucede en la mayoría de los países desarrollados, aquí se envenena al consumidor, complacido éste porque el whisky que le sirven es malo, pero es mucho. Los extranjeros que ahora visitan nuestras playas se sorprenden de las monumentales resacas que padecen después de beberse dos copas, que en su lugar de origen no les generan gran tormento. Suelen atribuirlo al clima o al hecho de que dos copas españolas son como seis británicas. La realidad es que, además de todo eso, el servicio de bebidas a granel como si fueran de marca, la ausencia de controles que defiendan al consumidor y la picaresca nacional convertida en simple y llano delito contra la salud pública están detrás de esos dolores de cabeza matutinos. Contra los que apenas puede luchar el mal café solo que nos sirven en los restaurantes.

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