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Reportaje:La situación de las prisiones españolas

Vivir junto a la Modelo, ver, oír y callar

La céntrica ubicación de la cárcel barcelonesa ha hecho sordomudos voluntarios a sus vecinos

El gánster número uno de Francia, Raymond Vacarizzi, fue alcanzado en su celda de la cárcel Modelo de Barcelona por dos disparos efectuados desde la terraza del número 30 de la calle de Provenza el pasado sábado día 14, a eso de las 23.20 horas. Unas puertas más allá, Joan, de 70 años, estaba sentado tranquilamente a la puerta de su vivienda, en una silla colocada bajo uno de los árboles que bordean la acera para aprovechar el fresco de la noche. Oyó con toda nitidez los disparos. Sin embargo permaneció aún por espacio de 10 minutos en su posición. Al poco de entrar en la casa, comenzó el ir y venir de sirenas. "Estaba convencido de que el tiro se había producido en el interior de la prisión; que yo recuerde, nunca se había dado un caso como éste". Después de 45 años de tener unos vecinos tan incómodos, Joan declara agotada su capacidad de asombro.A los tres días de la muerte de Vacarizzi, el martes al mediodía, ocho reclusos, pistola en mano, protagonizaron una espectacular fuga. Y todos los inconvenientes de una cárcel urbana retomaron actualidad.

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"Todo es posible en la Modelo menos que la cierren", afirma Luis, de 48 años, domiciliado en la calle de Rosellón -que con las calles de Entenza, Provenza y Nicaragua, delimita el entorno urbano de la manzana ocupada por la cárcel Modelo, en el Ensanche barcelonés-, con ánimo mucho menos resignado que el mostrado por los vecinos de toda la vida y mostrando como argumento de peso de su sentencia un montón de recortes de periódicos, cuyo común denominador son las promesas de un inminente abandono del viejo centro penitenciario.

-Oye, que el primo me ha chorizado el dinero.

-Pues cuando salga, le pincho.

La conversación entre la jovencita, apoyada distraídamente en una de las fachadas de la calle de Provenza, y su interlocutor, encaramado entre las rejas de su celda, es un episodio habitual y que sorprende sólo a los ciudadanos de paso. Los vecinos están acostumbrados a ello y saben que no deben intervenir (Es como una consigna anónima aceptada por todos: "No meterse con los familiares".) Tampoco lo harán los guardias civiles que cubren la vigilancia desde las torretas. En todo caso, una circunstancial patrulla de la Policía Nacional que circule por el lugar impedirá que la escena tenga continuidad. El abucheo amenazador de los internos acompañará la actuación policial.

Las variantes de la comunicación directa entre los presos y sus allegados a través de los muros son innumerables y constituyen, en opinión de los vecinos, uno de los inconvenientes diarios -en sesíones a primera hora de la mañana y a partir del atardecer- más insoportables. Durante la noche, las conversaciones son de dominio público. "Enséñales las tetas a mis amigos", resuena una voz. Las expresiones de júbilo de los espectadores dan por acabado el deshabillé. Al mismo tiempo, y en diversos puntos del recinto, paquetes de imaginable contenido habrán sobrevolado los muros. Paquetes de ida y vuelta, gracias al perfeccionamiento de las técnicas de lanzamiento y recuperación de bultos, atados con sedal, conseguido por los internos.

El miedo a las fugas

Las anécdotas que surgen en una conversación entre vecinos relajan aparentemente el temor que les produce el vivir junto a un colectivo que puede ser, y frecuentemente lo es en el caso de la Modelo, origen de peligro para ellos. Las fugas son sinónimo de disparos. Lo ha sido en la última ocasión, cuando las balas alcanzaron a dos personas -una de ellas administrativa en una empresa de la calle de Rosellón- y sorprendieron a un dentista de la calle de Nicaragua en plena tarea de extirpar una muela a un sorprendido cliente. Nunca ha habido víctimas, pero las fachadas que delimitan la cárcel mantienen vivo el testimonio. "Los cetmes que llevan los guardias son para disparar, claro", afirma un joven que hace ocho años se trasladó a vivir a un piso "con vistas a la Modelo".

Víctor, de 51 años, se muestra más tranquilo. "Los guardias no disparan por miedo a dar a los transeúntes". Y recuerda la fuga más espectacular ocurrida en el centro penitenciario. "Aquel día -el 2 de junio de 1978, cuando 45 reclusos escaparon a través de diferentes alcantarillas- el guardia vio como salían del agujero situado en la intersección de las calles de Entenza y Provenza, y no disparó un solo tiro por miedo a dar al grupo de niños que regresaban de la escuela".

La mayor protesta ciudadana por el peligro latente de la Modelo tuvo su origen en la fuga de un detenido que aprovechando el desembarco de presos de la furgoneta policial, que hasta aquel momento se desarrollaba en plena calle, huyó a pie por la calle de Entenza, perseguido por una ráfaga del vigilante. Pancartas, manifestaciones, quejas en los medios de comunicación, memorandos de los inconvenientes, fueron enviados a todas la autoridades. Sirvieron para renovar las promesas de una pronta evacuación del centro y para que se prohibiera el cambio de presos en la entrada y se trasladara esta operación al interior del recinto.

Presión psicólogica

Hubo un tiempo, cuando más allá de la Modelo, en dirección a Sants y a Sarrià, sólo existían huertos, en que los niños del vecindario jugaban en el interior de la cárcel. Sus familias conocían a los funcionarios, y alguno de ellos, de mayor, cumplía el servicio militar' en el recinto penitenciario. Los más viejos del lugar han visto la moderna evolución de la Modelo (construida entre los años 1881 y 1904), recuerdan la presencia de los guardias de asalto, el riesgo que suponía asomarse a la ventana inmediatamente después de la guerra civil, por el peligro a ser confundido por un compañero de los presos políticos -"entonces sí disparaban a dar"-, la construcción de las torretas de vigilancia, las restricciones en las entradas y las visitas de familiares. "En definitiva, el distanciamiento", afirma Antonio. Él, a sus 68 años, como la mayoría de los que han nacido en el vecindario, no ha pensado nunca en marcharse. Se ha acostumbrado a la Modelo. "En muchas ocasiones", dice Joan, "me entero de lo que pasa ahí dentro por los diarios".

Tampoco piensan en marcharse los propietarios de los 10 bares abiertos en las cercanías. Viven de los familiares de los internos que cada día esperan pacientemente su oportunidad de visitar a los presos. Para el resto de establecimientos la prisión dejó de ser un negocio cuando se abrió el colmado en el interior y se acentuaron las medidas de control para la entrada de alimentos.

Los que sí piensan en marcharse, y lo hacen progresivamente, son los nuevos propietarios, especialmente en el sector de la calle de Rosellón, en la que los pisos son de más reciente construcción. Además de considerar muchos más altos los riesgos de la Modelo que sus vecinos del otro lado, coinciden en un sentimiento unánime: odian a los promotores que les vendieron los pisos y que les aseguraron que la marcha de la Modelo era cosa de pocos años. "Compramos con la esperanza de una zona verde, y vivimos en unos pisos en los que no podemos salir al balcón", afirma uno de estos propietarios, dispuesto a seguir el ejemplo de numeroso vecinos. "Es inaguantable el vivir con miles de ojos puestos en ti", añade. En algunos casos, como en el de una vecina de avanzada edad, apodada la madrileña, por su origen, se ha convertido en una obsesión, Vive con la persianas bajadas y no puede soportar los diálogos nocturnos a través de los muros.

"No la trasladarán nunca, ya lo verá". De las palabras de Luis, que lleva 15 años viviendo en el lugar, con vistas a uno de los patios de la Modelo, se desprende su renuncia a toda esperanza. "Desde que Samaranch lo prometió en su campaña electoral para ser procurador en la Cortes franquistas", concluye, "lo han dicho todos, y ya ve".

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