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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Respuesta sobre Israel

Agradezco mucho a Manuel Vicent el haber elegido su habitual artículo del sábado, en EL PAIS de 23 de junio de 1984, para expresar sus ideas antisemitas. Me da así la ocasión de demostrarle que no todos los judíos se abstienen de trabajar en el día del reposo ritual, y poner en evidencia la semilla de odio que contiene toda idea globalizadora. Doy manos a la obra, pues, en este mismo día para algunos sagrado, y respondo a su ataque.Me indigna, en primer lugar, el tono del artículo de Vicent. El gran arte de la caricatura, del que Vicent ha demostrado repetidamente ser maestro, no da patente de corso. Las sangrientas caricaturas que circulan en la Unión Soviética y algunos países árabes en las que aparece el judío representado con nariz ganchuda y boca babeante, no hacen honor a este arte. Son torpes alegatos, fundados en los lugares comunes más desprestigiados, cuya única finalidad es azuzar el odio contra el chivo expiatorio de toda la vida. Es significativo que Vicent eche mano de semejantes recursos precisamente cuando de judíos se trata. Recursos groseros para reír de las minorías. Imaginemos que los españoles fueran una minoría y que, por descuido, alguien cayera en la impiedad de considerarlos a todos iguales. Los españoles podrían así ser toreros analfabetos, que cada 23 de febrero ocupan a mano armada las Cortes, que sólo comen garbanzos con chorizo, que idolatran a sus divinas hembras, que roban al Estado y van a Misa los domingos. Retrato abyecto, por muchos ejemplos que lo autentifiquen.

Alguien debiera advertir a Vicent que es peligroso mezclar el turismo con la sociología. El turismo sociológico que hizo en Israel sólo le permitió proyectar en los israelíes sus propios prejuicios antisemitas, los mismos con los que salió y regresó a España.

En el barrio de los judíos ortodoxos de Jerusalén hubieran podido estar dando películas "X", que Vicent no se hubiera percatado. Como Narciso, Vicent sólo vio lo que quiso ver, lo que ya sabía, lo que suponía que todos sabíamos -y por cierto no dejó de ver a ciertos fanáticos apedrear a las chicas en pantalones-. Su prosa lo delata. Se refiere a "esos seres equipados con un babero y fajín a rayas". Pero no dice unos seres, sino esos seres -esos que sabemos, esos de siempre, esos tan conocidos-. ¡Qué importante es para Vicent la complicidad de su público!

¿De dónde saca Vicent que "en el judaísmo es imposible separar la raza de la religión"? ¿No estaremos en 1933, en Berlín? ¿Qué entiende Vicent por raza? Hace muchos años que la palabra raza ha dejado de tener curso legal en los medios informados del mundo civilizado. ¿Cómo se puede seguir ignorando que la biología ha desautorizado el uso de la palabra raza referida a la especie humana? ¿Cómo se puede seguir ignorando que las diferencias entre la gente, por vistosas que sean, no son sino circunstanciales, externas? ¿Con qué derecho se puede seguir ignorando que, biológicamente, una raza se define genéticamente y que genéticamente no hay diferencias esenciales entre los hombres? ¿Cómo puede uno permitirse seguir ignorando que sólo las especies domesticadas -gatos, perros, caballos- presentan el fenómeno de la raciación? Que Vicent lea (por ejemplo De la biología a la cultura, de Jacques Ruffié) y aprenda, y sepa, o le surgirá algún crítico desmadrado que lo tache de "típico intelectual español ignorante".

Nariz de 'marca'

Pero eso no es todo. Vicent vio una nariz. Una nariz de marca. Dice que por la calle Ben Yehuda vio pasar "negros del Yemen, rubios austríacos, polacos albinos, húngaros trigueños, cairotas oliváceos, pálidos neoyorquinos, cetrinos de Estambul, Salónica, Tánger, Buenos Aires, México, y todos llevan encima el signo común de la estirpe, la nuca alta, ligeramente envarada, el ojo húmedo y una nariz de marca". ¿En qué quedamos, son o no son una raza? No nos puede dejar en la duda. ¿En qué vio Vicent esa raza? Pues en una nariz. Si Vicent no vio visiones, merece el premio Nobel de bíología.

En todo caso, Vicent afirma haber visto una nariz... indisolublemente ligada, además, a la religión. Habla Vicent como un rabino ortodoxo. Nunca me miré bien la nariz, pero soy judío y quiero serlo. Y sin embargo no soy religioso. El mundo está lleno, alguien debiera hacérselo notar a Vicent, de judíos laicos, agnósticos, ateos.

Se refiere Vicent, turista y sociólogo, a la fecundidad de los judíos, y la compara con la de los conejos. Vicent ha constatado algo que desmiente todos los datos estadísticos de que se dispone, según los cuales los judíos son, de los grupos humanos de la tierra, el que goza de la tasa de crecimiento más baja. La sociología mundial espera con ansiedad los nuevos datos de Vicent.

En otro lugar, Vicent se contradice afirmando que la vida en Israel es muy espartana, agregando a renglón seguido "aquí hay mucho auditorium, mucho congreso, mucho museo, mucho simposio". Quizás para Vicent Esparta se haya caracterizado por sus museos y auditorios y Atenas por sus whiskerías. Pues que vaya y se lo cuente a los historiadores que creían más bien lo contrario.

No puedo aconsejar a Vicent un nuevo viaje a Israel ni otras lecturas, porque seguramente nada de lo que lea ni allí vea sacudirá sus prejuicios. Y Vicent ha de creerme cuando le digo que comparto sus críticas a la política del actual gobierno israelí, tanto por sus relaciones mesiánicas con Washington como por mantener una gran máquina de guerra. No hay máquina de guerra que no termine por adaptar a ella la naturaleza humana. Es la desgracia de los palestinos y la tristeza de judíos como yo. Por mi parte, doy todo mi apoyo a los grupos pacifistas israelíes, allí tan minoritarios como en España, y a esos soldados que se han unido bajo el juramento de servir militarmente a su país pero no franquear jamás sus fronteras.

Ni viajes ni lecturas. Sólo quiero señalar a Vicent otros dos aspectos desgraciados de su artículo. El primero es la manera descuidada con que confunde a judíos e israelíes, y a israelíes y adeptos al actual gobierno israelí. Yo, español de origen argentino, soy judío pero no israelí; y los soldados que menciono arriba son judíos israelíes pero no adeptos al actual gobierno.

Es desgraciado mezclar las cosas y contribuir a amalgamas que se prestan a la globalización. Este es el segundo aspecto desgraciado del artículo de Vicent. Cada vez que se emite un juicio globalizador -los americanos, los españoles, los judíos- se contribuye a acercar el mundo a la repetición de sus páginas más sórdidas.

Así pues para Vicent ni viajes ni lecturas, nada de eso que al hombre civilizado le basta para conformar una visión piadosa y benévola del mundo en que vive. Quizás el miedo. Quizás haya que infundirle miedo, miedo a que se repita el holocausto, cualquiera sea el pueblo víctima esta vez. Porque no hay genocidio en la historia que no haya empezado con artículos como el de Vicent. Pero... oigo pasos. Estamos, Vicent y yo, en la misma habitación cerrada, en ¡ina penumbra que impide distinguir los cuadros que adornan las paredes. Los pasos se van acercando. La única ventana parece tapiada, y no deja pasar sino un hilo de luz en el que flota el polvo sutil de lo vetusto. Cada vez los pasos se oyen más cercanos, pausados, un tanto vacilantes. Vicent y yo nos acercamos, como para que la mutua proximidad ahuyente la inquietud. La madera del piso cruje y vemos, Vicent y yo, una puerta que se abre lentamente, muy lentamente. Lo que comenzamos a sentir ahora es miedo. Contra un deslumbrante resplandor rojizo y en medio de una oleada de acre olor a quemado, se dibuja una silueta muy alta, muy alta, y lentamente se acerca a nosotros. Al llegar al hilo de luz que deja filtrar la ventana, la reconocemos: es Torquemada.

Pero... ¿Qué ven mis ojos? ¡Vicent le da la bienvenida!

Mario Muelinik es editor israelí.

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