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La oposición laborista, favorita en las elecciones de hoy en Nueva Zelanda

Todo parece indicar que hoy acabará la era Muldoon en Nueva Zelanda. Si las encuestas de opinión no se equivocan -y en este país en las antípodas de España tienen fama de ser casi infalibles- sir Robert Muldoon va a perder las elecciones y el poder, tras nueve años ininterrumpidos al frente del Gobierno. La situación económica y la división en el seno de su propio grupo político, el Partido Nacional, parecen haber cavado la tumba política del actual primer ministro.

Nueva Zelanda vivió un boom económico en la segunda mitad de la década de los setenta pero, a principios de los ochenta, inició una crisis, de la que aún no ha salido. El ciudadano medio está sensibilizado por el mal estado de la economía del país y por las constantes subidas de precios, a pesar de 20 meses de congelación salarial, que tan sólo finalizaron el pasado marzo.Un portavoz de los sindicatos decía hace poco que, con los índices de retención salarial más altos de los 24 países de la OCDE, la mayor deuda exterior e interior de la organización, la peor situación exportadora y el menor crecimiento del producto nacional bruto desde 1976, el milagro económico ha consistido en "convertir el vino en agua". No son sólo los sindicatos quienes critican la gestión económica del Gobierno conservador.

Las críticas se extienden también entre los empresarios. Esta semana, además, The New Zealand Herald filtraba a la opinión pública un informe del Fondo Monetario Internacional en el que se culpa directamente a la política del Gobierno de Muldoon de buena parte de los problemas económicos neozelandeses. Frente a esta realidad, poco han tenido que hacer los laboristas para colocarse con una ventaja del 13% en las encuestas. Los laboristas han procurado no concretar demasiado sus promesas y han centrado su programa económico en una futura reunión a tres bandas, entre Gobierno, empresarios y sindicatos, para sentar las bases de la recuperación.

El plan parece una copia calcada de la promesa electoral de los laboristas australianos, que les llevó al poder hace 16 meses y que ha permitido una recuperación económica brillante. Los laboristas neozelandeses promueven generosamente el conocimiento público del éxito de sus correligionarios del otro lado del mar de Tasmania y no esconden que Lange ha viajado recientemente dos veces a Canberra y que los ministros de Hacienda y Relaciones Laborales, en la sombra, están en estrecho contacto con sus colegas australianos.

Donde no hay acuerdo entre los laboristas australianos y los neozelandeses es en el tema nuclear. La oposición laborista neozelandesa a todo lo que sea nuclear es clara: el país, en caso de ganar Lange, debería convertirse en zona desnuclearizada.

Ello supondría la prohibición de las visitas, no sólo de barcos de la Marina norteamericana que fueran provistos de armamento nuclear, sino también de los propulsados por energía nuclear. En otras palabras, un Gobierno laborista en Auckland poco menos que vetaría las visitas de buques de guerra norteamericanos.

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