Las claves del reajuste
LAS DECLARACIONEs de Nicolás Redondo a EL PAIS (véase edición del sábado 7 de julio) señalan, indirecta pero evidentemente, los motivos por los que se ha retrasado el reajuste gubernamental, previsto para este mes: las aspiraciones del sindicato socialista a incidir en el cambio de ministros provocando una modificación más amplia del Gabinete y controlando el sindicato en lo posible el rumbo de la política económica. Dos cosas que el presidente del Gobierno no está dispuesto a consentir.Al margen las declaraciones oficiales, cortinas de humo e intoxicaciones informativas, los hechos demuestran que Felipe González se encuentra cómodo con el equipo gobernante pero que desea hacer cambios: en él desentona la pajarita de Fernando Morán y le hubiera gustado quitar además a los ministros más afectados por la incompetencia -Barón-, la inoperancia -Moscoso- o la falta de credibilidad -De la Quadra- Tres o cuatro ministros, según se dijo desde el principio, alguno de los cuales, y notablemente el de Transportes, podrían intentar refugiarse demagógicamente en el apoyo sindical ugetista como método de presionar en su favor. Otros, como Morán, buscarían en su antiatlantismo histórico, y no en sus torpezas, las causas del cese.
La posición de UGT en defensa de una política económica menos prepotente recuerda sólo en fantasmagoría al desafilo lanzado por las Trade Unions al Gobierno laborista de Callaghan, que acabó con el Gobierno de izquierdas en Londres y provocó una temporada de prosperidad para la derecha, con una política económica mucho mós prepotente que la que el Partido Laborista pretendió instrumentar. Pero, además, la UGT no tiene ni el asomo de fuerza que las Unions poseen sobre el laborismo británico, que es una emanación de aquéllas, y aunque es comprensible su deseo de distanciarse de las medidas gubernamentales que afectan negativamente a corto plazo al empleo, es impensable que sean capaces de modificar las directrices básicas de la política de Boyer, que se verán reforzadas con el probable y pronto nombramiento de Mariano Rubio como gobernador del Banco de España y con recambios de personas al frente de numerosas empresas públicas y del propio INI. Este mantenimiento de las líneas generales de la economía, junto con la preparación de la fase negociadora final con la CEE, que será dirigida de hecho por el secretario de Estado, Manuel Marín, y no por el ministro de Exteriores, oficialmente responsable del tema, parecen fundamentar los intentos del presidente de provocar pocos cambios en el equipo gubernamental, desbaratados ahora por el guirigay de los salientes.
El descontento de Felipe Goniález con Exteriores se refiere, según muchos, más bien a la gestión interna del ministerio que a las líneas de actuación política, marcadas en realidad por el propio presidente. Sectores del partido y del Gobierno han criticado acremente la permanencia como embajador en el Vaticano de Aguirre de Cárcer, del que hay quien dice que más bien parece el embajador del Vaticano ante España. Este pintoresco personaje se solidarizó por escrito y formalmente con la pasada huelga de funcionarios, planteando la insospechada cuestión de si el Estado mismo se puede declarar en huelga, es decir, si una huelga podría alcanzar a los propios ministros, al presidente, y quién sabe si hasta al Rey. Pero la sustitución de Aguirre nada significaría en el elenco del palacio de Santa Cruz si no se viera acompañada por el recambio de los embajadores en Moscú y Washington. Al primero se debe, entre otras, la formidable hazafia de comunicar oficialmente al Rey y a los periodistas españoles que el discurso de don Juan Carlos en Moscú había sido censurado por los medios de comunicación soviéticos cuando éstos lo publicaron íntegro . Una embajada que no sabe ni leer los periódicos, ¿para qué ha de servir? Un cuarto embajador en entredicho esel de las Naciones Unidas, Jaime de Piniés. Resulta casi ridículo que el Gobierno del cambio mantenga en su poltrona al embajador de Franco ante la ONU, que defendió el puesto durante años aduciendo problemas personales y que ahora lo hace con la promesa formulada por funcionarios internacionales, de que será el presidente de la próxima Asamblea General. Al margen del interés que pueda tener para España ocupar la presidencia de la Asamblea, no cabe la menor duda de que este interés no puede desligarse de la persona que desempeñe ese cargo. Piniés está tan bien considerado en los pasillos de la ONU que parece él mismo un funcionario más de la Organización. Pero lo que los socialistas necesitan es un embajador de su política, y de la del Estado, no un diplomático elegante. Y avergüenza que defienda ante el principal foro internacional las tesis del Gobierno de Felipe González quien durante tanto tiempo defendió las de Franco, por lo demás sin gran éxito.
La otra cuestión que no sería serio dejar como está, si hay un reajuste gubernamental, es el complejo de la Moncloa, en el que el portavoz vaga como un duende y el ministro de la Presidencia se mira al espejo cada día preguntándose durante cuánto tiempo le admitirán en el Gabinete los socialistas a él, que es un tránsfuga de la UCD. Javier Moscoso ha fracasado con estrépito en los intentos de racionalizar la función pública, en los que ha buscado el apoyo de un jacobino radical del PSOE como secretario de Estado. Pero mientras tanto el famoso complejo de la Presidencia no funciona. La Moncloa sigue siendo el ministerio peor organizado de este país.
Mantenimiento de la política económica, de la de seguridad y justicia y de la exterior -que no diseña el ministro-, con reformas en los niveles intermedios y una mayor cohesión en el equipo de Presidencia parecían, pues, y siguen pareciendo, las líneas maestras del reajuste. Perdida la oportunidad del verano, con la ley de Presupuestos y la negociación comunitaria encima, cabe preguntarse si el cambio de ministros se aplazará sólo hasta septiembre como algunos señalan o será entrado el otoño cuando se realice. Los sectores más influyentes del Gobierno presionan al presidente para que no se produzca en cualquier caso después del congreso del partido, toda vez que se daría la impresión entonces de que la crisis era la respuesta a determinadas demandas o presiones del PSOE y no la solución a problemas funcionales del equipo. En tanto llegan las decisiones, un recambio menor, pero quizá más importante, intenta fraguarse con toda premeditación: la dimisión de Calviño a petición de parte y el intento final por sanear la televisión pública antes de que llegue la privada.
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