Los restos del 'imperio'
Después de siete años de democracia, el Museo del Ejército sigue ofreciendo una visión muy particular de la historia militar española
No debe resultar raro que el Museo del Ejército esté organizado, especialmente en algunas de sus partes, en la línea del lema por el Imperio hacia Dios, ni que tenga grandes lagunas en la historia española, por ejemplo del presente siglo, porque, según dice la edición de la Guía oficial correspondiente a 1984, la circunstancia más impresionante es la grandeza de nuestra historia militar, el heroísmo con que España, en el transcurso de los siglos, ha ido venciendo desesperadas situaciones para subsistir eternamente, caballeresca, dueña de sus destinos y decidida al sacrificio de sus hijos en aras del honor". Y es que "ningún pueblo como España guerreó tanto sin ser nación de presa, porque nunca emprendió una guerra injusta".
"Las banderas, los trofeos de armas, la pintura de tema bélico y las esculturas y los retratos de héroes", dice la Guía oficial de 1984 del Museo del Ejército, "poseen un efluvio que penetra en nuestro espíritu, un poder de admiración que abstrae y se apodera del ánimo". No obstante, parece que la curiosidad también tiene un papel, junto al efluvio que penetra en nuestro espíritu, ya que, según los cuidadores del museo, el coche en el que murió el almirante Carrero y "la sala de la que han robado la bandera" (la de la Guerra Civil) son los dos motivos por los que más preguntan los visitantes.
El Museo del Ejército, en su estructura actual, fue creado en 1803 por Godoy, y, tras sucesivos emplazamientos, se llevó al lugar que hoy ocupa, lo que queda del antiguo Palacio del Buen Retiro. Situado en el barrio madrileño de los Jerónimos, sus fondos están compuestos por 30.000 piezas, expuestas en 5.500 metros de superficie. En él hay, sin duda, piezas muy curiosas y de gran valor: la Tizona del Cid, la túnica de Boabdil, el sable de Napoleón, un fragmento de la bandera de Lepanto, el uniforme de subteniente del Ejército español de Agustina de Aragón o los calzoncillos del "glorioso capitán Cortés", de la Guardia Civil.
En él hay, también, muchos adjetivos que hacen referencia a la heroicidad, el valor, la gloria, la intrepidez, la bravura, la disciplina y la honra, todos. ellos puestos al servicio de la patria. O la comparación, no exenta de un toque de megálomanía, de algunos protagonistas de lá historia reciente con guerreros antiguos de legendarias hazañas. Sempere Ferrer dedica un soneto "al glorioso general Moscardó", "dotado, como el Cid, de recia hombría"; Millán Astray escribe a Franco: "Mi queridísirno Paco: llegó tu hora, ya sabes que eres Anníbal, y yo no me equivoco". Algunos sucesos tienen una explicación poética, como el accidente de aviación en el que perdió la vida el "invicto general Mola", al que su promoción dedica un pergamino que dice: "En el Glorioso Movimiento Nacional, su figura se agiganta hasta las nubes, que, envidiosas, le sentencian a morir".
Entre los muchos mensajes que pueden extraerse del museo está la generosidad del militar español con el vencido, que, en algún caso, le lleva a intercambiarse con éste productos de la tierra. Cuando el comandante general de las islas Canarias, Antonio Gutiérrez, rechaza al almirante inglés Nelson, en el asalto de éste contra Santa Cruz de Tenerife, combate en el que Nelson pierde el brazo derecho, Gutiérrez recibe una carta del inglés en la que le agradece "su cariñosa atención hacia mi" y su humanidad para con los heridos y los desembarcados. La carta, fechada el 26 de julio de 1796, tiene esta posdata: "Ruego a V. E. me honre aceptando un barril de cerveza mglesa y un queso". El comandante Gutiérrez le responde: "... y espero admitirá V. S. un par de fimetones de vino, que creo no sea de lo peor que produce (esta isla)". Y otra posdata: "Recibí y aprecio la cerveza y queso con que se ha servido favorecerme".
Es muy difícil explicar historia militar del siglo XX a un niño de bachillerato a través del Museo del Ejército. Y no sólo porque los depósitos correspondientes a este siglo estén empezando a ser trasladados al Alcázar de Toledo, por iniciativa del director del museo (de hecho, la sala de la Legión empezó a ser empaquetada el pasado lunes), sino porque, visitando las dependencias que hacen referencia a este siglo, se extraen conclusiones como que jamás existió el ejército leal a la legalidad constituida, contra la que se levantó Francisco Franco: no hay un retrato, un plano o un efecto personal de alguno de los generales o soldados republicanos. No tuvieron méritos de guerra. No usaron uniforme alguno. El subdirector del museo, general José Más, responde así a la pregunta de si no hay algún objeto de un militar que no luchara en el bando franquista: "Puede ser que no haya ninguno. Pero lo que hay aquí no lo hemos encargado nosotros. Por ejemplo, si del general Miaja, ese general ¡ojo, que valía una barbaridad, existiera un cuadro y nos lo mandaran, yo lo colocaría". Y dice el teniente general Saavedra, director: "Aquí no hay ningún objeto, diga lo que diga quien quiera, que tenga connotaciones políticas".
La historia de España parece pararse en este museo el 20 de noviembre de 1975, fecha del fallecimiento del general Franco. A casi nueve años de la muerte del dictador, y después de 20 meses de socialismo en el poder -un portavoz del Ministerio de Defensa ha manifestado que va a hacerse un nuevo museo, emplazado en otro lugary renovado en sus concepciones-, lo mínimo que puede decirse de la terminología empleada en algunos de los fondos expuestos, y no explicada o adecuada mediante otros carteles, es que está bastante alejada de cualquier espíritu de reconciliación, cuando no que roza la legalidad constitucional. Los vencedores de la guerra civil siguen siendo el "glorioso Ejército de Liberación Nacional", la contienda continúa llamándose "Cruzada de Liberación", las tropas nacionales, aún hoy, vencieron, en alguna vitrina, a "la furia rüja". La propia Guía del museo habla del coronel Pinilla, del Regimiento Simancas de Gijón, "que se opuso a las tropas marxistas". Y 1936 es el "Primer año triunfal".
Todas las salas que tienen algo que ver con estos temas están cerradas al público. El teniente general Saavedra afirma que la correspondiente a la Guerra Civil no puede visitarse porque todavía están tomándose huellas desde que el senador vasco Joseba Elásegui se llevara, el 6 de junio, una ikurriña, expuesta junto a algunas banderas republicanas. Pero el público tampoco puede entrar en las de Ayudantes, Laureados, Tropas especiales de África, Legión, División Azul y Guardia Civil, ni en algunas contiguas a éstas, como la Arabe, Medinaceli o Sanidad Militar, a causa, según uno de nuestros guías, de que no hay suficiente personal de vigilancia.
Generalísimo y Caudillo _
El general Franco es, a enorme distancia de cualquier prócer de la historia militar española, quien tiene una presencia más profusa, no sólo en la infinidad de óleos, pertenencias, fotos y bustos que hay en muchas salas, sino porque sus retratos están también en los despachos del director y del subdirector del museo -el primero tiene su foto junto a otra del Rey- y en el pasillo que da acceso a estos despachos, zona privada, donde el anterior jefe del Estado está en un cuadro de enormes proporciones.
Franco sigue siendo el "Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo de España", tanto en los, rótulos como en las expresiones de las personas a cuyo cargo- está el museo, que se refieren a él como "El Caudillo", "El Generalísimo o "Su Excelencia". Un retrato suyo preside la Sala de Laureados, que, tras su restauración, fue inaugurada por el rey Juan Carlos, y está colocado justamente encima del trono, mirando hacia una "estatua ecuestre del Generalísimo Franco", brazo en alto, con la inscripción "Homenaje al Caudillo de la Victoria", y frente a un busto "al General Sanjudo, presidentéperpetuo del Casino de Madrid".
El anterior jefe del Estado, con diversos uniformes y en distintas fases de su vida militar, está también en las salas de la Legión -enorme escultura a tamaño más que natural y varias fotografías: de comandante, teniente coronel y coronel del Tercio-; en el Salón de Reinos -cuadro al óleo de Álvarez de Sotomayor, representando la liberación del Alcázar de Toledo, "busto del Generalísimo Franco, Caudillo de España"-; está en la sala de la Reina, en una foto colocada junto al nombramiento de Vicente Sobreviela como subinspector veterinario de primera, e incluso se encuentra en la vitrina dedicada a Miguel de Cervantes, porque, el 18 de agosto de 1959, en San Sebastián, Franco firmó un decreto por el que nombraba al autor de El Quijote "mutilado más ilustre y glorioso", por su participación en la batalla de Lepanto; pero en ningún lugar figura con la profusión con que se halla en la sala de la Guerra Civil.
La dependencia del Museo del Ejército dedicada a la guerra civil es una habitación amplia, presidida por un gran cuadro de los "Fusilamientos de Paracuellos del Jarama", y cuya escenografia cuenta con grandes maquetas de la Ciudad Universitaria, Santa María de la Cabeza -se conserva la "paloma mensajera empleada en el santuario"- y el Alcázar de Toledo. Cuando se le pregunta al general Más si cree que habría que cambiar algunos carteles dice que "sí, porque no me gustan los letreros de cartón, los prefiero de latón", pero, en cuanto a si ha habido adecuación de nomenclaturas, afirma que nada se ha tocado.
Franco está en esta sala de militar y de falangista, en fotografía, en óleo y en bronce. Están sus uniformes, su testamento, por duplicado, su guión de mando y el último parte de guerra, "cautivo y desarmado el Ejército rojo". Se conserva el "sillón que utilizó el Generalísimo Franco en su despacho oficial de Burgos durante la Cruzada". Y, junto a Franco, están Moscardó, Mola y otros prohombres, todos ellos del bando vencedor. Y el recuerdo del requeté Antonio Molle, "hecho prisionero -por milicianos rojos y entregado a las turbas, que, furiosas, exigían diese vivas a Rusia, al comunismo y gritase mueras a España y a Cristo Rey". Como expi
Los restos del 'Imperio'
rara sin obedecer estas pretensiones, "su cuerpo se conservó incorrupto y bien pronto empezaron a observarse hechos prodigiosos", por lo que "se ha elevado en el fervoroso sentir de los fieles a la categoría de santo". También se conserva, entre otros muchos objetos, la pistola de un piloto ruso, abatido en 1937, donada por el "teniente coronel de la Guardia Civil Miguel Manchado García", que después perdería su empleo de coronel al ser condenado a ocho años de prisión militar por su participación en el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.La exposición de la historia de España que hace el Museo del Ejército no sólo presenta u oculta datos curiosos en algunas etapas del siglo XX. Hay dos salas, la de Ultramar y la de la Guerra de la Independencia, donde se pone muy especialmente de relieve que el enemigo suele ser vencido, pese a ser superior en número, y que la consignación de algunas derrotas parece haberse olvidado. Éste es el caso de Hernán Cortés y de la famosa noche triste de Otumba. Guarda el museo un "trozo de la corteza del árbol bajo el que pasó Hernán Cortés, la noche del 12 de julio de 1520", y añade la inscripción que esa fecha es "conocida en la Historia de la conquista de México con el nombre de Noche Triste". Ni una referencia a los reveses sufridos por el conquistador.
El vil francés
Si, en general, el museo mantiene la generosidad española con el vencido, mención aparte merece la Guerra de la Independencia de 1808. Con el francés no hay intercambio de quesos y vino tras las batallas, como con el almirante Nelson. El francés, aparte de su condición de invasor, ostenta en los documentos exhibidos las de cobarde, asesino, profanador de iglesias, vil y traidor. Una muestra de que ese sentimiento permanece vivo 100 años después es un texto de alocución a un grupo de estudiantes gallegos, del 27 de agosto de 1911, en el que se comenta así la invasión napoleónica y la coronación como rey de España del hermano del emperador: "Ante tamaños ultrajes, España, presa de honda indignación, herida en su alma, mira con desdén la mansedumbre de los pueblos europeos subyugados y el terror infundido por las gallardías del Conquistador invicto, y, sin contar con nadie ni medir sus fuerzas, como un solo hombre, se levanta airada e imponente (...) ¡Guerra al francés! (...) y los viejos y los jóvenes, y las madres y las doncellas, todos, todos se aprestan a la lucha para vengar a la Madre deshonrada y envilecida por la sorpresa y la traición".
Hay una carta de Napoleón Bonaparte a su hermano José que en ese momento se pretende rey de España, en la sala de la Guerra de la Independencia, que está presentada como un "autógrafo de Napoleón I, en que confiesa el miedo que tenía a la raza española y predice su caída". En ella, además de afirmar que "nada se ha perdido; desde la estrategia de Bayona tengo en mi poder al imbécil rey Fernando VII', dice que "se hace preciso más de una energía proverbial con esa raza española tan inflexible e indomable y que, en el mundo, es a la única a que llegaría a temer, porque vendría a ser un obstáculo invencible para mis proyectos Continentales". Napoleón, sin saberlo, estaba justificando, redondeando, cerrando sobre sí mismos los planteamientos que parecen subyacer en la concepción del Museo del Ejército.
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