Alegría de diario
La sensación general que produce la compañía de danza de Paul Taylor, que se presenta estos días, después de una gira europea, en el Teatro Monumental de Madrid, es la de otro tratamiento del cuerpo del bailarín distinto del habitual. Más atlético, más vigoroso que en el ballet clásico y en la mayor parte de sus derivados contemporáneos; por consiguiente, más libre.Libertad que se refleja en las coreografías donde se intenta continuamente un rompimiento de la uniformidad, del sentido de oposición entre lo coral y el individuo. No se puede ocultar, naturalmente, el esfuerzo de disciplina interna a que obliga todo ello, y, por tanto, a que la sensación de libertad de cada figura es más de escenario hacia fuera que hacia dentro, sin demasiado lugar para la improvisación. Pero el conjunto da una sensación alegre, dinámica, vital.
Paul Taylor Dance Company
Teatro Monumental Madrid, del 20 de junio al 7 de julio.
Cuidado del vigor
Parte de ello está en una tradición americana que no escapa a ciertas líneas del musical de Broadway o de Hollywood: breves rasgos como el culto al frac, el encuentro de soldados y jovencitas en el parque, la adhesión a lo cotidiano. Gusta que una gran parte de los movimientos parezcan trasladados de la movilidad actual del hombre en la ciudad; hay una transparencia de la vida actual que justifica la apelación de modernidad.El cuidado por la muestra del vigor, la rapidez y un cierto atletismo produce, sin embargo, una cierta antigüedad en el tratamiento de la oposición hombre-mujer. Está más cuidada la coreografía masculina que la femenina, y las bailarinas resultan, sobre todo, ornamentales, objetales, siempre un poco manipuladas por sus compañeros masculinos; la largueza de sus pasos, la soltura de sus movimientos, aun siendo ostensibles y muy lejanas al clasicismo, no son suficientes para equilibrar la situación.
Este tratamiento es visible sobre todo en el primero de los ballets del programa de presentación, en Arden Court -sobre una música de William Boyce-, indudablemente el mejor de los tres: alegremente juvenil y masculino, rapidísimo y brillante. El programa va decayendo a medida que avanza: Cloven Kingdom está en la línea que tanto preocupa actualmente a los coreógrafos de la relación entre el movimiento civilizado y el primitivo o animal; sirve, sobre todo, para el estudio de algunas actitudes y algunos movimientos de ruptura, para el trazo de otros jeroglíficos en el escenario.
Soldados y muchachas en el parque
El último número es Sunset, que procura la escena de soldados y muchachas en el parque, y donde el intento de introducir el misterio de lo cotidiano no funciona suficientemente.El argumentismo hace presa en lo abstracto; y no son argumentos o desarrollos demasiado nuevos ni demasiado interesantes. Parecería como si la imaginación del coreógrafo se fuese agotando a medida que el espectáculo avanza, aunque las flechas de las coreografías no estén necesariamente en esa correlación.
El público es sensible a esa degradación, aunque no le falte al final el entusiasmo para aclamar.
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