Con Joseph Losey desaparece un símbolo de supervivencia de la izquierda cinematográfica norteamericana
Joseph Losey, director cinematográfico norteamericano, falleció ayer en su domicilio londinense, a los 75 años de edad. Las causas de su muerte todavía no han sido reveladas, pero se sabe que enfermó al finalizar el rodaje de la que sería su última película, Steaming, protagonizada por Vanessa Redgrave, Sarah Miles y la también recientemente fallecida Diana Dors. Con él desaparece un símbolo de supervivencia de la izquierda cinematográfica norteamericana.Losey había nacido en La Crosse, Wisconsin (EE UU) el 14 de enero de 1909. Fue actor, crítico, productor, director teatral y, finalmente, director cinematográfico. En 1970 ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes por su película El mensajero.
De repente, el último verano, Joseph Losey se materializó en San Sebastián, poco antes del festival, para promover una de sus muchas películas malditas: Don Giovanni, su aportación personal al mundo de la ópera en el cine, que había añadido a la belleza de la música de Mozart la grandeza arquitectónica de los palacios venecianos de Palladio. Corpulento, grandón, de tez rubicunda, como la de un niño, Losey se enfundaba en una especie de modelo único de camisa-túnica en tonos pastel, que cambiaba de un día a otro, del rosa al amarillo.
Una lucha solitaria
Lo que más te impresionaba de él era lo mucho, lo ingenuamente que se gustaba a sí mismo, cómo defendía todo su cine este hombre anciano, pero no derrotado, que había luchado desesperadamente -y así lo hizo hasta el final de su vida- para trabajar en aquello en lo que creía. Recuerdo la impasibilidad oriental con que se sentó a la cabecera de la larga mesa en torno a la cual se agruparon periodistas que no habían tenido ocasión de ver Don Giovanni.
Losey, imponente, dejó transcurrir un par de minutos, se rebulló luego en el asiento, y rugió: "¿Hay alguien aquí que haya visto Don Giovanni?". Levanté un dedo y le dije que cinco veces. Entonces se relajó, y la conferencia de prensa se convirtió en un sustancioso monólogo sobre la ópera y su traslación al cine, que Losey hilvanaba con pasión adolescente. Al acabar permitió que le entrevistara: nunca he visto a nadie tan contento.
Era vanidoso, sí, pero ése era su único patrimonio, porque su larga carrera en el teatro -fue discípulo de Bertolt Bretch y dirigió a Charles Laughton en el estreno mundial de Galileo Galilei- y en el cine, la persecución de que fue víctima durante el reinado de McCarthy, el exilio en Europa, el lento emerger de su talento, la batalla por películas frustradas -su empeño de rodar En busca del tiempo perdido y Bajo el volcán le robó años de vida-, todo eso le había convertido en un ejemplar único, en un dolorido superviviente.
Un tigre despierto
Días más tarde, en Santander, saboreaba cocochas en un restaurante del puerto, en la misma mesa a la que se sentaban Guillermo Cabrera Infante, Vicente Molina Foix, Juan Goytisolo, Monique Lange y Susan Sontag, reunidos todos por la Universidad Menéndez y Pelayo para contar sus obras. En el transcurso de esa cena, Losey estuvo distante y algo picado, mirando a Sontag con ingenuo resentimiento, como un niño que de repente tiene que repartir su juguete -la fama- con otros de su edad. A la salida, se puso coquetón, intentando recuperar terreno. Era verdaderamente tierno verle actuar como uno que empieza.
Su mujer, Patricia, escritora y colaboradora suya, le acompañaba siempre, con sus grandes ojos abiertos y su charla insistente de muñeca feliz. Ahora resulta imposible imaginarla sola en su casa de Londres, velándole en silencio. Consuela pensar que, en el Reino Unido, Losey fue feliz. Se estableció allí en 1953, y rodó varias películas utilizando los seudónimos de Victor Hambury y Joseph Walton: obras maestras como El tigre dormido e Intimidad con un extraño no vieron la luz en su momento bajo el nombre perseguido de Losey.
El tigre despierto que era Joseph Losey, que siempre dio gracias a que le segaran la hierba bajo los pies, que se mantenía eficazmente en tensión gracias a la pelea, contaba con amargura el año pasado que John Huston le había birlado su ensoñada Bajo el volcán con malas artes. Por entonces acababa de rodar La truite, extraña película situada en Francia, con actores franceses -la protagonista una arribista empleada de piscifactoría, era Isabelle Huppert-, que se le escapó por culpa de su falta de dominio del idioma. Y preparaba Steaming, tras cuyo rodaje se ha dado de bruces con la muerte.
Resulta difícil, verdaderamente, pensar que ya no está, en una Patricia Losey sin palabras y en la orfandad irremisible en que han quedado sus personajes: el delincuente acosado de El criminal, el hombre maduro carente de vivencias propias de El mensajero, el chico distinto de El muchacho de los cabellos de oro, el profesor hipócrita de Accidente, la mujer que lo quería todo en La inglesa romántica.
Se ha reunido con algunos de los grandes actores que dirigió: Charles Laughton, Paul Muni, Stanley Baker... Y con Malcolm Lowry. Finalmente está bajo el volcán.
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