Giro a la derecha en Francia
FRANCIA ES sin duda el país en el que las elecciones europeas han registrado mayor impacto sobre la situación política interior. Fenómenos que se venían anunciando en diversas elecciones parciales han surgido ahora con un relieve que hace tambalearse algunas ideas consagradas sobre nuestro vecino. El triunfo con el 42 % de los votos de la lista encabezada por la señora Weil, en la que se habían unido la UDF de Gíscard y el RPR de Chirac, es algo que casi todo el mundo preveía; una especie de retorno a la correlación de fuerzas anterior a la marca socialista que llevó a Mitterrand al Elíseo en 1981. En realidad, el éxito de la lista unida de centroderecha no ha sido tan brillante como pudiera creerse, pues su cota electoral ha quedado por debajo de lo conseguido en comicios anteriores. El factor radicalmente nuevo, sorprendente, es el de que el llamado Frente Nacional, dirigido por el antiguo paracaidista Jean Marie Le Pen, haya logrado más del 11% de los votos. Con su lema Francia para los franceses, ha centrado toda su campaña política en la demagogia racista, en cuyo nombre echaba la culpa de todos los males que real o supuestamente aquejan a Francia a los trabajadores inmigrantes; y pedía el rtefuerzo de los métodos policíacos para asegurar el orden y la tranquilidad, el trabajo, la familia y la patria. Con semejante política ha reavivado sin especial sutileza el antisemitismo latente en algunos sectores de la derecha francesa, al tiempo que se servía de un lenguaje de odio y fanatismo en sus ataques al gobierno socialista, y a todo lo progresista en la escena política francesa. Hablar de fascismo no es exagerado; el mismo Le Pen ha dicho que el papel histórico del nacionalsocialismo deberá ser revisado.Sin embargo, querer explicar desde unas coordenadas puramente fascistas el fenómeno Le Pen no es suficiente. Hay que preguntarse a la vista de los resultados electorales cómo en 1984 ha sido posible amasar un peculio de más de 2 millones de votos. La distribución de esos sufragios presenta perfiles de gran interés, puesto que se hallan concentrados en las grandes ciudades y especialmente en el Sur, con un 22% en Tolón y en Aix, un 21% en Marsella, todas ellas regiones tradicionalmente de izquierda, pero con muchos inmigrantes y con fuertes núcleos de pieds noirs, los repatriados de Argelia que conservan, y difunden a su alrededor una mentalidad colonialista. En esas zonas la xenofobia ha prendido en las capas medias, e incluso en sectores de trabajadores exasperados por la crisis. Otro componente del voto de Le Pen es el integrismo católico. Recordemos que Simone Weil ha sido, cómo Ministro de Sanidad, la que llevó adelante una legislación sobre el aborto mucho más permisiva que la aprobada aquí por la mayoría socialista.
Pero el éxito de Le Pen se debe sin duda a un fenómeno más general: amplios sectores de la sociedad francesa viven en un estado de profunda decepción, de gran confusión. El paro y la crisis se agravan. Este clima facilita actitudes de exasperación, tendencias a apoyar al que protesta con más virulencia contra los que mandan. Francia ha conocido otras corrientes derechistas con rasgos semejantes a los que hoy tiene el Frente Nacional, que no han sido duraderas. Hay, sin embargo, en tomo a Le Pen unos núcleos de militancia dura, racista y nacionalista, que pueden hacer temer una mayor resistencia al paso del tiempo de esta corriente. En todo caso, este 11% del Frente Nacional representa un problema muy serio para el futuro político francés: quizá sobre todo para la derecha tradicional. Un Parlamento que reflejase los votos del domingo pasado convertiría a Francia en un país ingobernable: ni la UDF ni el RPR imaginan una coalición con Le Pen; pero sin éste no tendrían mayoría. Por eso la preocupación por debilitar esa nueva fuerza va a ocupar un lugar central en la política francesa. Chirac no puede renunciar al menos a una parte de los votos que han ido a la lista de Le Pen y ello le impulsará a dar a su oposición al gobierno un tono mucho más duro y enérgico. El plazo que aún tiene Mitterrand por cumplir en la presidencia es de 4 años, lo que le da un margen de tiempo para intentar cambiar las corrientes que dominan en la opinión francesa. Ese propósito sólo es concebible con una orientación, política del Gobierno hacia el centro, lo que parecería aconsejar la sustitución del presidente del Consejo, Pierre Mauroy, por Michel Rocard o Jacques Delors. Todo ello hace prever una etapa de mayor inestabilidad política en Francia que los españoles no podemos contemplar sin preocupación. No parece que estos nuevos factores vayan a ser muy positivos para las relaciones de buena vecindad entre los dos países, que habían mejorado sustancialmente en los últimos meses.
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