Numeiri endurece el rigor islámico en Sudán
A principios de mayo sólo se les condenaba a ser flagelados en público. Después, a mediados de ese mismo mes, se les amputaba una de las extremidades, y casi inmediatamente después los verdugos de las nuevas víctimas de la justicia islámica sudanesa empezaron a cortar a la vez una pierna y una mano de los ladrones y malhechores. El pasado viernes se dio un paso más en la aplicación de la sharia (ley coránica) en Sudán, cuando Al Wasik Sabah al Jair, culpable de atraco a mano armada, fue condenado a ser colgado y posteriormente crucificado. Pero el cadáver del atracador sólo fue, en definitiva, expuesto ante los 7.000 espectadores de su ejecución porque, según explicó el director de la cárcel de Kober, el establecimiento penitenciario carecía del material necesario para la crucifixión. El próximo culpable sí será, en cambio, crucificado. Nuestro corresponsal en la zona informa sobre la situación sudanesa.
Hadya Mohamed Adam, administradora de un burdel de Jartum, fue, el domingo 8 de mayo, la primera condenada por uno de los nueve tribunales de excepción apenas instaurados por el presidente, Gaafar el Numeiri, a un año de cárcel y a 40 latigazos administrados en público, 15 más de los que padecieron cinco de sus empleadas y dos clientes del establecimiento, detenidos, juzgados y sentenciados en cuestión de horas, sin ni siquiera poder recurrir contra e0 veredicto pronunciado por un magistrado civil asesorado por dos oficiales del Ejército.Por haber golpeado brutalmente y robado 13 libras sudanesas (1.500 pesetas) a un transeúnte, John Chol Bosh y Simon Nyan Kao figuraron, a mediados del pasado mes, en el pelotón de las nuevas víctimas de los tribunales encargados de aplicar la sharia, cuyo inapelable dictamen ordenó que les fuesen cortadas la mano derecha y la pierna izquierda.
Ni siquiera el cura-católico italiano Giusseppe Manara logró evitar, la semana pasada, la flagelación pública a que había sido condenado tras ser reconocido culpable no ya de beber, sino simplemente de poseer alcohol en su domicilio, y su nacionalidad sólo le sirvió, tras una enérgica intervención de la Embajada de Italia, para librarse de cumplir la mitad de la pena de un mes de encarcelamiento a la que también había sido condenado. El crescendo del rigor islámico dio un paso más al sentenciar a la horca a Wasik al Jair, atracador reincidente que en su última acción delictiva sustrajo el equivalente de 65.000 pesetas al conductor de un automóvil, y sólo motivos técnicos obligaron a que, en contra de lo previsto, su cuerpo sin vida sólo fuese expuesto -y no crucificado- ante la muchedumbre concentrada en el patio central de la cárcel de Kober para asistir a la ejecución.
Muerte 'limpia'
Al Jair puede, sin embargo, considerarse como una víctima relativamente afortunada entre los aproximadamente 400 sentenciados desde hace casi mes y medio, porque su muerte fue "rápida y limpia", según palabras de un diplomático, comparada con aquellos cinco culpables sólo condenados a la amputación, que, no obstante, fallecieron, según la revista británica The Míddle East Magazine, a consecuencia de hemorragias, o aquellos otros cuyo estado de postración les condujo al suicidio.Esta falta de higiene en la ejecución de los veredictos es en gran parte achacable a la inexperiencia de los guardianes de prisión -los médicos suelen negarse a amputar-, algunos de los cuales han sido, -sin embargo, apresuradamente formados en Arabia Saudí, país con una larga experiencia en materia de aplicación de la sharia.
Los perdonados
"Ninguna comparación puede ser establecida entre Sudán e Irán", subrayaba Numeiri en una entrevista publicada el sábado último por el semanario cairota Ajbar el Yom, y al leer estas declaraciones numerosos lectores debieron pensar que, por lo menos, en la república iraní de Jomeini se cortan extremidades de forma más científica que en el país africano. El carácter artesanal de las amputaciones practicadas en Sudán ha acabado preocupando a la familia real de Arabia Saudí -donde se encuentra ahora, en visita privada, el presidente sudanés- por el desprestigio que puede acarrear para el islam.Más afortunados aún que Al Jair fueron los 60 reclusos condenados a la pena capital en virtud del antiguo Código Penal y que fueron liberados al haber obtenido el perdón de las familias dé sus víctimas, que, según la sharia, podían también haber exigido que derramasen su sangre para expiar el crimen -es decir, que fuesen amputados- o, incluso, una venganza total que conlleva la ejecución.
Las sanciones físicas decretadas por la justicia islámica, según la policía, han permitido disminuir en un 30% los robos y en un 40% los accidentes de carretera provocados por automovilistas ebrios, pero los hombres de negocios occidentales que aún frecuentan Sudán aseguran que la corrupción ha aumentado a niveles insospechados, "casi tanto como en Nigeria". "¿Cómo no va a aumentar, cuando para conseguir una botella de whisky en el mercado negro es necesario pagar como mínimo 100 dólares (15.000 posetas), cinco veces más que hace tan sólo dos meses?", se preguntaba el representante de una empresa. italiana. "De algún sitio hay que sacar el dinero para comprarla", concluía.
Otra consecuencia inesperada de la prohibición del alcohol -que entró en vigor un viernes negro de septiembre del pasado año, en el que miles de hectolitros de bebidas alcohólicas fueron vertidos en el Nilo, destruyendo parcialmente su fauna piscícola- ha sido la reducción de los ingresos de un Estado que, al dejar de percibir el impuesto de lujo sobre las bebidas, duplicó, por ejemplo, para compensar su agujero presupuestario, el alquiler de las viviendas sociales.
La introducción, desde septiembre, de la sharia como forma de justicia, sistemática y expeditivamente aplicada por los tribunales desde mayo, a raíz de la instauración del estado de emergencia, es sólo el aspecto más espectacular de la islamización forzosa de la sociedad sudanesa, que quedará formalmente acabada cuando, probablemente este año, sea proclamada una nueva Constitución de corte islámico, que creará un consejo compuesto de doctores en teología (shura) encargado de vigilar la ortodoxia religiosa de las leyes aprobadas y ante el que será responsable el propio imán Numeiri.
Porque para estar a tono con su reforma integrísta, Numeiri, en contra de todas las tradiciones islámicas, que sólo permiten la obtención del prestigioso título de imán (guía de los fieles) por herencia o por méritos, como Jomeini, el presidente de Sudán se hizo proclamar dignatario religioso musulmán, a principios de junio, por Mohamed Abdelkader el Amin, primer secretario de la Unión Socialista Sudanesa, el partido único que será probablemente disuelto cuando entre en vigor la nueva Constitución.
En una ceremonia retransmitida por televisión, Al Amin se dirigió a Numeiri, subido en un pedestal, para asegurarle con voz solemne que "confirmaba a su excelencia como el imán musulmán de la nación", y a renglón seguido, los miembros del recién creado Consejo de la República (versión ampliada del consejo de ministros) prestaron juramento de lealtad al nuevo dignatario religioso.
Nada más lejos, aparentemente, de las intenciones del aún joven Numeiri cuando a sus 39 años se hizo con el poder, en 1969, mediante un golpe de Estado calificado de progresista, que convertirse al cabo de década y media en un nuevo imán. Pero como señalaba recientemente el diario izquierdista libanés As Safir, "ponerse un turbante, prohibir las bebidas alcohólicas y propagar el fuero del fanatismo religioso" son los únicos medios que el "iluminado de Jartum" tiene a su alcance para intentar escapar a la peor crisis que padece su régimen en estos últimos 15 años.
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