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Mario Juruna

Cacique de los xavantes y diputado brasileño en un país en el que los indios no tienen derecho al voto

Juruna aprendió a hablar el portugués a los 17 años. A esa edad tuvo su primer encuentro con los blancos. Los xavantes eran poco más de 3.000. "En aquel entonces yo no pensaba tanto", dice ahora el diputado. "La gente joven no necesita pensar mucho". Explica que antes de ese primer encuentro creía que los blancos eran absolutamente distintos a los indios, y fue una agradable decepción darse cuenta de que también tenían brazos y piernas. Pasó a creer que todos eran iguales, blancos e indios.Luego se dio cuenta de que se había equivocado. Su tribu anduvo deambulando de un lado a otro, buscando las tierras garantizadas en los tratados, pero invadidas y tomadas por los blancos. Juruna hizo un largo aprendizaje hasta convertirse en cacique. Cuando volvió de un insólito servicio militar -se presentó para cumplir el año obligatorio en un cuartel donde jamás había aparecido antes un indio- tenía 19 años. Diez años después decidió ser jefe, por creerse capaz de defender a los suyos frente al gran enemigo -el blanco-, y fue elegido en 1970, por sufragio universal y directo, cacique de los xavantes. Su primera gran victoria fue lograr tierras para los suyos. La segunda, convencer a los xavantes -que en aquel entonces eran solamente 700- para que llevaran a cabo un amplío programa de expansión demográfica. "Trabajo nuestro", dice él, "era hacer un xavante por año. Enfermedades blancas mataban xavantes, entonces xavantes hacían más xavantes". Hoy día la tribu tiene poco más de 2.000 miembros. Juruna hizo 12 xavantes. Dice que va a seguir trabajando. Tiene dos mujeres: una se quedó en la reserva indígena y la otra vive con él en un departamento en Brasilia.

En los años setenta el cacique Juruna decidió presionar a los blancos, ya no solamente como cacique de los xavantes sino también como una especie de ángel guardián de todos los indios de Brasil. Lo primero que hizo fue comprar una grabadora portátil y empezó a desfilar con ella por los gabinetes de todos los políticos de Brasilia. Explicaba que los blancos no paraban de mentir a los indios y que grababa todo lo que oía para luego poder cobrar la palabra empeñada. Juruna y su grabadora pasaron a integrar el pintoresquismo del régimen militar hasta que todos se dieron cuenta de que el cacique no estaba para juegos.

Como diputado, el cacique Marío Juruna fue una sorpresa. Es un batallador incansable, y en sus 16 meses de trabajo legislativo dio a los indios brasileños victorias impensadas hasta por los más optímistas. Logró la creación de una Comisión del Indio en el Congreso, fue un mediador importante en la reciente rebelión de los txucarramanos, que acabó resultando la más expresiva victoria de los indígenas del país desde la implantación de la República.

Alejado de su tribu, vive en un piso en Brasilia. No sabe conducir un coche. "Nunca quise", aclara, "y sin ganas, uno no aprende nada. No le gusta el cine -"tontería de blanco: indio imagina en la cabeza, indio ve en la idea"-, no confía en los blancos, no entiende por qué los representantes de un pueblo pobre son obligados a presentarse en el Congreso con traje y corbata. Hace algunos meses casi pierde su escaño parlamentario: llamó ladrones a todos los ministros y al presidente; fue enjuiciado, pero todo terminó con una advertencia por escrito.

Y sin embargo, en Brasil los indios son considerados legalmente como menores de edad.

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