Dejen salir
J. V. Los ancianitos que tienen abono especial para la tercera edad en las andanadas, desearían que se flexibilizara el artículo 60 del reglamento, que dice: "Los espectadores... no podrán pasar a sus localidades ni abandonarlas durante la lidia de cada toro, a fin de no causar molestias". "Ya que tantos artículos del reglamento se incumplen", manifiestan, "en éste, que tampoco tiene tanta importancia, podrían admitir alguna excepción". Su problema es que, allá por el quinto toro de la corrida, les sobreviene la perentoria necesidad, no aguantan más, y quieren salir. Los porteros son muy estrictos y no les dejan. Comprenden que los ancianitos se telefonean vivos, pero ellos están allí para acatar el imperio de la ley. Cualquier día va a haber un desastre. Cualquier día los ancianitos exteriorizarán su protesta satisfaciendo dentro la necesidad que no les dejan evacuar fuera, y si unen voluntades y esfuerzos, la andanada será las cataratas del Niágara.
Su indignación aumenta pues mientras permanecen en sus puestos de la atalaya bailando claqué a la fuerza, contemplan cómo los más pudientes -y acaso más jóvenes- espectadores del tendido, durante la lidia del sexto toro escapan si les pete, y en tanta aglomeración, que aquello más parece romería. Ayer casi todo el tendido se echó a la calle mientras El Soro iniciaba su última faena de muleta. Si, como sospechan los ancianitos, estos espectadores tienen La próstata sana, hay agravio comparativo.
Y más cuando, en efecto, artículos fundamentales del reglamento se incumplen. Los ancianitos han visto mejores épocas del toreo. Cuando ellos eran jóvenes, aparte de que la próstata les funcionaba como un reloj, los picadores, por ejemplo, hacían la suerte, y no como ahora, que son la Brunete en versión taurina y su habilidad es partirles el espinazo a los toros, con sus carniceros puyazos atrás, donde más duele e incluso mata.
Babelia
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