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Juan Alarcón Torres

El primer hombre que sobrevive en España tras serle trasplantado el corazón se encuentra bien a los 22 días de la operación

Milagros Pérez Oliva

A Juan Alarcón Torres no le ha causado demasiada emoción saberse de repente protagonista de los telediarios y ver su fotografía en revistas y periódicos después de aquella madrugada del pasado 9 de mayo en que comenzó a vivir con un corazón que no era el suyo. Era el segundo trasplante de corazón que se hacía en España, a los 16 años del primer intento, que resultó fracasado, por parte del marqués de Villaverde. Reconoce que es agradable, desde luego, sentirse tan solicitado, y colabora todo lo que puede. Pero, después de todo lo que ha pasado, lo único que en realidad le emociona es pensar que ahora podría estar muerto y en cambio cada día se siente más animado y con más ganas de vivir. Si todo sigue bien, dentro de unas semanas estará ya en casa.

Lleva ya 22 días palpitando con el nuevo corazón y ya se pasea, siempre con la mascarilla puesta, por el corredor del pabellón San Gabriel del hospital de Sant Pau, de Barcelona, donde los cirujanos Caralps y Bonnín le practicaron el trasplante. Esta es la primera vez que los médicos autorizan que se le hagan entrevistas y está contento. Saluda sonriente a los fotógrafos y les pregunta, complaciente, cómo les va mejor que se ponga. Hasta ahora, era un hombre que hablaba poco y sonreía mucho, pero a medida que se siente seguro con su nuevo corazón, las palabras le brotan con mayor fluidez.Las cámaras de televisión habían dado de él la imagen de un hombre corpulento y algo apocado, parsimonioso. En la realidad es un hombre más bien enjuto, pero animado por una extraña fuerza interior, que no se nutre de complicadas elucubraciones sino de ideas sencillas que tienen más que ver con la supervivencia que con la filosofía sobre la vida y la muerte. Al fin y al cabo, él nació en La Florida en l'Hospitalet, hace 29 años, y siempre ha sido un muchacho de barrio, un chico de arrabal que al que le ha cabido el privilegio, cuando ya todo parecía perdido, de poder volver a recordar el pasado.

En la luminosa habitación en la que ha recobrado la vida, recuerda que comenzó a trabajar a los 14 años, como los otros chavales de su escuela, en un taller de bobinaje de motos, que luego se fue uno de carpintería y más tarde a otro en el que pulía tenedores y llaves inglesas. Pero lo que recuerda con mayor nitidez es el taller de platería en el que trabajaba hace dos años, cuando comenzó a sentir las primeras molestias. Mientras lo explica, contempla sus manos, pequeñas y finas, acostumbradas al trabajo minuicioso. "Yo tenía 27 años entonces, y cuando llegaba la hora del almuerzo notaba que no me encontraba bien. Y que me cansaba más de la cuenta". Pidió la baja, y comenzó a rodar por la pendiente. "Los médicos me dijeron que tenía el corazón más grande que la caja. Mi vida cambió por completo, porque yo jugaba al fútbol, corría, me movía mucho, y de repente apenas si podía caminar". Ya no trabajó más. "Me concedieron la invalidez provisional", dice, pensativo. Pensó que era un mal augurio, a su edad.

Habían pasado dos años. Los médicos del hospital de Sant Pau se lo dijeron claramente: "Tu corazón ya no bombea como tiene que bombear. Si no te operas, no hay nada que hacer". Recuerda que tuvo la sensación de encontrarse acorralado contra una pared, pero no pensó en la muerte. "Sólo lloraba y los nervios me martirizaban, porque soy muy nervioso. Cuando te dicen una cosa así, la verdad es que no te lo piensas. Te pones en sus manos. Es tu única salvación. Tenía miedo del dolor, pero ellos me dijeron que no sufriría. Y así ha sido, apenas he notado nada".

Del despertar a la nueva vida, tras la operación, sólo recuerda la impresión que le causaron tantos tubos, tantas agujas en su cuerpo, tanto aparato complicado en aquella extraña cama de la unidad de cuidados intensivos. Se tranquilizó cuando vio a su lado el rosto amable de la enfermera. Ahora, él mismo se sorprende de verse tan recuperado, cuando en las habita:ciones de al lado hay hombres más fuertes que él, doblegados por la enfermedad. Se sorprende también de algunas cosas que le suceden, y no sabe por qué, como por ejemplo, que come con más gusto que antes y de todo. "La verdura, no podía ni verla. Ahora la como sin ningún problema, incluso me gusta". Le han dicho que podrá llevar una vida normal, y cuando lo explica, busca palabras para poder expresar la sensación que eso le produce, "a mí, que me llegué a sentir como un inválido", y no las encuentra.

Llega la enfermera. El tiempo de entrevista se ha terminado. Juan se levanta, con la sonrisa de siempre, y tiende la mano derecha mientras con la izquierda sostiene un marcapasos. "Lo llevo siempre encima, por si hubiera una emergencia, pero no está conectado. No lo necesito. Mi corazón funciona perfectamente".

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