Mitad monje, mitad paisano
El presidente Luis Alberto Monge es el último líder de la primera generación de fundadores del Estado socialdemócrata costarricense. Compañero de los vencedores del breve enfrentamiento civil de 1948 -José Figueres, Daniel Oduber y Francisco Orlich-, Monge, de 58 años, alcanzó la presidencia en 1982, y la imposibilidad de repetir mandato hace que algunos especulen con un prematuro fin de raza; un agotamiento del régimen antes de entregar el relevo a la segunda generación, la de los sucesores.Escueto de inclinaciones, frailuno hasta la jactancia de recorrer el país acompañado sólo de su inamovible chófer de hace 20 años, el presidente Monge es un autodidacta que no ha olvidado sus orígenes, allá en el mercado de San José, donde el afectuoso recuerdo teñido de hagiografía le sitúa que mándose las pestañas con la lectura, entre cargamentos de hortalizas y respiros en el despacho de la producción hortofrutícola. Un hombre de la tierra dado a la maniobra horizontal propia del consenso en lugar del seco tajo vertical de la autoridad, se ve acusado de incapacidad para actuar decisivamente en un mundo propenso la estratagema, aun en su propio partido político. En lugar de ordenar, arbitra; busca la seguridad de lo colegiado a costa de no trazar con nitidez la línea de no retorno, y prefiere la ambigüedad de tener a todo su partido representado en el Gobierno a la abrupta coherencia de gobernar sólo con aquellos que se identifican plenamente con su política. Si es que alguien sabe con certeza cuál es su política.
La derecha, en la oposición, y la izquierda, en la vecindad de Managua, no discuten su firme patriotismo, pero coinciden en considerarlo escasamente apto para tiempos de emergencia. La primera teme que, después de todo, vaya a mantener la neutralidad costarricense en la guerra del Norte, y la segunda, que ya haya empezado a sabotear con la mano izquierda lo que proclama con la derecha. Quizá sea ése el discurso que mejor ilustra la delicada filigrana centroamericana del presidente. Quien bien le conoce recuerda, sin embargo, una de sus convicciones largamente sostenidas: Don Luis Alberto gusta repetir que después de que los costarricenses expulsaran a los filibusteros americanos de William Walker, en 1856, no iba a ser Monge el primer presidente de Costa Rica que los dejara meterse en el país.
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