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Las canastas de Josechu Biriukov

Yo tengo dos hijos, fíjese bien, los he parido yo, y uno es español y otro soviético, ¿qué le parece a usted?" Josechu Biriukov, el hijo menor de Clara Aguirregairia, estaba considerado como uno de los tres mejores jugadores juveniles de baloncesto de la Unión Soviética. Esa fue la razón por la que no pudo renunciar a la ciudadanía soviética mientras vivió allí, donde formaba parte de la selección. Y esa diferencia es la que siguió presente a su regreso a España: su hermano Yuri tenía pasaporte español; él, soviético. Y aunque Josechu había sido la causa directa e inmediata del retorno familiar a la patria, porque venía prácticamente fichado por el Real Madrid, el joven deportista lleva más de un año sin jugar de manera oficial dentro de la selección española. El club le mantiene y le entrena, y le ha facilitado un piso para él y su familia, que por razones de solidaridad comparten también con Eugenio y Angelines Ponomar. Es el único que trabaja, aunque, al no tener la nacionalidad -todavía en trámite-, sólo puede jugar en encuentros amistosos."Él nos alimenta a todos, pero éste ha sido un año perdido para él". La tristeza de Clara, su madre, es obvia: "En la Unión Soviética siempre constó que mis hijos eran de nacionalidad española, aunque Josechu conservó la ciudadanía soviética. Pero aquí traducen ciudadanía por nacionalidad, y le tienen meses sentado en el banquillo. Pero ¿qué más quieren? Les traigo a dos chicos preparados: un deportista formado en la Unión Soviética que no les cuesta nada, mientras que están comprando figuras extranjeras, pero no puede jugar porque no es espanol, siendo yo su madre... Y un médico especializado que sí es español, pero no le convalidan el título".

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Los problemas de Josechu Biriukov son, en el fondo, los mismos que sufren los hijos de los niños de la guerra que desean retornar a la patria de sus padres. Educados en el españolismo -"siempre nos inculcaron que éramos españoles y que algún día regresaríamos a España"-, nunca sospecharon que la repatriación iba a ser tan dura, tan larga y tan dolorosa. Ellos, los hijos y nietos de los niños, lejos de la politización del pasado, sólo han conocido el relato descarnado y crudo que han vivido sus padres. "Yo no sé por qué me envió mi madre a Rusia", dice Clara, "no me lo ha explicado después, y yo no la juzgo. Quizá si hubiera sabido que íbamos a estar separados tantos años se hubiera arriesgado a que muriéramos bajo las bombas". Lo cierto es que no conoció a una de sus hermanas hasta 20 años después; que se sintió huérfana privilegiada en un país extraño en el que los obreros le daban parte de su ración y las educadoras rusas le llevaban zanahorias tiernas de su huerto. Pero algun día habría que regresar...

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