Una 'hermana de la caridad'
¿Quién ha dicho que sólo taurófilos odian la corrida? Hay un momento en la plaza en que miles de personas odian también la corrida; protestan de la crueldad innecesaria -el puyazo carioca o tapando la salida del toro-, las torpes insisten cías en la suerte de matar o ante un astado que salga a la plaza con una deficiencia (cojo, tullido, débil de remos) que lo coloque de entrada en situación de inferioridad -una mayor situación de inferioridad si se quiere- o sencillamente que rehúya el combate. En cualquiera de estos casos los espectadores se sienten insolidarios del planeta de los toros, maldicen de su ingenui dad por haber ido y de sus sentimientos hacen partícipes a los vecinos con sus gritos, al presi dente con sus gestos y al torero con sus impro perios, con el vuelo de almohadillas que al dejarlas después las posaderas en la intemperie hace que sus reacciones sean desde entonces mucho más agresivas por la dureza y humedad que sienten en el fondo de sus troncos.Una masa vociferante es una masa que mi pone respeto, y ése es uno de los espectáculos que la corrida puede proporcionar. Pero curiosamente también impone respeto cuando juega la baza contraria. Hay que ver mejor, hay que oír lo que es el silencio en la plaza ante la faena de un torero. Un silencio que en los tendidos se da poquísimas veces. Tiene que arrancar de un respeto primario por la fama de que viene precedido el torero, pero sin suceder a lo bueno que el torero haya hecho ya, porque entonce los aplausos se encadenan con los aplausos y los olés con los olés. No. Tiene que ser antes de que ocurra algo, pero con la seguridad de que vaya a ocurrir; es un silencio preñado de la esperanza de que se rompa en la ovación unos segundos después; un silencio cargado de sentimiento. Muchas veces no ocurre en toda la corrida, pero cuando pasa pone el vello de punta por lo que tiene de mágico: ver la masa llenan do completamente tendidos, gradas y andanadas y no oír una voz ni una tos. Conseguir que 20.000 españoles estén callados estando juntos... Algo serio, oiga. Para eso tiene que se algo grande eso de los toros.
Una cosa he notado en esta mi vuelta a los toros como espectador después de algunos años de seguir las corridas sólo por la televisión o a través de la prensa. Antes había una masa de características unificadas, una masa que amaba, bramaba y aplaudía y luego, repartidos entre ella, algunos individuos que se carácterizaban por decir lo contrario de la colectividad, es decir, que si todos aplaudían, ellos permanecían hostilmente callados y cuando el torero daba la vuelta al ruedo repartiendo prendas entre ovaciones hacían gestos ostentosos moviendo el dedo índice de un lado para el otro para indicar que estaban disconformes, que ellos entendían más, que a ellos no se les engañaba tan fácilmente. En cada tendido no había generalmente más que uno de esos seres únicos... Y sólo faltaba que fuera vestido de color distinto para destacar más su personalidad.
Ahora, en cambió, está naciendo en la plaza una zona intermedia entre la masa y el disidente. Son grupos que adoptan actitudes minoritarias en general y la manifiestan en forma verbal colectiva, con gran irritación de los demás, que se vuelven iracundos desde todos los rincones de la plaza. Sus voces no son como los del Ronquillo famoso, muestra de un sentir inmediato y espontáneo. Parece que llegan ya preparados para demostrar a coro su incompatibilidad con el toro o el torero (a veces) y con la presidencia y la gerencia de la plaza (siempre). Además lo hacen en forma sincopada a la manera que inventaron los portugueses, y que tiene su forma más expresiva (lo que no quiere decir más divertida) en las manifestaciones de loss seguidores de Jomeini. Puede ser "¡Toro, toro!", para pedir algo que sea más grande (son como niños, "toro grande, ande o no ande", que en general no andan); burlonamente en la faena blandengue: "que-se-be-sen" (el toro y el diestro), o "eso-no-se-brin-da" cuando lo intentaba el matador desde el centro del ruedo. "Ya están ésos dando la lata", murmuran los otros sectores del público.
Sí, Parece que se ha escindido lo que hasta ahora mantenía una férrea cohesión manifestada en un aplauso o un silbido común, cohesión simbolizada en lo físico, en el roce constante que se realiza entre los espectadores. Creo que es el único sitio del país en donde el español acepta absolutamente encantado que el caballero de detrás le clave las rodillas en los riñones durante hora y media o dos horas, que le pisoteen tres o cuatro veces los que llegan tarde y que le llenen de ceniza los puros de las cercanías.
En lugar del típico "sin empujar", el agresor oirá el asombroso: "no tiene importancia", "no se preocupe", "nada, hombre, aquí no ha pasado nada", "esté usted cómodo", "si con buena voluntad cabemos todos"....
Un niño, un caramelo del público, una hermana de la caridad, como califican irreverentemente al toro sin malicia, se lo digo yo; al menos, de entrada. Por eso no tiene perdón de Dios el torero cobarde, el ganadero incapaz, el residente ignorante que le sacan de quicio. Con las ganas que tiene él de encajarse gustosamente en ese quicio y, gozar de lo que pasa en el ruedo... ¡Y de lo que pasa en el público!
Babelia
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