Tortura para mujeres
A Shabila ya no la matan. El Tribunal de Apelación de Abu Dabi, capital de Emiratos Árabes Unidos, ha decidido perdonarle la vida a cambio de darle de latigazos y encarcelarla durante un año. Hasta ayer sabíamos que Shabila estaba condenada a morir lapidada en la plaza pública, por ser culpable de uno de los peores delitos que puede cometer una mujer en un país islámico, el adulterio.Shabila está embarazada de siete u ocho meses y espera, en la prisión de Abu Dabi, que la naturaleza complete su ciclo y su hijo/a nazca y se reponga de los afanes de un parto sucedido en prisión, para ser conducida al lugar del suplicio, donde será cumplida la sentencia. Hasta el jueves 3 de mayo, esa sentencia era la de morir a pedradas. Shabila sería introducida en un saco, atada la boca del saco, y arrastrada hasta la plaza pública. Las piedras rituales ya preparadas serían lanzadas por los hombres escogidos -en según qué lugares islámicos los jefes o los más ancianos del lugar- hasta que el saco dejara de moverse.
Pero hoy ya no hay peligro de que el ritual se cumpla. El Tribunal de Apelación de Abu Dabi, o el jeque sultán de los Emiratos Arabes Unidos, ha decidido indultar a Shabila y cambiar su suerte por la de latigazos y prisión. Los esfuerzos unidos de Amnistía Internacional y del Movimiento Feminista en Europa y Estados Unidos han dado resultados. Algunas compañeras hasta se sienten contentas y liberadas de la angustia. De tanta angustia y de tanta pena como tuvieron que compartir mientras temían que las piedras rituales cayesen, una a una, sobre el bulto que se movía dentro del saco. Ahora no, ahora Shabila ha sido indultada.
Shabila espera el parto de su hijo para ser azotada por el látigo, y otras muchas Shabilas, sin nombre, sin rostro, para eso lo llevan cubierto, han sido ya lapidadas y azotadas por atreverse a desafiar la ley divina. Otras muchas Shabilas viven encerradas tras las rejas de los harenes, o son vendidas como esclavas, y son apaleadas y asesinadas diariamente; pero nosotros, que no las conocemos, que no sabemos su nombre, que jamás oímos su historia, nos sentimos liberados porque a Shabila ya la han indultado y sólo la azotarán con un lático cuando haya parido a su hijo.
Cuenta un viajero cosmopolita, enamorado de las bellezas de Argelia, que en Beni Isguem, en la puerta del desierto, las mujeres mozabitas no pueden descubrir su rostro en ninguna circunstancia. Comenta que los hombres contraen matrimonio con ellas sin haberlas visto jamás. No dice si las mujeres vieron al hombre con el que las casan, ni que ellos contraen cuatro matrimonios legítimos y poseen tantas concubinas como deseen.
Otros escritores menos occidentales, menos cosmopolitas y menos esnobs, doloridos de lo que pasa en su tierra, escriben sobre la tragedia sexual de la mujer árabe, como Yusef el Masry. En sus páginas encontramos los asesinatos rituales por honor, que todo hombre bien nacido no dudará en cometer cuando la hermana, la madre, la esposa o la hija hayan faltado al mandamiento de pureza que toda mujer debe cumplir. Un niño de 11
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años se subirá en una silla para apuñalar a su madre dormida, cuando ésta, ya viuda, conviva. con un hombre que no sea su marido. Un padre anciano y débil contratará a un asesino profesional para matar a su hija que ha huido de casa con el novio. El hermano le cortará la cabeza a la hermana que ha perdido su virginidad, y el marido disparará contra la esposa infiel.
La mutilación sexual, mediante la ablación del clítoris, se practica en todos los países musulmanes y en toda África negra. Se calcula hoy que 20 millones de mujeres han sido cliteridectomizadas. Las niñas, a los ocho o nueve años, son tendidas en el suelo de la estancia, sujetas las piernas, abiertas por las manos expertas de las mujeres de la familia que ya han pasado el trance, y con un tajo tembloroso o certero de la cuchilla que utiliza la partera perderán para siempre su derecho a gozar del placer sexual.
En Afganistán, los jefes del Consejo de Ancianos llamaron a la guerra santa a las tribus cuando los instructores de las ciudades cometieron sacrilegio: pretendían enseñar a leer a las mujeres, prohibieron el viso del velo, la poligamia, abolieron la cliteridectomía. No es de extrañar. No es la primera vez. En 1881, la prohibición de la mutilación sexual por los misioneros católicos de Abisinia provocó una rebelión de los indígenas varones, hasta que el Papa tuvo que reconocer la necesidad de la operación.
En 1958, se prohibió la escisión en Aden, territorio británico. Hubo que restablecerla al año siguiente. En Kenia, la revuelta del Mau-Mau se dirigió en parte contra la tentativa de las autoridades de hacer desaparecer la mutilación. Jomo Keniata, el líder socialista, escribió en su libro A la sombra de Kenia: "Ni un solo kikuyo digno de ese nombre quiere casarse con una muchacha que no haya sufrido la escisión". Al tomar el poder en 1963, Jomo Keniata se apresuró a restablecer la cliteridectomía, "neciamente combatida por proafricanos demasiado sentimentales".
Estos días publica la Prensa que cientos de mujeres son vendidas como esclavas en la India. Cientos de mujeres. No hombres, ni niños, ni ancianos. Mujeres, niñas y ancianas, todas hembras. La Sociedad para la Abolición de la Esclavitud denuncia que en la mayoría de los países del Tercer Mundo las mujeres son consideradas esclavas. Del padre, del marido, del consejo de ancianos. En muchos países, el único tráfico de esclavos que se practica es el de mujeres. Y que en el mundo hay una tortura específica para mujeres, sólo por ser mujeres.
Las saras del África negra han estirado durante años, desde la infancia, el labio inferior hasta convertirlo en un anillo de carne de 50 centímetros de diámetro, donde el marido cierra una cadena que atará a un poste cuando la esposa se porte mal. Las mujeres jirafa de Birmania del Norte son famosas por su cuello de más de 40 centímetros, conseguido mediante el estiramiento progresivo de las vértebras cervicales por la introducción de collares de hierro desde los cinco años. En la edad adulta, si la mujer se porta mal, el marido corta los anillos y se produce la parálisis de la cabeza y de las cuatro extremidades, por pérdida del sostén de las vértebras del cuello.
En un lugar de la India, el marido le corta la nariz a su mujer cuando tiene sospechas de adulterio. Un anillo metido en la carne, donde se ensarta una cadena que se ata a un clavo en la pared, es el castigo para las esposas que huyen. Los paquistaníes, árabes, hindúes, egipcios, marroquíes, turcos, nandis, tunecinos, visten a sus mujeres con sus atuendos tradicionales, que las tapan de los pies a la cabeza o solamente la cara. Un antifaz de cuero negro, que cubre la frente, la nariz y la boca, es la máscara habitual de las mujeres de los Emiratos Árabes Unidos. Algunas llevan tatuada la frente o los labios, operación que se realiza muy cuidadosa y lentamente con una aguja, que causa una dolorosa agonía.
Afortunadamente, nosotros no nos enteramos de todos estos horrores, y la angustia por la suerte de Shabila se ha calmado al saber que ya ha sido indultada, y que cuando nazca su hijo sólo será apaleada a latigazos, lo que siempre es mejor que morir lapidada metida en un saco.
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