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FESTIVAL DE CANNES

Pese a su rechazo por el comité de seleccion, se proyectó el último filme de Zulawski

La Prensa francesa se rasgó las vestiduras al saber que el comité seleccionador del Festival de Cannes había rechazado La mujer pública, última película del polaco exiliado Andrej Zulawski, quien hace tres años presentó en Cannes Posesión y hace casi 10 filmó Lo importante es amar. Aun sin conocer la película, parecía un error del festival no incluir en su programa a autor tan esperado: Zulawski es un raro cineasta de caliente imaginación que en imágenes siempre convulsas expone herméticas alegorías sobre el bien y el mal, provocando, de camino, con sus frecuentes agresiones visuales. El festival, se decía, debe alentarle.

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Aunque es fácil esperar los más retorcidos montajes publicitarios, no se encuentra uno, sin embargo, fuera de sorpresas. Cada año se acaba participando alegremente en el complejo y a veces desfachatado mundo de la promoción publicitaria, aunque con la certera sospecha de que los escándalos de turno son fuego de artificio.Porque mientras las revistas y diarios hablaban de La mujer pública como de la injusticia del año, una proyección la película se anunciaba en sesión extraordinaria "única, irrepetible, bajo invitación", y naturalmente hubo un lleno absoluto. Todos vimos la obra tan maldita y en el palacio del festival, a pesar de lo cual antes de exhibirse se informaba por los altavoces de que el pase había que agradecerlo al presidente del festival, Favre le Bret, insinuando así que fue el director, Gilles Jacob, quien rechazó el filme.

Lo malo fue la decepción final. Entre pitos y aplausos se coronó el desenlace de La mujer pública: para buena parte del público sólo había sido una copia que Zulawski hacía de sí mismo. Los símbolos, los inesperados movimientos de cámara, los gritos y tensiones, que otras veces no habían ocultado un sensible reflejo de angustias colectivas, son aquí más gratuitos, más superficiales. Una joven y mala actriz se debate entre el amor de dos hombres -uno exiliado y otro director de cine- que representan las fuerzas del mal y del bien, incluso en términos casi mágicos. La novela en la que se basa se inspira a su vez en Los endemoniados de Dostoievski, sobre la cual ha trabajado más intensamente el director. Más fuerte fue la decepción provocada por El elemento del crimen, primera obra de Lars von Trier, danés de 28 años, que se había anunciado como la revelación del presente Festival de Cannes. Cierto que esta pesadilla filmada en tristes amarillos -que aun haciendo referencia al cine negro contiene tan evidentes como excesivas referencias al barroquismo de Fellini y Welles- asombra desde el principio. No dejan indiferente sus insólitas imágenes, que muestran las ensoñaciones de un policía que se somete en El Cairo a un tratamiento hipnótico para tratar de recordar qué ocurrió tres años antes cuando fue llamado a Europa para investigar una serie de crímenes.

Sólo recuerda prácticamente aquella Europa desolada, sucia, en ruinas, como producto de algún desastre bélico, y el tema de un libro, El elemento del crimen, que teoriza sobre cómo un policía debe identificarse con el asesino para, conociendo su futuro, poder apresarlo en él. También recuerda algunos elementos de la compleja trama que envolvía los asesinatos, pero el resto se le dibuja en imágenes inconexas, rebuscadas, pretenciosas. Como a la propia película, que en sus permanentes repeticiones hace desaparecer la fascinación primera para dar paso a una molesta consulta al reloj.

Un discípulo de Renoir

Todo lo contrario del filme de Bertrand Tavernier, Un domingo en el campo, en el que ha imitado la serenidad de aquel sensible y jovial Jean Renoir de La comida en la hierba o Un día de campo. Esta narrativa es una sorpresa en Tavernier, director, entre otras, de La muerte en directo. Ahora Tavernier reproduce un plácido encuentro familiar en torno al abuelo, pintor solitario que espera con paciencia la muerte.El hijo, su esposa, los niños, la criada, la tía joven -que también vive sola pero en plenitud, incluso a la última moda de aquellos años diez-, la luz del atardecer, las pequeñas emociones, el calor, el sonido del campo..., son los términos de esta nostalgia a la que la referencia a Renoir no favorece: falta su picardía, su vitalidad, es decir, su genio. Un domingo en el campo es un simpático y limitado paréntesis en la filmografía de Tavernier, que no ha respondido a la demanda que se le hacía en el festival, tan amenazador ya en decepciones.

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