El ingreso en la Academia Española
La Real Academia Española de la Lengua ha reaccionado por segunda vez. Con sigilo y buenas formas, más numéricas que gramaticales, ha impedido sentarse en un sillón a ganadores de premios de novela, narrativa o simplemente -y esto es más grave- escritores de libros políticos y artículos períodísticos. En España tenemos la costumbre de confundir efímeras famas por calidad de lenguaje y pensamiento profundo. A la Academia hay que acceder con un saco repleto de extraordinaria literatura. Los premios literarios se consiguen por infinidad de caminos, y, aunque vayan acompañados de una mínima calidad, el vender unos miles de ejemplares en un determinado momento -y hasta repetir la hazaña varias veces- no significa absolutamente nada. Es, a mi entender, un pasaporte nulo para pasar la aduana de la inmortalidad.Cuando se sigue la vida literaria con cierta proximidad se vislumbran y adivinan situaciones anómalas que el tiempo termina por descubrir, y restituye a cada escritor y a su obra al lugar justo. Admiro el valor de la Academia, el de los académicos presentadores de candidatos, y con mayor énfasis a estos últimos. Felicitémonos por esta actitud y hagámosla extensiva a los frustrados inmortales, porque son la vanguardia de los que vienen detrás escribiendo más y mejor, propiciando lectores por el placer de aprender y cultivar la cultura literaria y humanística. Que nadie se ofenda, pero, como no empecernos a expresar nuestro sentir públicamente, volveremos a caer en frustraciones personales y colectivas que tan nocivas han sido y aún son para la sociedad española. /
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