Un viaje a la Unión Soviética
LOS REYES de España inician hoy su viaje a la Unión Soviética, programado bastante antes de que los últimos sobresaltos en el escenario internacional -entre otros, la retirada soviética de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles- tensaran el panorama mundial. Es evidente que la visita del Jefe del Estado español trasciende las circunstancias puramente coyunturales de estas fechas y se inscribe en una estrategia de gran aliento, orientada a colaborar en el alejamiento de las apocalípticas perspectivas de una guerra generalizada y la construcción de vías de entendimiento entre los bloques que hoy se dividen el dominio del planeta.La democracia española, representada en su máximo nivel por la Corona, está comprometida con los valores y los principios de los sistemas asentados sobre el Gobierno representativo, la defensa de las libertades y la economía mixta de mercado. Todo ello no sólo no impide, sino que justifica y alienta, desde el servicio más estricto a los valores de la libertad, el ensanchamiento dé relaciones con todos los países del mundo y la cooperación al entendimiento y al diálogo no sólo con las naciones de nuestro área, sino de manera específica con aquellas que nos resultan más lejanas o extrañas, por decirlo de algún modo. Una nación como España, situada entre las potencias medias, heredera de una valiosa tradición cultural y eventual mediadora entre la Europa desarrollada y los países de Latinoamérica, debe hacer compatible su lealtad hacia el área civilizatoria a la que pertenece con los esfuerzos por contribuir al fortalecimiento de la paz mundial o al debilitamiento de las expectativas bélicas. Las relaciones entre las grandes potencias pasan sin aviso previo, en función de sus problemas internos y de sus propios intereses, desde la confrontación a cara de perro hasta los noviazgos casi idílicos. ¿Pueden borrarse del registro histórico la alianza antihitleriana durante la segunda guerra mundial y los posteriores acuerdos adoptados en Yalta por los vencedores para dividirse el planeta, haciendo caso omiso de la voluntad de los países pequeños? ¿Se hallan tan lejanos los tiempos del deshielo y de las negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, cuando Kennedy y Jruschov parecían heraldos de una nueva época de paz y desarme? ¿Quién hubiera podido predecir, a comienzos de la década de los sesenta, las cordiales relaciones entre Estados Unidos y China, visitada recientemente por el presidente Reagan? ¿Alguien puede ignorar los nudos comerciales que unen a la República, Federal de Alemania con la Unión Soviética? ¿Se puede descartar un súbito acercamiento, antes de que concluya esta década, entre la Administración norteamericana y la nomenklatura soviética? Sería estúpido -además de servil- que los países menores situados dentro de esos bloques hegemónicos tuvieran que aguardar a que los bruscos cambios de humor de las grandes potencias determinaran al milímetro las fronteras de su acción diplomática, máxime cuando importantes corrientes de opinión dentro de los Estados Unidos critican el belicismo de la Administración Reagan y propician la reapertura del diálogo con el Este.
Desde el arranque mismo de la transición democrática, don Juan Carlos ha sido una pieza clave de los esfuerzos de la España democrática para hacer oír su voz en todos los grandes problemas que preocupan a la humanidad. La democracia española ha encontrado en la figura del Rey el mejor embajador imaginable. La popularidad de don Juan Carlos en los países latinoamericanos, el reconocimiento que su figura merece en el área occidental y el respeto a su labor en el resto del mundo no pueden ser desaprovechadas para los grandes intereses nacionales ni tampoco instrumentadas al servicio de políticas coyunturales Dicho sea en su honor, los sucesivos Gobiernos constitucionales, con la única salvedad del bochornoso incidente de Brasil, donde el Rey pronunció como discurso un artículo del presidente González (y hay que decir que el responsable oficial de esta burla diplomáfica fue destituido sólo para ocupar inmediatamente otro alto cargo, nada menos que como asesor del ministro de Defensa), han respetado hasta ahora de forma irreprochable esa obligada distinción entre las funciones del Rey, vinculadas a la continuidad y la permanencia de la presencia del Estado en el escenario mundial, y la dirección de la política exterior, que refleja las posiciones de los partidos. No hay razon a una para temer que esa distribución de papeles pueda ser alterada en el futuro. Y el viaje de don Juan Carlos a la Unión Soviética no tiene por eso connotaciones diferentes de ningún signo.
La oportunidad histórica, por lo demás, de que por primera vez un jefe de Estado español visite la URSS, y de que sea el Rey el primer jefe de Estado occidental que es recibido por Chernenko cómo máximo dirigente soviético, no debe.ser desperdiciada. Lo distante, y en muchas cosas opuesto, de nuestros sistemas políticos no debe evitar un esfuerzo de acercamiento económico, cultural, y político. Europa y el mundo necesitan una política de distensión. Cualquier encuentro bilateral que contribuya a ello es por eso una buena noticia, y una buena noticia es el viaje de don Juan Carlos de Borbón, rey de España, a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
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