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Juan Pablo II lanza una de sus denuncias más duras contra la explotación del trabajo

Juan Arias

Juan Pablo II, ante 300.000 obreros, labradores y pescadores, hizo ayer en la ciudad surcoreana de Pusán una de las denuncias más duras de su pontificado contra la explotación del trabajo. Afirmó que "las injusticias flagrantes producidas por la imposición de sistemas ideológicos en este campo amenazan la paz del mundo".

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Hoy será la última jornada de la visita del Papa a Corea del Sur en la que, por primera vez en la historia de la Iglesia, celebrará una ceremonia de canonización, la de 103 mártires coreanos, fuera de San Pedro del Vaticano,El encuentro de ayer con el mundo del trabajo tuvo lugar en el viejo aeropuerto de Pusán. El Papa dijo a los trabajadores que el hombre es tratado "como un simple medio de producción" y como "un instrumento material que debería costar lo menos posible y producir lo más posible". Afirmó que ha sido una gran tragedia para la humanidad y una fuente de dolor para millones de trabajadores el que "toda la cuestión del trabajo haya sido tan frecuentemente considerada sólo desde el punto de vista del conflicto entre capital y trabajo". Pidió que se asegure a los trabajadores un sueldo justo y digno y subrayó que "la justicia pide además que los trabajadores obtengan un beneficio de las ganancias de su empresa".

Las palabras del Papa no dejarán, ciertamente, de tener gran eco en un país en el que se ha hecho un mito de la producción; que se está convirtiendo en uno de los países en que el precio de la unidad de trabajo es de las más bajas del mundo. Donde, a pesar del tan aireado milagro económico, se trabaja aún 12 horas al día, hay sólo cinco días de vacaciones al año, no existen los sindicatos y el 30% de las familias viven con menos del mínimo vital necesario, mientras 20 familias poseen el 60% de la tierra.

El Papa, condenando las ideologías del capitalismo y del marxismo, piensa naturalmente que la Iglesia puede encontrar también aquí en Corea una salida distinta, no ideológica, para poder resolver esos graves conflictos que él ha criticado. Es su vieja teoría que explicó gráficamente a un amigo suyo diciéndole que no le gustaría vivir ni en Nueva York ni en Varsovia.

Por la mañana, el Papa ordenó en el estadio de la ciudad de Taegu a 38 nuevos sacerdotes coreanos en presencia de 50.000 personas. Al llegar Juan Pablo II, la gente empezó a mirar al cielo en una jornada limpia, casi de verano, porque el animador estaba gritando desde el micrófono que estaba sucediendo un milagro: un arco iris que daba vueltas alrededor del sol. Muchos se pusieron a gritar, otros de rodillas rezaban mirando al sol e inclinándose después a la manera oriental. Como siempre, hubo quien lo vio y quien no.

Los obispos más progresistas afirman que la gente habla en este país de milagros con la mayor naturalidad. Y aseguran que si no son admitidos oficialmente por la Iglesia, es sólo porque no hay médicos preparados y con autoridad mundial reconocida para certificarlos. Quizá por eso el Papa ha dispensado de los dos milagros preceptivos para una canonización a los 103 mártires coreanos.

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