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Tribuna:La obra del prosista ampurdanés llega a su último volumen
Tribuna
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La mirada del payés

La afirmación de Dionisio Ridruejo -"Josep Pla es el mayor prosista español de nuestro siglo"- sigue pendiente todavía en la no menos pendiente tarea de reexamen y readaptación a nuestros días de la literatura española actual. Ridruejo escribió la frase, cargada de sentido e intuición, en el prólogo a la version castellana de El cuaderno gris, que el poeta firmó conjuntamente con su esposa Gloria de Ros; Ridruejo no pudo ver su traducción ya publicada, pues falleció poco antes, mientras corregía las pruebas de imprenta. Pero con ella culminaba su gran labor como integrador de ambas culturas -la catalana y la castellana- que ha bía dado frutos tan espléndidos con anterioridad como el Diario de una tregua y el Cuaderno catalán.

La frase del poeta va cargada de razón literal: no dijo el mejor escritor, ni narrador, ni novelista, ni siquiera periodista. Habló solamente de prosa, y dijo además "el mayor", lo cual parece ser algo perfectamente calculado. Pero Pla era bilingüe, y en su obra, toda ella elaborada para ser publicada primero en periódicos y revistas, utilizó indistintamente el catalán y el castellano, y eso desde el principio.

En efecto, desde antes de la guerra alternaba sus crónicas en La Publicitat o La Veu de Catalunya, con las que enviaba a El Sol de Madrid; después de la guerra publicó sobre todo en castellano en la Prensa, culminando su trabajo en este idioma con sus colaboraciones en Destino, que duraron desde 1939 hasta 1975 aproximadamente. La utilización de las dos lenguas fue deliberadamente indistinta a lo largo de su vida, y no se debió a circunstancias externas. Si acaso la censura anticatalana de posguerra le obligó a escribir más en castellano; pero para él era indiferente el resultado.

En volumen, su obra no tiene comparación en la literatura catalana, y habría que remontarse a Ramon Llull para manejar cantidades similares, con el agravante de que Llull escribió en tres lenguas diferentes, el catalán, el árabe y el latín. Quienes regatean a Pla su envergadura artística circulan por un sendero de falso rigor -la creación de una obra- y con un reticente disimulo: el conservadurismo de Pla y su desafección del catalanismo militante. Pero estos son temas estrictamente catalanes, y sospecho que, visto desde el resto de la península, el problema es menor, y, peor aún, específicamente catalán en el peor de los sentidos. Siendo así que esta mezcla de idiomas constituye, desde Ramon Llull a Josep Pla, una característica esencial de la cultura y de la literatura catalanas que, más que empobrecerlas, las enriquece.

Asombrosas descripciones

El lugar de Josep Pla en las letras españolas, en castellano y en catalán, está claro para los que no somos catalanes. La frase de Dionisio Ridruejo es muy precisa y significativa, aunque no sea aceptada por todos en su sentido amplio, y a ella podrían añadirse múltiples testimonios de todo tipo, de Álvaro Cunqueiro a Camilo José Cela. El joven Pla viajó también por Castilla -dejando descripciones asombrosas de su gente y sus paisajes- y hasta trabajó en Madrid en los primeros años de la República, de los que dejó crónicas admirables de escepticismo crítico y sabiduría expresiva. No frecuentaba tertulias literarias ni mentideros políticos, pues prefería ir de restaurantes con Julio Camba, 15 años mayor, aquel gran escritor gallego en castellano que algún día habrá que redescubrir inexorablemente. Lo castellano está presente en Pla, pero no con tanta densidad y frecuencia como lo catalán, desde luego; a veces parece como si lo castellano fuera como uno más de sus inolvidables. viajes, como Italia o Francia, por dar ejemplos.

Pero lo que sucede en resumidas cuentas es que lo español, en Josep Pla, supera a lo meramente castellano; que España era su nación, su país, y que su fundamental sensibilidad y estilo participaban de lo español de manera inducida a partir de su peculiariedad ampurdanesa. Josep Pla no puso nunca en tela de juicio el mundo:, se limitó a describirlo aceptándolo en profundidad como un conjunto bastante lamentable pero que no era posible rechazar, sino criticar. Pues la suya era una aceptación lúcida, crítica y escéptica, y por ahí hay que buscar lo mejor de sus lecciones. Esto tengo y esto soy, parecía decir; esto es lo que veo y esto lo que me parece. De ahí que resulte tremendamente incómodo para todo radicalismo, para toda posición exclusivista.

En ocasiones parece como si el lector en castellano pudiera llegar hasta regocijarse -desde fuera de las peleas catalanas sobre la obra de Pla. Nos parece como si se armaran un jaleo bastante considerable para un problema tan sencillo de resolver. Es una manera de hablar, desde luego: nos resulta a los no catalanes demasiado simple salirnos del problema y quedarnos con la prosa magistral de Josep Pla, sin poner en tela de juicio ni sus opiniones, ni sus ideas, ni nuestra propia tierra más cercana. Pero el arte -y hablo de arte, pues creo que Pla es un artista de la prosa española y de la catalana, un descriptor excepcional y un testigo al que hay que acudir siempre a pesar de todo- comporta problemas cuya insolubilidad está en razón directamente proporcional al abandono de sus propios criterios. Ya sabemos que el arte no lo es todo, desde luego: pero lo significa. Si prescindimos de él, empobrecemos nuestra propia vida y nuestra comprensión del mundo.

Dejemos de hacemos el correspondiente y perjudicial Ho de siempre, y veamos a Pla con la cercanía con la que podemos contemplar, por poner un ejemplo maldito, a Louis Ferdinand Céline (y no Regó a sus horrores). Son 30.000 páginas que se resisten a ser enterradas. No lo serán jamás.

Al lado de Baroja, de Azorín, por poner ejemplos más cercanos, esta mirada de payés nos completa el panorama. Era peor narrador que Baroja, pero mejor prosista; peor prosista que Azorín, pero más crítico y combativo.

El 98 pasaba también por sus venas, pero en su vertiente más tardía, que no fue precisamente la más simpática. Pero su labor con la lengua catalana, en mi modesta y externa opinión, ha sido impagable. Si Pla no hubiera existido, Cataluña hubiera tenido que inventarlo, pues es uno de sus hijos que mejor expresan gran parte de su verdad.

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