De ventana indiscreta a ventana elecrónica
Viéndola ahora, 30 años después de su realización, La ventana indiscreta adquiere extrañas resonancias. Su argumento es bien conocido: un fotógrafo, al que una pierna rota obliga a permanecer sentado en una silla de ruedas, contempla, desde la ventana de su casa, lo que sucede en las ventanas de los inmuebles del vecindario, asesinato incluido.La posición de James Stewart -se ha dicho mil veces- es la de un espectador, la de un mirón: Cada una de las ventanas es una pantalla o, mejor aún, un encuadre.
Del talento del voyeur, de su capacidad para montar los fragmentos de realidad que captan sus ojos depende el que el conjunto cobre sentido. Se trata de un espectador activo, que se desdobla en cineasta -por algo su profesión es la de saber observar a través de objetivos- y sabe hallar qué asociaciones son lícitas entre imágenes diversas, cómo hay que interpretar un puzzle de rushes.
La ventana indiscreta
Director: Alfred Hitchcock. Intérpretes: James Stewart, Grace Kelly, Thelma Ritter, Wendell Corey, Raymond Burr. Guión: John Michael Hayes. Fotografía: Robert Burks. Música: Franz Waxman. Decorado: Hal Pereira. EE UU, 1954 Reposición en cine Conde Duque.
El patio de vecindad en que transcurre la acción es algo que nos remite a esos recuadros que permite la imagen electrónica, esos pequeños espacios que aparecen junto al cráneo del busto parlante y que van cambiando de acuerdo con sus palabras. Es más, no sólo cambian iconográficamente, sino también de formato, tamaño y emplazamiento, ocupando ora toda la superficie del televisor, ora un pequeño ángulo superior de la pantalla, diluyéndose o agrandándose según sea la conveniencia del realizador, que, si lo desea, puede llegar a subdividirla y hacer que se volatilice como un papel rasgado en mil pedazos, que se lleva el viento.
Fidelidad a las normas del juego
Todo el encanto de La ventana indiscreta estriba en que Hitchcock es fiel a las normas del juego. El observador no puede ver más de lo que le permite su vista, el zoom de su cámara o unos prismáticos. Dispone de un único mirador y hay un espacio que se hace real a base de respetar esas leyes.El asesino, la bailarina o la solterona son personajes que no vuelan, que no se nos aproximan arbitrariamente, porque la técnica permita mover decorados o las transparencias conviertan a cada persona en una potencial Mary Poppins. La emoción surge de la sintaxis.
La saturación de imágenes, el confundir la sorpresa con la gratuidad y el humor con el artificio son algunas de las razones por las que hoy no es posible hacer un filme como éste. Más allá de cuestiones de presupuesto -Hitchcock nunca fue el cineasta más caro- lo que hoy limita una ficción de este tipo es, paradójicamente, la facilidad con que se pueden resolver determinados problemas técnicos.
La ventana indiscreta es el primero de los cinco títulos de Hitchcock que ahora recuperamos después de largo tiempo de permanecer vedados a salas comerciales o cadenas de televisión. Su vigencia, su atractivo, no depende tanto de la calidad y lógica de sus guiones como de la maestría de su puesta en escena, de esa obsesión por planificar correctamente, de la idea de dar un tratamiento realista a todo cuanto sucede en el apartamento del fotógrafo y contrastarlo con el tono de pantomima que adquiere el mundo visto desde el alféizar de un primer piso. Hay en la película tanto oficio, astucia, humor e imaginación que es imposible sustraerse a la nostalgia, a la idea de que con Hitchcock se acabó el cine y empieza la supervivencia. Es una exageración, pero la comparación entre la cotidianidad del patio de vecinos del filme y la cotidianidad televisiva sugiere algo muy parecido.
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