Las tres negaciones de Iberoamérica
La historia de Iberoamérica ha estado constituida por una ininterrumpida crónica de repudios. Parece dominar una pasión negadora. En efecto, destruido "el reino colla, la capital fue trasladada a Cuzco y empezó el trabajo de borrar toda la historia anterior" (1). La conquista española impuso sus valores culturales a los precolombinos. La emancipación cubrió de leyenda negra los siglos de virreinato. Los primeros Gobiernos de cada una de las nuevas Repúblicas desterraron o asesinaron a sus libertadores.Si esto ocurrió en lo político, las elites criollas rechazaron en el campo de la cultura las dos fuentes de nuestro espíritu, la indígena y la española; fomentaron la insolaridad hasta crear la insularidad, y al hacerlo dañaron la unidad de la región y sus perspectivas de grandeza.
Este desconocimiento no puede ser estimado sino como suicida. Muchos cronistas coloniales (2) e historiadores republicanos no supieron apreciar las culturas aborígenes. Se avergonzaron de ellas o simplemente las dieron por no existentes en las biografías de cada nuevo Estado.
La negación de nuestro origen indio no resiste el menor análisis. La presencia de mayas en Guatemala, de quechuas en Perú y Bolivia, de aymaras en el Altiplano, de aztecas en México, de guaraníes en Paraguay y de otras razas precolombinas proporciona identidad a los países poblados por ellas. Con lucidez, J. G. Llosa expresa: "El indio es, ciertamente, base insustituible de nacionalidad... Con él se transformó nuestra abrupta naturaleza en un reino humano y surgió la conciencia de sociedad política y de misión civilizadora... Dominó el yermo... Pintó y halló un arte insuperable. Sin el indio, sin lo que él representó, nuestro país sería apenas factoría o colonia impersonal". No se puede dar, pues, partida de nacimiento a nuestra vida colectiva a partir del 12 de octubre de 1492.
Por eso, Carlos Fuentes exige que la obra del escritor indo-hispano no se circunscriba al presente, sino que diga lo que la historia ha callado y dé voz a cuatro siglos de existencia secuestrada.
Los iberoamericanos no estudian sus culturas originales. Consideran su pasado, frecuentemente, como distante, incluso como ajeno. Comparan sus civilizaciones con otras y las estiman inferiores. No experimentan orgullo por sus grandes realizaciones.
Este es el reto. De la forma en que encaremos nuestros orígenes va a depender el futuro. Si las reconocemos, asimilamos y asumimos, habremos tallado un ser y una voluntad. Si, por el contrario, las contraponemos, saldrá únicamente un alma confusa y conflictiva.
Tal vez las palabras de Senghor, dichas para otra y diferente realidad, revelen el ánimo que debe predominar en todos los ámbitos. Senghor decía en Negritude et Humanisme: "Que el lector lea estas páginas con espíritu de fraternidad. Así quiere ser nuestro mensaje. Sí, hay raza, ¡y cómo negarlo!, la que habla aquí es una voz sin odio. Hemos olvidado todo, como nosotros sabemos hacerlo. Los 200 millones de muertos en la trata de negros, las violencias de la conquista, las humillaciones del indigenado. Sólo retenemos lo positivo. Hemos sido el grano pisoteado, el grano que muere para que nazca la civilización nueva en la gran dimensión del hombre integral".
Negación del pasado virreinal
No es menos aberrante la tesis republicana que afirma que nuestra historia comienza en 1809 e identifica el descubrimiento, la conquista y el virreinato con una inmensa violación, y el mestizaje con la bastardía. En esta forma se rechaza la obra de más de tres siglos, como cuerpo extraño, como la antítesis de lo nacional, como lo que destruye y extranjeriza y que, considerado como tumor, no tiene posibilidades de ser asimilado.Este problema es básicamente existencial. "La historia de México", escribe Octavio Paz, .es la del hombre que busca su filiación, su origen". Zamacona, el personaje de La región más transparente, de Carlos Fuentes, exclama torturado: "Yo mismo no sé cuál es el origen de mi sangre, no conozco a mi padre". "El padre permanece en un pasado de brumas, objeto de escarnio, violador de nuestra propia madre". Es la misma pregunta que obsesiona a Juan Preciado en la novela de Rulfo Pedro Páramo, ¿quién es mi padre?, y para averiguarlo se dirige a Comala, para encontrar sólo un pueblo muerto. Únicamente fantasmas salen a su encuentro.
En esta negación del pasado colonial se ha llegado a considerar a la lengua castellana como parte del sistema de dominación, "como sonido parásito", en la expresión de uno de los protagonistas de Roa Bastos, y a estimar que nuestros pueblos, salvo en las áreas de dominio de lengua y dialectos aborígenes, no tienen lengua materna, en posición semejante a la de Fichte -como la recuerda Chevalier-, que creía que los pueblos que hablan lenguas neolatinas carecen de idioma materno, y que, en consecuencia, sólo representan la muerte.
Sin desconocer, ni mucho menos, el valor de las lenguas y dialectos aborígenes; feconociéndoles, por el contrario, gran plasticidad y expresividad y que contribuyen al enriquecimiento del castellano, como lo prueba la novela contemporánea hispanoamericana, su más alta expresión actual, el español es símbolo de identificación y elemento homogeneizador que da voz común a millones de personas.
La raíz hispánica nos da entronque universal. Coincidimos, por tanto, con Borges, quien declara que pertenecemos a la cultura occidental, nos guste o no, y que tenemos pleno derecho a ella; con Carlos Fuentes, quien expresa que los escritores de América Latina son muy conscientes de que pertenecen a la tradición de un área lingüística, que es la del idioma castellano, y con Vargas Llosa, cuando manifiesta que "sin el soporte de una tradición... sus ficciones pueden ser el vehículo de mistificaciones, falsificaciones o errores".
"El origen, sin saberlo", como dice Fuentes en boca de Zamacona, "nos determina", nos modela con sus virtudes y sus virtualidades. Es "el viejo pedestal de granito que constituye la heredad nacional", como proclamó el teórico de la revolución africana, Fanon. Constituye el primer peldaño del signo tiahuanacota y la base firme desde la cual puede transformarse el mundo intolerable y opresivo de nuestro tiempo.
Hispano-indigenismo
Lo indígena y lo hispano no son antagónicos, sino inseparables. Cinco siglos han formado esta realidad indisoluble. Lo indígena nos da individualidad; lo hispánico, unidad.Una política antiindigenista, un machacar continuo sobre los sacrificios humanos y sobre la ausencia de rueda, un martillar permanente sobre la Inquisición y la Encomienda han creado a lo largo de toda la República un desprecio hacia la doble raíz, que es el instrumento más eficaz de sujeción y dependencia. Es imprescindible despertar conciencia clara y definitiva de la grandiosidad de las realizaciones de ambos pueblos. Esta es una de las más urgentes tareas que debe emprender una auténtica liberación indoibera. Descendemos de los creadores de tres civilizaciones y de quienes descubrieron el Nuevo Mundo. Lo recordamos orgullosos al aproximarse su V centenario.
1. D. E. Ibarra Grasso. Verdadera historia de los incas.
2. F. Díez de Medina cita a los PP Acosta, Calancha, Barba y Bertonio, cronistas que tuvieron una profunda comprensión del suelo y del hombre americano".
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