Más interés que entusiasmo para 'Curro Vargas'
La esperada reposición de Curro Vargas transcurrió en medio de un clima siempre interesado y sólo entusiasta ante la actuación del tenor Antonio Ordóñez. Como su homónimo en el toreo, este joven cantante hace su arte de elegancia, es lo que suele denominarse un estilista. No precisa exagerar matices para conmover, pues ya el timbre de su voz posee calidades de gran comunicatividad.El público confirmó lo que tantas veces se le había dicho: que Curro Vargas es un trabajo de refinada categoría y originalidad, válido por sí solo, aparte las consideraciones históricas que lo sitúan en la antesala del Falla de La vida breve. No estoy muy seguro de la perdurabilidad de esta ópera cómica española en los escenarios, pues el argumento -tomado de El niño de la bola, de Alarcón- amontona tópicos dentro de un ambiente de fuerte impostación trágica y aun diría trágico-granadino. Quizá este aspecto asemeja, más que otros componentes, las óperas de Falla y de Chapí: el ambiente, con el pueblo en la calle esperando la consumación del drama, la presencia de la muerte, está muy por encima y mejor definido que los personajes. Porque interviene en la misma funcionalidad de la parte musical, hay que aludir a la vía kitsch tomada por Nieva al enfrentarse con Curro Vargas: si me parece de valiosa aplicación al libreto la acción y el ambiente, lo es en menor medida a la partitura, escasamente convencional y tan superior al libreto (que Nieva ha reducido con acierto a la mínima expresión), que agudizó el problema aludido por el regista: "Saber racionar lo kitsch".
Curro Vargas, de Dicenta, Paso y Chapí
Reparto: Enriqueta Tarrés, María Uriz, Mercedes Hurtado, Pepita Rosado, Antonio Ordóñez, Antonio Blancas, Julio Catania, José Ruiz, Alfonso Echevarría. Escenarios: Francisco Nieva. Figurines: José Antonio Cidrón. Coreografía: Elvita Sanz. Dirección musical: Enrique García Asensio. Dirección escénica: Francisco Nieva. Teatro de la Zarzuela, 11 de abril.
Lo cierto es que por su tratamiento y por cierta inseguridad del montaje, Curro Vargas quedó distanciado del público. Esto en el músico de la explosiva Revoltosa, o del supercomunicativo Tambor de granaderos, acaba por desconcertar a los admiradores de Chapí, cuyo prestigio se demuestra, en que es de los poquísimos músicos españoles de la época del que existen tres estudios: el de Salcedo, el de De Juan y el de Sagardía.
En contra de lo acostumbrado, el coro titular (que dirige José Perera) cantó sin decisión, y la misma orquesta -que sonó bastante bien- no logró la rotundidad que produce el dominio de las partituras. García Asensio salvó no sólo con tino, sino con verdadero buen pulso, las dificultades de preparación, concertación y realización de la compleja y delicada partitura.
Si Ordóñez culminó su actuación en la plegaria (la gran ovación de la noche), Enriqueta Tarrés, de reconocidos méritos, no llegó a calar en el lamento de soledad, uno de los mejores trozos de Curro Vargas, cuyo total musical circula en torno a una idea fija que Chapí utilizó en partituras escritas antes y después de La bohème, de la que se dijo era deudora la idea en cuestión. Perfectamente entonada en su personaje la mezzo María Uriz; excelente de voz y línea Antonio Blancas en el rival de Curro Vargas, así como Julio Catania en el Padre Antonio. Un poco exagerada Pepita Rosado en La Tía Emplastos.
Hemos recuperado para la mejor información histórica una obra valiosa y significativa. Pero Chapí está condenado por el gran público a ser el provocador del entusiasmo que se produce nada más comenzar el preludio de La Revoltosa. No suele equivocarse el gran público en su terquedad selectiva.
Babelia
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