Una 'Carmen' llamada Cristina
La primera bailarina de la compañía de Antonio Gades inyecta de furia flamenca al personaje de Merimée
"Cuando salgo al escenario, soy una Cristina diferente. Sé que estoy bailando delante de un hombre, que me está mirando, que tengo que conquistarle y siento la fuerza y la pasión de ese personaje. Pero yo no me parezco a Carmen. Me gustaría ser como ella porque es una mujer capaz de dar su vida con tal de no perder su libertad. Y yo, en la vida real, no puedo ser así".Quizá a alguien le resulte difícil de creer, pero lo cierto es que Cristina Hoyos, de cerca, en persona, parece mucho más joven y dulce que en la pantalla o a la distancia que obliga la estructura de un teatro. Dice ella que es el maquillaje, que la hace mayor y le da un toque de mujer severa. Pero no es sólo un efecto del rimel. Cristina domina tiempos y espacios con sus brazos: parece crecerse cuando baila, se estiliza salvaje y sensualmente. De cerca, en cambio, es más menuda y muchísimo más cálida. Tiene ya, o todavía, 37 años, y es la primera vez que la tratan como primera figura. "Llevo 15 años bailando con Antonio Gades y siempre he sido su pareja. Hasta ahora nunca me habían hecho tantas entrevistas".
Cristina tiene un suave acento andaluz, limado seguramente tras tantos años de estancia en Madrid. Nació en Sevilla y vivió su infancia en una de esas casas de vecinos "donde todo el mundo se entera de lo que hacen los demás, pero también donde todos forman una gran familia. Siempre tienes a alguien al lado para ayudarte si pasa algo". Era una de esas casas de vecinos típicamente andaluza, de patio central cargado de macetas, en el que Cristina empezó a amar el olor del azahar en primavera y de los jazmines y la dama de noche de los veranos. Su padre fue fotógrafo y albañil; su madre, costurera; sus tres hermanas, bordadoras. "No puedo decir que llegáramos a pasar hambre, pero sí que sufríamos mucha necesidad. Vivíamos seis personas en una sola habitación".
La más pequeña de la familia Hoyos, Cristina, que sólo estudió hasta los 10 años -"lo suficiente para aprender a leer y escribir"-, tenía dotes para la danza. Así que, antes de introducirse a los 16 años en el mundo profesional, bailaba en un programa infantil, y después pudo cooperar en la medida de sus posibilidades en la economía familiar. Cristina bailaba en tablaos flamencos sevillanos hasta que comprendió que no quería quedarse en eso, que Sevilla se le quedaba chica, que había que emigrar a Madrid, como lo hicieran tantos otros. "A los tablaos la gente va a tomar una copa y verte, mientras que en el teatro es distinto. Yo ya había bailado en algún teatro y comprendí que ahí la gente va sólo a verte bailar".
Volver a Sevilla
Había bailado en la academia sevillana de Adelita Domingo, "que allí es muy conocida", y tuvo por maestro a Enrique El Cojo, "que me enseñó tantas cosas bailando como hablando"; pero aun así, y a pesar de los buenas cosas que dejaba atrás, hizo la maleta. Dio el paso y se fue a Madrid. "Ahora me gusta volver a Sevilla siempre que puedo. Y cuando deje los escenarios me gustaría vivir allí. He empezado a ahorrar dinero para poder hacerlo. Por ejemplo, podría dedicarme a la enseñanza fuera y dentro de España. Lo ideal sería poder vivir trabajando sólo cinco o seis meses al año dando clases por ahí y vivir tranquilamente en mi Sevilla el resto del año. Sí, es lo que más me gustaría. Y no es difícil porque me conformo con poquito dinero. Suficiente como para tener siempre un plato de garbanzos".Dice Cristina-Carmen que sólo entonces podría establecerse también emocionalmente. Porque la danza, lo que más le gusta, es dura profesión para una mujer. Cristina ve a sus compañeros bailarines casados y con hijos, mientras ella sufre relaciones sentimentales complicadas. "Porque de pronto tienes que estar 10 meses de gira y eso no lo soporta un hombre, a no ser que también sea bailarín". Quizá por eso, porque él era bailarín, pudo vivir con un hombre durante 10 años. Luego tuvo otro gran amor, fugaz pero intenso, del que guarda como una tristeza en la boca del estómago porque un infarto quiso que se quedase muerto en sus brazos. Ahora Cristina expresa sinceramente ese pensamiento que la persigue: "Sigo sin encontrar mi estabilidad sentimental, pero estoy segura de que la encontraré cuando deje los escenarios y lleve una vida más tranquila. Seguro".
Cristina quisiera ser o haber sido como Carmen. "Ella dice en el libro que sabe que él va a matarla, pero que no está dispuesta a perder su libertad. En cambio, yo me adapto a todo. Aguanto lo que haga falta. No defiendo con tanto empeño mi propia libertad". Cristina bailó con Manuela Vargas hasta que conoció a Gades en 1968. Hubo un paréntesis, en 1975, cuando Gades se retiró, en el que Cristina Hoyos trabajó sola bailando en exhibiciones y en tablaos japoneses, entre otros. Pero después surgió el gran reto. A Gades le propusieron formar una compañía nacional, llamó a Cristina y ella arrimó el hombro.
"Sabía que haría el ballet"
Con la compañía de Antonio Gades, y siempre como primera bailarina, Cristina Hoyos ha hecho El programa flamenco, Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba. Pero cuando llegó el momento de rodar para el cine la Carmen de Merimée, y su valía estaba más que probada y aplaudida, la relegaron a un segundo plano. Y Cristina, como con los hombres, tuvo paciencia. "Porque es verdad que al principio me dijeron que yo haría el papel de Carmen", dice Cristina, "pero luego Antonio me hizo saber que Carlos Saura prefería a una mujer más joven y que no se trataba de escoger a la que mejor bailara, que era otra cosa". Así que Cristina Hoyos, también por iniciativa de Saura, hizo su propio papel, el de la bailaora hondamente ofendida en su profesionalidad. Pero aquello ya pasó y Cristina no parece recordar ni siquiera la sensación del sinsabor, y cuando dice que "he pasado momentos muy duros" tampoco parece referirse a ello. "Además", añade Cristina, "yo sabía que luego se haría el ballet y que yo sería Carmen".Cristina estaba en lo cierto y hoy, por fin, es la protagonista de una historia que está conmocionando a media Europa. "Porque digo yo que en los tiempos de Merimée no podía ser una historia tan real ésta de Carmen. Una mujer así no se podía entender hace un siglo. Ahora, en cambio, es cuando la figura de Carmen está totalmente vigente. Por eso está gustando tanto". Pero Carmen también es una historia de celos y, al menos para Cristina, es una faceta igualmente vigente. "En los hombres echo de menos muchas cosas; sobre todo en los españoles. Son tan posesivos que no comprenden siquiera que quieras salir a dar un paseo o que, simplemente, quieras estar sola.... No, no es que me guste la soledad, es que creo que a veces es necesaria".
Vive con su madre y su sobrina. Ambas se llaman también Cristina -"tres generaciones juntas"- y esta última es ahora secretaria de Antonio Gades. "Llevo una vida muy tranquila; soy muy hogareña. Durante toda mi vida, sólo me he dedicado a bailar". Le gusta la danza y la música -el flamenco, en particular- y, de nuevo, la pasión y la fuerza de Carmen. Algo por lo que vibrar intensamente. Por eso, a veces, se levanta pensando que quiere tener un hijo, "algo que sea realmente mío, por lo que vivir. Quiero mucho a mi madre y a mi familia, pero no es lo mismo". Otros días se levanta pensando que no, que todo está tan mal que no merece la pena traer un hijo al mundo. Porque le preocupan los problemas sociales; no los que se circunscriben al ámbito nacional. "Me inquietan las guerras... Y además pienso que sufriría mucho más si tuviera un hijo, porque tendría que dejarlo en casa, con mi madre, mientras viajo. Yo no sirvo para eso". Porque Cristina tiene claro que "no necesito un marido para tener un hijo. Es suficiente con que sea un hijo del amor. Yo no tengo problemas en ese sentido". Y entre dudas, Cristina Hoyos sigue bailando, interpretando a esa Carmen que, en secreto, le corre por las venas.
Babelia
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