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Tres diputados alemanes y el corresponsal de EL PAÍS, expulsados de Turquía

Antonio Caño

Siete pacifistas de la República Federal de Alemania (entre ellos tres diputados verdes) y siete periodistas fueron detenidos ayer en el centro de Ankara cuando los primeros se manifestaban contra la tortura y la situación en las prisiones turcas y los segundos cubrían la información del hecho. Los pacifistas y este enviado especial fuimos expulsados del territorio turco, tras permanecer siete horas en una celda.

Los hechos ocurrían dos días antes de las elecciones municipales, presentadas por el régimen de Ankara como un paso decisivo en el proceso de total restauración democrática. También ayer, una quincena de ciudadanos turcos se encadenaron durante dos horas en el vestíbulo de entrada de la Comisión de Derechos Humanos en Estrasburgo (Francia) en apoyo de la huelga de hambre que, según informaron, mantienen 1.500 presos políticos en Turquía.Mi detención, junto con la de otros varios informadores se produjo cuando, libreta en mano, intentaba acercarme a un grupo de personas encadenadas en la plaza Central de Ankara con el único objetivo de conocer qué estaba pasando allí.

Lo que pasaba era que siete pacifistas alemanes, pertenecientes al Partido Verde, se habían encadenado a las rejas de un jardín municipal para protestar contra la práctica de torturas y violaciones de derechos humanos en las cárceles de Turquía que, según numerosos testimonios de familiares de los propios presos, son todavía muy frecuentes y han causado la muerte, en las últimas semanas, de más de una decena de reclusos. Los pacifistas eran los diputados en el Parlamento de Bonn Willi Hoss, Gabriele Potthast y Milan Horocek, y otros destacados miembros del partido: Rudolph Bahro, autor de La Alternativa, Uli Fischer, Lukas Beckmann y Kalle Winkler. Los encadenados repartieron unas octavillas, en turco, alemán e inglés, en las que pedían "el fin de la tortura, una amnistía general y el respeto de los derechos humanos para los turcos y los kurdos".

Resulté sospechoso inmediatamente por hablar una lengua extranjera. Sin ninguna explicación, sin mediar palabra, fui levantado en volandas por dos policías que me introdujeron en un coche junto a dos diputados verdes. Me condujeron a una comisaría donde, después de retirarme el pasaporte y comprobar que era periodista, coincidí con otros seis colegas: la corresponsal en Ankara deldiario francés Liberation, una periodista turca de la agencia France Presse, la corresponsal de la agencia griega de noticias Ana y un equipo de la televisión alemana integrado por tres hombres.

Desde la comisaría, los policías, que rechazaron las flores que les ofrecieron los pacifistas, nos condujeron en un autobús celular con guardianes armados de metralletas al Cuartel General de la Ley Marcial, corazón del inmenso aparato militar turco. Durante dos horas nos tuvieron allí de pie sin ninguna explicación. Sólo veladas amenazas de que habíamos cometido un delito de anarquía y que cumpliríamos 45 días de cárcel por ello.

Los diputados verdes frustraron, después de un momento de gran tensión en el que algunos policías se desabotonaron la chaqueta dejando visibles sus pistolas, un intento de separarnos. Finalmente fuimos conducidos a una celda en la que,un sudanés y un palestino llevaban tres meses encerrados sin conocer sus presuntos delitos. Transcurrieron cinco horas interminables en las que asistimos a un dramático goteo por el que se llevaban uno a uno a los detenidos, sin que supiésemos a dónde iban.

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En numerosas ocasiones insistí en mi condición de periodista extranjero y en mi deseo de telefonear a mi embajador, lo que repetidamente me negaron aduciendo que no hablaban inglés. Cuando abandoné la celda, todavía quedaba allí la periodista turca acreditada como corresponsal de France Presse.

Aunque sugerí que no necesitaba que me llevasen agarrado por los brazos porque no era un delincuente, con gestos más que elocuentes los policías me convencieron de que cumpliese lo que ellos ordenaran. Durante algo más de un cuarto de hora estuve de pie en una habitación ante cuatro policías que en tono de burla me decían que me fuese a España y que si Turgut Ozal me había recibido habría que echaríambién a Turgut Ozal.

Repetidamente pedí hablar con alguien que conociese el inglés o francés y cuando preguntaba que a dónde me llevaban, haciendo el gesto clásico juntar las muñecas me amenazaban con que iba a ir a la cárcel.

En la puerta del Cuartel General de la Ley Marcial fui introducido en un coche y una vez allí, supe que me dirigía al aeropuerto. Reclamé mi equipaje, mi dinero y mi billete de avión, efectos que había, dejado en el hotel, y me contestaron que no me preocupase. Todavía siguen en Ankara.

Fuertemente escoltado fui conducido hasta la escalerilla de un avión de Lufthansa y, una vez dentro de él, supe que volaba a Munich, junto a los pacifistas.

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