La clausura de la conferencia de Lausana oculta grandes desacuerdos entre los libaneses cristianos y musulmanes
La Conferencia de Reconciliación Nacional Libanesa que se ha celebrado en Lausana, descrita frecuentemente como el último intento de acabar con la prolongada guerra civil que asola Líbano ha fracasado, y el vago comunicado, final suscrito unánimemente por los nueve representantes de las facciones enfrentadas sólo pretende disimular los profundos desacuerdos sobre cuestiones clave que subsisten entre libaneses cristianos y musulmanes, opinan la totalidad de los diarios de Beirut.
Junto con el jefe de la comunidad drusa, Walid Jumblat, que con su acostumbrada crudeza se despidió de Suiza el martes por la noche vaticinando que habría en Líbano "miles de nuevas víctimas", dos emisoras de radio de signo tan opuesto como La Voz de Líbano (cristiana) y La Voz de la Montaña (drusa) se preguntaban ayer cómo podrá ser respetado un alto el fuego cuando persisten las divergencias políticas entre los protagonistas. El alto el fuego es justamente el primer punto del comunicado final, que prevé además la neutralización del Ejército mediante su retorno a los cuarteles -varias brigadas combaten actualmente a las milicias musulmanas- y delega a la inoperante gendarmería, vapuleada por todos los grupos armados, el mantenimiento del orden. Un comité político-militar, encabezado por el presidente Amín Gemayel, deberá vigilar la observancia de la tregua, pero su eficacia será probablemente tan dudosa como la de la actual comisión militar, encargada de la misma tarea, y que lleva cinco días sin reunirse por falta de acuerdo sobre el lugar donde convocar el encuentro.
Alto el fuego violado
Al margen de este esfuerzo para consolidar un alto el fuego, solemnemente proclamado en Lausana hace nueve días y sistemáticamente violado desde entonces por ambos bandos, los nueve congregados no han logrado ponerse de acuerdo sobre un proyecto de redistribución del poder político entre las diferentes comunidades del país, y el comunicado de clausura sólo estipulaba la formación de un comité institucional que redactara el borrador de una nueva Constitución en el plazo de seis meses. Pero ¿por qué los 32 miembros de este comité podrán llegar a un acuerdo sobre la reforma política si los nueve máximos dirigentes del país no lo han conseguido?
Gracias a la activa mediación del observador sirio en la conferencia, el vicepresidente Abdel Halim Jadam, la oposición drusa y chiita renunció estos días a pedir la dimisión del jefe del Estado o la reducción de su mandato, así como la creación de un Senado, mientras la coalición de partidos cristianos (Frente Libanés) aceptaba, por su parte, olvidarse de su plan federativo e incluso emergía un consenso en la conferencia en torno a una descentralización administrativa, pero la tímida desconfesionalización política y, concretamente, la disminución de los poderes del presidente católico de rito maronita de la República fue el escollo que impidió el acuerdo.
En virtud de la Constitución y .del pacto nacional de 1943, elaborado en base al censo realizado en los años treinta por el colonizador francés, y que otorgaba una relativa mayoría demográfica a la comunidad maronita, el presidente de Líbano, que goza de amplios poderes, pertenece a esta confesión mientras el primer ministro es sunita y el presidente de la Cámara de Diputados chiita.
Aunque los musulmanes, y concretamente los chiitas, son hoy en día mayoría en el país, la oposición no ponía en tela de juicio el monopolio maronita de la presidencia de la República de Líbano, pero reivindicaba la elección por el Parlamento del jefe del Gobierno -actualmente lo designa el presidente-, al que correspondería también el nombramiento de los ministros, que, en caso de conflicto entre el jefe del Estado y el del Ejecutivo, constituyen el órgano colegial encargado de zanjar la disputa.
El rechazo de este recorte de los poderes presidenciales no sólo fue obra de los delegados del Frente Libanés, sino, sobre todo, del ex presidente Suleimán Frangie (maronita), que, sorprendentemente, se disoció de sus aliados musulmanes para hacer frente común con los demás representantes cristianos, a los que, sin embargo, llegó a insultar en sesiones anteriores de la conferencia calificándoles de traidores y agentes de Israel.
Frangie es, además de amigo íntimo del presidente sirio, Hafez el Asad, el mejor aliado de Damasco, por lo que el diario beirutí L'Orient-Le Jour se preguntaba ayer "en qué medida su actitud no había sido inspirada por el régimen baasista", que habría querido evitar "al bando cristiano una derrota demasiado aplastante".
Pero, al mismo tiempo, el fracaso de la reunión mantenida al borde del lago Leman pone en entredicho la capacidad de Siria para restaurar la paz en Líbano después de que el presidente Amín Gemayel hubiese satisfecho la exigencia siria consistente en anular el tratado líbano-israelí concluido hace 10 meses. Justo cuando se desarrollaba la última sesión, Asad reiteraba en Damasco que "la armonía interlibanesa es un objetivo estratégico para toda la nación árabe".
Sospecha cristiana
A menos que, como sospechan fuentes allegadas a las Milicias Cristianas Unificadas (fuerzas libanesas), Damasco atice ahora las hostilidades para poder restablecer en breve el orden en la línea de demarcación enviando a sus tropas a Beirut, como ya ocurrió en 1976.
Mientras los periódicos sirios se abstienen de hacer comentarios sobre los resultados de Lausana, la Prensa pluralísta libanesa se muestra aun más pesimita que los dirigentes políticos del país, con los que es especialmente crítica "porque han hecho su trabajo al revés", afirma An Nahar, mientras Le Reveil habla de los nueve enterradores de Líbano.
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