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Tribuna
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Inmersión

Las estadísticas de actualidad andan obsesionadas últimamente con el oscuro y profundo mundo de lo no estadístico. Nos hablan dramáticamente de la economía sumergida o subterránea, del paro encubierto, de los colectivos desanimados, de los defraudadores de Hacienda, del consumismo salvaje, de la piratería posindustrial.Algunos etimólogos ilustres sostienen que estadística es voz que procede de Estado, pero yo defiendo que es justamente al revés. El Estado moderno sería la consecuencia aritmética de una sociedad regida y regulada por la estadística hasta en los menores detalles, y donde únicamente tienen existencia legal aquellos comportamientos sociales e individuales capaces de ser computados, medidos, comparados, narrados con el lenguaje imperturbable del tanto por ciento. Es lo que comúnmente se entiende por un buen estadista: aquel que tiene todas las estadísticas en la cabeza y circula por la vida con mirada porcentual.

Basta sumar los burladores de Boyer, los trabajadores sumergidos, los piratas de las nuevas tecnologías, los profesionales subterráneos o la tropa de los desanimados laborales para obtener un contingente de españoles no sujetos a estadística, tan voluminoso como el de españoles atrapados en las redes de los porcentajes, los gráficos y las medias. Y de nuevo resurge el mito pegajoso de las dos Españas. La España computada y la que todavía no aparece en las negras pantallas de los potentes ordenadores del Estado estadístico.

¿Pertenezco a la España inmersa o a la superficial? Es difícil saberlo con precisión. Como profesional, relleno anualmente la compleja literatura boyeriana, pero a la vez tengo el frigorífico, los armarios, la videoteca, el cuarto de baño y el garaje repletos de mercancías claramente sumergidas. Incluso estoy diariamente rodeado de queridos submarinistas. La chica de la limpieza, el fontanero, el traficante de lechugas, el electricista, la profesora particular, el arreglador de infordomésticos, el marisquero de: los sábados, la quesera de los domingos.

Comprendo la obsesión de los estadistas por reducirlo todo a cifra ortodoxa. Pero tal y como cantan las cifras oficiales, es prácticamente imposible que esto siga funcionando sin la preciosa ayuda de la España inmersa.

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