Milladoiro, entre la tradición y el presente
En los casi seis años que Milladoiro lleva trabajando como grupo se ha convertido en lo más representativo de la música gallega de raíz folklórica, tanto por su impecable labor instrumental como por el rigor y la seriedad de sus discos. El fruto de estos años de traba o quedó patente en sus recitales madrileños, aunque el producto final quedará empañado por una cierta frialdad que impidió que su música calara hondamente en el público, que apenas ocupaba la mitad del teatro en la sesión de presentación.Es una formación de siete músicos que tiene su origen en los trabajos de Antón Seoane y Rodrigo Romaní sobre el folklore gallego. Básicamente instrumentales, sus temas plantean una recuperación vitalista y actual de la música tradicional de su tierra, intentando conectarla con una sensibilidad contemporánea.Ellos mismos reconocieron en el recital que no son ni etnólogos ni investigadores del folklore, sino -añadimos nosotros- creadores e intérpretes que parten de sus raíces musicales para desarrollar una línea artística que emparenta también con el conjunto de los folklores de raíz celta, Escocia, Irlanda y Bretaña, fundamentalmente.
Milladoiro
AIcalá Palace. Madrid del 14 al 16de marzo
El problema que crea, no obstante, la adaptación del folklore a una sensibilidad actual y moderna queda tan sólo planteado en los trabajos de Milladoiro, que no han llevado su evolución más allá de la tímida incorporación de: unos teclados y alguna guitarra acústica a su música. Y ese es probablemente el tema central de sus esfuerzos, que en este recital no quedaron suficientemente clarificados.
Más acertados en los temas lentos y matizados que en los rápidos, probablemente achacable a una cierta falta de contundencia en la base rítmica que utilizan, excesivamente somera, algunas de las composiciones que interpretaron alcanzaron, a pesar de ello, la belleza que encierran sus discos. Versiones como la que hicieron del clásico irlandés Greensfleves, o las de temas tradicionales como la Foliada de Tenorio o la Muñeira de Pontesampaio, dieron la talla de su calidad, que, por desgracia, no resultó uniforme.
Igualmente destacadas fueron las escasas composiciones del miembro del grupo que tocaron, especialmente Un ratón en París, un vals compuesto por Michel Canada, el violinista francés del grupo.
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