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Ni siquiera una disculpa

Si nuestra diplomacia no tenía la evidencia, ni indicios remotos, de que Pierre Mauroy venía a Madrid a presentar un mínimo de excusas, aunque fueran protocolarias, por el ametrallamiento del miércoles, la cancelación del viaje era una medida obligada en todos los manuales de relaciones internacionales. En la primera de las dos jornadas del primer ministro francés en la Villa y Corte se dijo oficialmente que se le trataría con cortesía, pero sin sonrisas. Al final de la visita, ayer, ese aserto resultó patéticamente incierto, tal como refleja la foto que recoge el apretón de manos en la Moncloa de un Felipe González sonriente junto a un Mauroy altivo y distante.Las mil palabras que, se dice, vale una imagen serán, sin duda, pronunciadas con frustración por la opinión pública española al comprobar que el agasajado primer ministro galo regresa a su país sin haber cedido ni un simple "lo siento" de cumplido. La nota oficial francesa incide en un pormenorizado alegato contra el reiterado y bochornoso comportamiento piratesco de nuestra flota pesquera -432 infracciones sólo en enero y febrero-, pero en su arrogante prepotencia se justifica el incidente armado, que sólo se lamenta. La falta de firmeza para exigir a Francia un trato civilizado y sin prepotencia revela un enfoque timorato de Madrid, que parece entender que el patrinazgo de Mitterrand para entrar en la CEE le autoriza a doblegar, no sólo nuestra economía, sino también nuestra dignidad como país.

11 de marzo

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