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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guidoni, embajador no grato

LA VISITA del primer ministro francés a España en un momento de máxima tensión entre ambos países, y en su calidad de alcalde de la ciudad de Lille, implica elementos conflictivos y contradictorios. Pero, como ha señalado el alcalde de Madrid, profesor Tierno, es preciso aprovechar la coincidencia de fechas para tratar de dialogar sobre los problemas bilaterales, y contribuir a una negociación satisfactoria. Que el alcalde Mauroy sea valedor ante el primer ministro Mauroy de las razones de los ciudadanos españoles -habitantes de la cívitas en su pleno y más tradicional sentido- no deja de tener su importancia, si es que el mandatario francés aprende a manejar esta especie de esquizofrenia política que sus dos cargos le generan. El recibimiento de Mauroy ha venido marcado, en cualquier caso, por comentarios justificadamente agrios por parte de la Prensa española. Y es de esperar que no sea fruto de esos comentarios, sino de la mala cabeza del visitante, el ordinario gesto que éste tuvo en el aeropuerto de Barajas saludando primero a su embajador que a su anfitrión.La dificultad esencial de nuestras relaciones con Francia viene marcada por el enorme poderío de nuestro vecino del Norte, frente a las capacidades limitadas de España, en la economía como en la política internacional. Liberados de cualquier complejo, es preciso asumir que esta debilidad nuestra, por mucho que se le hinchen los pulmones de patriotismo flatulento a algunos sectores de la reacción, marca decisivamente las acciones a tomar. Al fin y al cabo, hay muchas cosas que nos unen a Francia -muchas más de las que nos separan-. Estamos juntos en una alianza militar -aunque sus marinos se dediquen a bombardear nuestros pesqueros-; vamos a estarlo en una comunidad político-económica como es la CEE; pertenecemos a un mismo universo de culturas y formas de vida, y en nuestros países está vigente la defensa de regímenes de libertad y respeto a los derechos humanos -la suposición gratuita de que es más cívilizada la policía francesa que la española es casi hilarante-. Claro que Francia es una potencia atómica, con signos acentuadamente militaristas desde la llegada de Mitterrand al poder, y España no. Y que la puerta de Europa pasa -de momento, y durante mucho tiempo-, para nosotros, por París, y nos interesa entrar en Europa, como nos interesa que los franceses colaboren con nosotros en la lucha contra el terrorismo. Todo esto es tan sencillo de comprender que es absurdo suponer que un empeoramiento de relaciones con los franceses nos va a beneficiar, y por eso la actitud de los alcaldes de Lille y de Madrid prefiriendo el diálogo a la ruptura es digna de encomio.

Pero la voluntad de entendimiento no empece la existencia de problemas. Entre ellos, muy destacadamente, la agresión a los pesqueros españoles, comparada por algunos al ataque soviético contra el jumbo surcoreano. Como ha dicho el diario Le Monde, defender un reglamento a base de poner en peligro vidas humanas es cuando menos chocante. Nosotros añadiríamos que es infame, y que pone de relieve las facetas de prepotencia -bastante absurda si bien se mira la realidad de su política- del Gobierno de París. Queremos decir con esto que, si de dialogar se trata, el alcalde de Lille, primer ministro de Francia, debería ofrecer algún signo, siquiera emblemático, de su voluntad de entendimiento. Tiene a la mano ofrecer uno no muy costoso para su Gobierno, y sin duda rentable a corto plazo: la sustitución de su actual embajador en Madrid, Pierre Guidoni, que es, ya casi sin ninguna duda, el embajador más impopular que pisa estas tierras desde que las abandonó el norteamericano Hill, hace ya unos cuantos lustros, y que es un ejemplo de torpeza y vulgaridad poco corrientes. La decisión de retirarle no sería, desde luego, ningún castigo para el Gobierno Mitterrand, que tendría oportunidad así de mejorar su gestión en el mínimo perd siempre interesante apartado de sus relaciones con España. París sabe que entre esas cosas que nos separan, y a las que hacíamos referencia, ocupa lugar destacado la malísima gestión de Guidoni, que en poco tiempo ha concitado las iras de todos o casi todos; y salvo que éste fuera el objetivo de su Gobierno, una cosa así, suponemos, merece algún tipo de medida.

Pero si el alcalde de Lille y primer ministro francés es insensible a la zafiedad desperdigada de su representante en España, o demasiado celoso de la arrogancia de su Estado a la hora de mantener a sus representantes, no nos cabe ninguna duda de que la enérgica reacción que la opinión pública reclama al Gobierno español ante la agresión francesa a los pesqueros encuentra magnífica oportunidad de plasmarse en este caso. La cuestión es que queremos entendernos con Francia, no perder una guerra -ni de palabras- contra ella, pero su embajador no parece quererlo. El Gobierno español tiene hartas razones para sentirse indignado con la gestión de este diplomático, cuya falta de tacto le llevó incluso en una ocasión a declarar ante los periodistas cuál era concretamente el interés de nuestro Gobierno -del nuestro, y no del que él representa- en las relaciones con la CEE. Pierre Guidoni es realmente una persona non grata en este país, y mantenerle el plácet es mantener un obstáculo más a las ya difíciles relaciones entre Madrid y París. Adoptar una actitud seria en este terreno nos parece más interesante, más fructífero y más real que hacer apelaciones oníricas al Dos de Mayo.

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