Pornografía para elites
AL INAUGURARSE esta semana las salas cinematográficas X, dedicadas a la pornografía dura, se inaugura también públicamente una nueva forma de censura. Cada persona es libre de creer que la pornografía es lícita o no lo es, siempre que sea capaz de llegar a una decisión acerca de lo que debe calificarse con ese nombre (decisión que ahora toma el Gobierno por sí): lo que resulta más difícil de aceptar es que una libertad o una definición de la moral pública esté en relación directa con la capacidad adquisitiva de su consumidor, y unas condiciones de producción, distribución y exhibición que crean una clase distinta entre los profesionales de esos ramos de la cinematografía, por la cual podría entrar una ralea aventurera y mafiosa.La curiosa alteración que practican ahora las autoridades de un orden anterior es la de que en otro tiempo la pornografía se castigaba después de realizada, y ahora se castiga antes, por una duplicación de la fiscalidad y una supresión de las llamadas ayudas; los así tratados, para realizar su negocio, deben subir también al doble los precios de sus salas, reducidas de aforo y sometidas a una cuota de apertura en relación con la densidad de salas normales en cada población. Se crea así una elite pornográfica, una especie de censura del dinero. Queda por lo demás, también en este caso, la libertad de estimar si la censura es conveniente o nefasta, si se puede o se debe aplicar en ciertos casos. Brota al mismo tiempo la duda de la capacidad de clasificación. Hay funcionarios estatales -censores- dedicados a determinar qué películas son X y cuáles no lo son. Nos preguntamos qué harían si se encontrarían en su trabajo una película como El imperio de los sentidos, si la reducirán al guetto de la salas X o la darían vía libre otra vez para los cines comerciales. Con lo cual su criterio puede ser de bueno y malo para la definición de lo que no es y lo que es pornográfico, y podría albergarse la sospecha de que la capacidad estética supone una superación dmitida por la sociedad respecto al contenido de lo pornográfico, en dicho caso sometido al imperio de lo chabacano. Algunas de las que hoy son obras maestras de la literatura universal, como El amante de lady Chatterley, de Lawrence, o las novelas de Henry Miller, han estado (y están en algunos lugares) prohibidas por pornográficas, pero luego son salvadas, como el propio Sade, de la quema, haciendo honor a sus valores literarios o artísticos. Historiadores hay que aseguran que en un tiempo la Iglesia prohibió los instrumentos musicales en los templos porque algunos -violines, violas, chelos- recordaban las formas femeninas y otros eran fálicos. Verdaderamente es curioso que el Estado del siglo XX pretenda ahora remedar a la Iglesia del medioevo.
También otras formas de protección al cine decente cobran cada día más características de censura, incluso de censura inversa, al estimular desde arriba aquello que se quiere que se vea; y en este caso muchas veces el criterio de bueno o malo ni siquiera se aplica. Una parte de la cuestión de las "cuotas de pantalla", de las subvenciones y las exenciones fiscales puede terminar favoreciendo un cine indigno, y cortando accesos a otras formas de cultura y de universalización de las artes. Lo que, en fin, se refleja con el abultamiento de las leyes que comienzan a regir esta semana para una determinada clase de cine es el trasfondo del sistema, la apropiación gubernamental del derecho a programar. Viene siendo así desde hace años y desde hace muchos Gobiernos.
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